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Podemos: cable rojo o cable azul

“Tic, tac... tic, tac...”, gritaba Pablo Iglesias en enero de 2015 para anunciar desde Valencia la cuenta atrás de su llegada a La Moncloa. Al terminar el mitin, Iglesias y Errejón se abrazaban en el escenario para saludar a una grada desbordada.

Justo dos años después, la bomba es otra. Aquella foto de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón en el escenario en Valencia es ahora una maqueta de cartón. El antiguo tándem de Podemos deposita sobre sus simpatizantes la responsabilidad de arreglar una división que se les ha ido de las manos. Entre sudores fríos, con el reloj llegando a cero, miles de personas tienen que elegir qué cortan, si el cable rojo o el cable azul. En este caso, probablemente ninguno de los dos evite la explosión.

Cable azul. Iglesias arrasa como secretario general, su lista gana y sus documentos también.

En ese caso, el principal riesgo para Podemos sería una mayor bunkerización del partido o, dicho de otra manera, que el ajuste de cuentas después de Vistalegre 2 margine de la dirección no solo a Errejón, que podría conservar algún puesto simbólicamente importante, sino a todo lo que no sea el círculo de confianza de Pablo Iglesias.

Podemos siempre ha sido un partido desconfiado. La composición del Consejo Ciudadano no ha respondido demasiado bien hasta ahora a lo que el nombre sugiere; es más bien un equipo de trabajadores de confianza, muy jóvenes, con muchos lazos personales entre ellos. Es precisamente esa endogamia la que ha ido viciando el ambiente.

El punto de no retorno se alcanza cuando Iglesias se convence de que no controla el partido y que es su número 2 el que realmente manda, con el añadido de la sospecha de que puede estar conspirando contra él. Iglesias se propone cambiar la estructura, empezando por fulminar al secretario de Organización, Sergio Pascual. Errejón le castiga desapareciendo una semana. Para evitar cesar a más personas con perfil público, Podemos empieza a duplicar estructuras; el entorno de Errejón queda desplazado por un nuevo entorno de trabajo, se separan las estrategias de comunicación y a veces hasta las negociaciones con terceros. Se toman decisiones y se adoptan gestos que Errejón considera que restan porque recuerdan demasiado a lo que siempre ha hecho el PCE; Podemos ya usa la palabra “izquierdas” para definirse, se suman al proyecto personas como Cañamero y se dan mítines con Julio Anguita. Para recuperar una conexión perdida con las bases, Iglesias rescata sus relaciones rotas con Anticapitalistas y echa mano de Echenique.

El viaje de Echenique es otro gran fenómeno interno de este tiempo. El ahora jefe de organización de Podemos proclama hoy como una evidencia que un secretario general no puede gobernar Podemos con unas directrices políticas y un equipo que no sea el de su estricta confianza.

Hace tres años, ese mismo Echenique proponía en Vistalegre 1 que Podemos tuviera cargos rotatorios por sorteo y que Iglesias fuera un líder que dependiera de un consejo ciudadano plural y condicionado por las bases. Los tiempos del mantra del “mandar obedeciendo” han pasado para Echenique y, otra paradoja, ahora es Errejón el que quiere descentralizar el partido.

Echenique está teniendo que dar pocas explicaciones sobre su cambio de postura y Errejón explica que “ahora hay tiempo” para construir un partido-movimiento y antes había que ser muy eficaces para intervenir en la carrera electoral. Pero si se siguen produciendo estos bandazos, el mensaje que los líderes de Podemos acaban transmitiendo es que el modelo de partido en el que cree cada uno es el que mejor se adapta a sus intereses personales de cada momento.

Cable rojo. Pablo Iglesias gana la secretaría general pero Errejón, el resto de votaciones.

En ese caso, Pablo Iglesias ha anunciado que dimitirá. Podría hacer como Manuela Carmena con el programa de Ahora Madrid y diluir los documentos ganadores si no le gustan. O podría hacer como Ada Colau, que responde a un programa político consensuado, y “obedecer mandando”. Pero no. Iglesias dice que si no ganan sus contenidos y sus candidatos, se va. Tiene lógica si tiene la sensación de estar rodeado y cautivo (cosa que no le ocurre por ejemplo a Colau), pero en ese caso el trauma para Podemos puede tener consecuencias impredecibles con las que Iglesias tendrá que convivir el resto de su vida.

Si Pablo Iglesias dimite, no se irá solo y Errejón necesitará renovar por completo las energías y las caras del partido, buscando alianzas en las confluencias o apelando a la varita mágica de Ada Colau. Para eso tiene un punto a su favor: Colau tampoco tiene la mejor relación con el “nuevo entorno de Pablo Iglesias” por viejas tensiones internas en la PAH, donde también militaban Rafael Mayoral o Irene Montero.

Si está apretado, el resultado puede ser ambiguo. Ahí es donde entrarán en juego los puestos que consiga en el Consejo la corriente de Anticapitalistas encabezada por Miguel Urbán. ¿Se sumará Pablo Iglesias esos puestos para decidir si se considera ganador o si ha perdido?

El cortocircuito que desactive la bomba

Hay pocas posibilidades reales de que pase algo que desactive la bomba. Cualquier triquiñuela técnica pasaría por buena para muchos simpatizantes con tal de encontrar una solución intermedia, pero el pacto de última hora no va a llegar.

El resultado es impredecible. Hay lío hasta con el sistema de votación. En una consulta previa, los simpatizantes eligieron un procedimiento para que secretario general y documentos se votaran juntos, cosa que no va a poder aplicarse tal cual. La empresa tecnológica encargada de implementarlo dijo que no les daba tiempo y al final ha quedado una votación simultánea pero no exactamente vinculada. Algo que, en teoría, beneficia a Íñigo Errejón, cuya apuesta es que la gente vote a Pablo Iglesias como líder, pero a sus documentos y equipos.

Por poder, puede darse hasta la paradoja de que Pablo Iglesias gane la secretaría general, pero Errejón quede por encima de Iglesias en las votaciones a miembros del Consejo Ciudadano. Es un riesgo que ha corrido Iglesias al introducir su nombre también en esa lista, como un mensaje: Íñigo o yo.

Luego está el diputado andaluz Juan Moreno Yagüe, que se ha presentado por libre a la secretaría general. Seguro que Yagüe brindará momentos memorables en Vistalegre y hará un discurso de reconciliación, pero es un poco tarde para eso también y su candidatura puede que solo sirva para que los más cabreados con Iglesias voten como castigo a Yagüe incluso cuando ni él mismo pretende ser elegido. Un auténtico embrollo.

Las dos corrientes enfrentadas en Podemos han jugado durante más de un año a negar la división mientras les resonaban las grietas por dentro. Pase lo que pase en Vistalegre 2, el resultado no será de por sí la solución. Quizá todas las decisiones se puedan votar, pero no todos los problemas se arreglan votando. Un ataque de responsabilidad es el único cortocircuito posible para que la bomba no explote después de Vistalegre 2.

Tic, tac.

“Tic, tac... tic, tac...”, gritaba Pablo Iglesias en enero de 2015 para anunciar desde Valencia la cuenta atrás de su llegada a La Moncloa. Al terminar el mitin, Iglesias y Errejón se abrazaban en el escenario para saludar a una grada desbordada.

Justo dos años después, la bomba es otra. Aquella foto de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón en el escenario en Valencia es ahora una maqueta de cartón. El antiguo tándem de Podemos deposita sobre sus simpatizantes la responsabilidad de arreglar una división que se les ha ido de las manos. Entre sudores fríos, con el reloj llegando a cero, miles de personas tienen que elegir qué cortan, si el cable rojo o el cable azul. En este caso, probablemente ninguno de los dos evite la explosión.