¿Sabías que el silencio puede ser un lugar? Con esta premisa buscaron Lola y su marido una segunda residencia para pasar los fines de semana cuando sus hijos se fueron a estudiar fuera de Logroño.
Eso fue hace más de 10 años. Cogieron su coche un día y empezaron a recorrer los pueblos de La Rioja hasta que llegaron al Camero Viejo y les enamoró. Entonces, vieron la torre de una iglesia frente al San Román de Cameros y comenzaron a descubrir la aldea abandonada de Velilla.
No fue fácil encontrar una casa para comprar. Allí no vivía nadie y fue complicado averiguar quiénes eran los propietarios de aquellas casitas de piedra. “Tuvimos que comprar un lote de varias casas”, recuerda Lola. Consiguieron poner conexión a internet y todas las “cosas lógicas” que se necesitan para vivir.
Y eso hicieron. Sus primeros planes de segunda residencia dieron un giro de 180 grados e instalaron su vivienda en la aldea de Velilla, gracias a que el trabajo de su marido les permitía trasladarse allí. Con el resto de casas del lote, empezaron un proyecto: “Casas de Velilla”, unos alojamientos para poder descubrir el Camero Viejo de la mano de estos anfitriones.
Confinamiento en una aldea abandonada
La pandemia del coronavirus obligó a cerrar con llave estas casas durante unos meses. Sin embargo, es lo único para lo que cambió la vida de este matrimonio en el confinamiento: “nos hemos enterado del Covid porque vemos las noticias”.
Los meses que nos quedamos en casa son todavía fríos en el Camero Viejo, así que nunca suelen salir. “Lo llevamos con bastante tranquilidad, tuvimos calidad de vida, por las ventanas vemos el campo y aquí hay menos riesgo”, explica Lola.
“Es cierto que el confinamiento ha cambiado el concepto de vida y he notado más movimiento de gente que pregunta”, reconoce, aunque explica que Velilla es pequeño y tampoco hay muchas casa para poder comprar. “Es lógico que se enamoren del pueblo y de este aire fresco”, presume Lola.
Turismo rural en tiempos de pandemia
“Recibo más llamadas para alojarse en las casas, pero el año pasado también estaba todo lleno así que no hay más gente”, explica. “La gente que llega es siempre nacional, pero este año si he notado que hay muchos de La Rioja, sobre todo al principio, después del confinamiento”.
Lo que sí ha cambiado esta pandemia es el trato con sus huéspedes: “no hay trato”. Se comunican por teléfono, les avisa dónde deja las llaves y a veces ni los ve. “Otros años preparamos comidas todos juntos, pasamos tiempo juntos, organizamos las fiestas de Velilla... ”, lamenta Lola.
“Los pueblos no van a estar esperándonos”
El coronavirus pilló a este matrimonio en Velilla porque es donde viven desde hace más de 10 años, pero reconoce que todavía hay que hacer más para que la gente llegue y todavía más para que se quede a vivir.
“Si quieres repoblar, hay que analizar que necesita la gente y dárselo, internet, más conexiones...”, denuncia. “No hay que poner un lavadero bonito, hay que crear puestos de trabajo”. Lola advierte que los pueblos no van a estar esperándonos: “la gente va una semana al año, pero dentro de poco van a desaparecer”.