El presidente ucraniano reclama a los países de la OTAN una ayuda militar específica con la que hacer frente a los ataques aéreos rusos. El problema es que supondría una intervención que pondría al mundo al borde de una guerra que podría ser nuclear. En una rueda de prensa, Volodímir Zelenski insistió el jueves en pedir que la OTAN imponga una zona de exclusión aérea sobre Ucrania. “¿Cuánto tiempo necesitan? ¿Cuántos brazos, piernas y cabezas deberían ser cortadas para que lo entiendan? Si no tienen la fuerza necesaria para facilitar una zona de exclusión aérea, entréguenos aviones. ¿No sería justo?”.
Esa es una escalada militar al máximo nivel que Europa y EEUU no están en condiciones de suscribir por los riesgos que comporta. El secretario general de la OTAN respondió a esa petición el viernes. “No vamos a entrar en Ucrania, sea por tierra o por su espacio aéreo”, dijo Jens Stoltenberg. “Comprendemos la desesperación, pero también creemos que acabaríamos con algo que podría ser una guerra total en Europa que implicaría a varios países”.
Stoltenberg admitió que el asunto se había discutido en la última reunión de la OTAN, pero que “los aliados estuvieron de acuerdo en que no debería haber aviones de la OTAN en el espacio aéreo ucraniano”.
Una zona de exclusión aérea no consiste en una simple prohibición de que sobrevuelen aviones o helicópteros en una zona. Supone una intervención militar directa que obliga a patrullar sus cielos y derribar a cualquier aparato que desobedezca las órdenes de abandonar de inmediato ese espacio. Casi de forma inevitable, acarrearía el riesgo de enfrentamiento entre aviones rusos y norteamericanos.
Los aviones de la OTAN deberían estar situados en los países limítrofes con Ucrania, por ejemplo Polonia, para poder despegar desde allí y cumplir con su misión. Esos aeropuertos serían por tanto un objetivo claro para los ataques rusos de respuesta. Resulta ingenuo o irreal suponer que la Fuerza Aérea rusa no respondería a la decisión con medidas ofensivas.
Los países occidentales han impuesto zonas de exclusión aérea en varias guerras, siempre con la intención de impedir la victoria de uno de los bandos enfrentados. Fue el caso de Bosnia entre 1993 y 1995, Irak después de la guerra de 1991, y Libia en 2011. En el primer y tercer caso, una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU daba cobertura a la decisión. En ninguno de ellos, el adversario contaba con una fuerza suficiente como para contestar esa decisión ni evidentemente tenían armas nucleares en su arsenal.
“Es equivalente a (declarar) una guerra”, ha dicho el general norteamericano Philip Breedlove, comandante del Mando Supremo de la OTAN entre 2013 y 2016. “Si vamos a declarar una zona de exclusión aérea, tendremos que eliminar la capacidad de fuego del enemigo que pueda afectar a nuestra zona de exclusión aérea”.
El debate frustrado desde el inicio por sus escalofriantes consecuencias ayuda a entender mejor la decisión de Vladímir Putin de poner en estado de alerta a sus fuerzas nucleares hace unos días, aunque de forma deliberadamente ambigua. No significa que el uso de esas armas esté siendo realmente considerado por Moscú, sino que se trata de dejar claro algo de lo que en Europa y EEUU son muy conscientes. Cualquier enfrentamiento entre fuerzas militares de Rusia y la OTAN tiene el potencial de convertirse en una guerra nuclear.
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