La ciudad de Bangkok, convertida en los últimos meses en un auténtico campo de batalla, tardará en cicatrizar las heridas de un país roto entre quienes piden la convocatoria de elecciones para la formación de un gobierno legítimo y los que apoyan al actual mandatario, elegido por el parlamento pero no por sus ciudadanos.
El reguero de destrucción es visible aún al tomar la calle Siom. La escalada de violencia tocó techo la semana pasada. Bangkok recupera el pulso tras dos meses de enfrentamientos en el corazón de la segunda economía del sureste asiático por detrás de Indonesia. A la par que la capital tailandesa vuelve a una tensa calma, miles de “camisas rojas” regresan cabizbajos a sus hogares, muchos en áreas rurales, con el sentimiento de derrota a sus espaldas pensando que posiblemente ésta ha sido la oportunidad perdida por el cambio apoyado en las bases populares del país asiático.
Tras la humareda que cubría el Central World días atrás, cuando el Ejército terminaba por disolver las revueltas, queda un país roto y dividido entre rojos y amarillos. Una estela de sangre que amenaza con el fantasma de la guerra civil planeando sobre las cabezas de los tailandeses. Y es que los “camisas rojas” aglutinan a miles de personas que proceden del ámbito rural y cuya respuesta a la intervención armada del Ejército, por orden del Gobierno, puede producirse en cualquier momento y lugar del país. Algunos líderes rojos no obedecen a consignas y han jurado su venganza al régimen militar, que derrocó al ex primer ministro Thaksin Sinawatra. Depuesto en el año 2006 vive en el exilio. El líder populista, apoyado no en todos pero sí en amplios sectores de los “camisas rojas” no puede entrar en Tailandia, ya que se enfrentaría a su regreso a dos años de prisión.
Radicalización de la oposición
Con la situación bajo control y neutralizados algunos pequeños núcleos de resistencia dispersos por las calles de Bangkok, lo que ha puesto de manifiesto este levantamiento popular es la radicalización entre los “camisas rojas”, procedentes de áreas rurales y urbanas, y generalmente pobres. Estudiantes y parte de la élite intelectual tailandesa también pertenecen a este grupo. Todos ellos denuncian que el actual primer ministro llegó al poder de forma ilegítima. Pero en estos dos meses de enfrentamientos y protestas Abishit Vejjajiva ha ganado el pulso a sus miles de opositores, que desde mediados de marzo pedían reiteradamente por las calles del centro financiero de Bangkok, convertido en un cuartel de guerrilla, su dimisión, la disolución del parlamento y la convocatoria de elecciones anticipadas.
Mientras en los últimos días los conatos de violencia e incendios se han venido sucediendo en distintos barrios de la capital tailandesa;
del otro lado, el de los amarillos, color tradicional de la monarquía, cantan y celebran su victoria. Son los partidarios de Abishit y proceden de clases medias y empresariales de Tailandia. Su color se impone en un ambiente de incertidumbre, pues sofocadas las revueltas de los “camisas rojas” ciertos sectores del Ejército tampoco están conformes con la política de Abishit y amenazan con rebelarse frente al resto del sector militar. Además en al menos tres provincias tailandesas han continuado los disturbios, que duran más de una semana.
Miércoles sangriento
Fue el pasado miércoles 19 de mayo cuando algunos líderes rojos elevaron su voz sobre miles de personas pidiendo la retirada definitiva de los opositores. Asumían la derrota tras la ofensiva militar que empezaba a dejar un reguero de muertos que los líderes rojos querían evitar, pero que no se ha detenido a lo largo de todo el conflicto. Nada más anunciar que claudicaban, la rabia contenida, la frustración y el dolor de la derrota tras varias semanas de resistencia en el centro de Bangkok se transformaron en un infierno de explosiones y llamas que nublaron el skyline de la capital asiática. El pánico se apoderó de los transeúntes aquella mañana hace una semana mientras los tanques militares recorrían el distrito financiero y comercial de la ciudad. Las armas de los “camisas rojas” no pudieron repeler los ataques de los soldados provocando finalmente la muerte a 15 personas en medio del caos, del asalto y de los incendios a cerca de una treintena de edificios, entre ellos un centro comercial, que quedó reducido a su estructura.
Con el toque de queda decretado, las Fuerzas de Seguridad siguieron las consignas del primer ministro Abishit para dispersar a los violentos y terminar de imponer el orden. Quizá uno de los momentos más tensos se vivió en el Templo Pathumwanaram a dónde acudieron muchos de los “camisas rojas” que, atemorizados, se dispersaron a primera hora de la mañana cuando presentaron formalmente su rendición. Arrinconados por las escenas de violencia, cientos de manifestantes se negaban a abandonar el Templo y tuvieron que ser sacados por los agentes de policía.
Pero si algo puede definir la jornada del miércoles sangriento es la furia de los manifestantes que se arrojaron a los francotiradores y acto seguido la emprendieron con los edificios del núcleo financiero, entre ellos el de la Bolsa o el de uno de los canales de televisión, Canal 23, al que acusan de servir a los intereses de Abishit.
El conflicto, al menos de momento, parece cerrado tras varios capítulos de extrema violencia a lo largo de estos dos meses. Uno de ellos, el pasado 11 de abril, provocó también la muerte a 21 personas, cuatro de ellas soldados, y un balance de 800 heridos. En ese momento, desde el Gobierno, su portavoz Panitan Wattanaagorn aseguró que en ningún caso las fuerzas del orden dispararían contra ellos. Ni los soldados ni la policía abrieron fuego real. Pero la ocupación de dos zonas estratégicas del centro de Bangkok se convirtió en un escenario de enfrentamiento entre los “camisas rojas”, que pedían la disolución del Gobierno, y los efectivos de seguridad. Pero desde que arrancaron los disturbios el pasado 12 marzo han muerto en Tailandia 70 personas y cerca de 1.500 han resultado heridas.
Fue ese día en el que los partidarios del ex primer ministro Thaksin paralizaron la capital del país exigiendo la convocatoria de comicios, pues consideran que la llegada al poder de Abishit es ilegítima y parte de un conflicto que arrancaría del año 2007 cuando Thaksin es acusado de fraude electoral y tras varios meses convulsos coincidiendo con el final del año se aprueba una nueva Constitución bajo mandato militar y se restituye el régimen democrático, ya que se convocan elecciones. En ellas vencen el PPP, formación política del depuesto Thaksin.
Los problemas llegarían en septiembre de 2008 cuando el sucesor del ex primer ministro, Samak Sundaravej es destituido por conflicto de intereses. Y tan sólo dos meses después la persona que le toma el relevo en el cargo también es apartada del poder. El PPP es acusado ahora de fraude electoral. Y tras conseguir una mayoría parlamentaria, el líder de la oposición, Abishit Vejjajiva, se convierte en primer ministro de Tailandia. Esta sucesión de episodios de destituciones y llegada al poder del actual mandatario enciende los ánimos de millones de personas que sustentan a los “camisas rojas”, quienes no exigen la vuelta al poder del PPP, pues algunos ni siquiera comparten los principios de Abishit, sino que solicitan al parlamento que se convoquen unas elecciones de las que salga un nuevo gobierno.
Pero la actual situación es sólo la punta del iceberg de una crisis que arranca en el preciso instante en que Thasik es apartado del poder hace cuatro años.
Entonces surge el movimiento de los “camisas rojas”. Se erigen en una plataforma conocida con las iniciales UDD, Frente Unido a Favor de la Democracia y Contra la Dictadura. Con el tiempo se han convertido en un referente por la lucha de la democratización del poder, que en Tailandia a menudo ha quedado en manos de los reducidos sectores elitistas. A estos pertenecen los “camisas amarillas”, apoyados en el régimen monárquico y que minaron a Thasik en el poder por sus constantes denuncias de corrupción.
Aprovechando un viaje oficial del ex primer ministro a la sede de la ONU en Nueva York, los militares tomaron el control del país anunciando un nuevo régimen dirigido por ellos y encabezado por el octogenario Rey Bhumibol Aduyadej. Éste es venerado por todos los tailandeses aunque no toma decisiones de facto en la política del país.
Cuenta con el apoyo de los “amarillos” y del actual partido en el poder y recientemente se ha dirigido a sus compatriotas por televisión, desde el centro hospitalario en el que se encuentra ingresado, para que se trabaje en el mantenimiento de la estabilidad política. Alcanzarla en el momento actual es casi tarea imposible, porque se han reabierto heridas que han roto “la eterna sonrisa” de este país del sureste asiático.