Utopías 11: Los monstruos y algún fantoche

24 de abril de 2025 18:19 h

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La palabra que más he oído y leído últimamente ha sido la de «aranceles».

La han repetido tantas veces que estoy hasta el ...de los «aranceles». 

Hay que tener en cuenta que vengo de otra palabra mil veces nombrada: «rearme». Así que entre una y otra no doy abasto, porque si mi país se rearma (entiéndase, quiero decir las empresas armamentísticas de mi país: España, que nadie me considere sueca. Ni doy la talla, me quedé en 1,62 y aunque ahora soy más rubia que de joven, es un rubio de peluquería) tendrán que pagar aranceles por lo que tengan que comprar a EEUU, con lo cual vamos, (van), a tener que vender nuestros drones, metralletas, fusiles, piezas para tanques... a unos precios arancelarios que solo se me ocurre pensar que los tendrán que comprar los traficantes de armas, drogas y otras sustancias o elementos a los que mi mente no alcanza. 

Yo no quiero, gracias. Son piezas que a mi tipo «rechonchete» no les quedan bien. Pero aunque quisiera, no me llega ni para pagar una piececita de «dron inteligente», fabricado con un metal arancelariamente importado.

Por cierto, siempre se les olvida preguntarme que pienso yo de los aranceles o del rearme, actúan sin consultarme. ¿Les consultan a ustedes? A quienes se olvidan de mí y me ignoran continuamente, he decidido llamarles «mons-truos». En la primavera de 2025 están capitaneados por un fantoche con visera roja: el «innombrable».

Y he pensado que como los monstruos van a seguir haciendo lo quieran sin preocuparse ni de mí, ni de muchos de ustedes, podría ocurrir una de esas casualidades de la vida en la que fabricasen productos para las víctimas de las guerras: quirófanos para operarles de las heridas, agujas e hilos para las suturas, prótesis para los brazos y piernas que han perdido en un bombardeo, ambulancias medicalizadas, buques para transportar a los heridos a lugares seguros… Todo eso es material de guerra, es lo que se necesita en las guerras. Durante y después de la destrucción, cuando solo queda desolación y plantaciones enteras de cadáveres.

Si algún monstruo me plantease el dilema: ¿qué quieres, qué tu país fabrique bombas para matar o quirófanos para intentar salvar a los heridos?, yo diría quirófanos y además, formación especializada para el personal sanitario. En las guerras, que las ha habido siempre y son tan antiguas como la humanidad no solo hay muertos, quedan muchos heridos que solo pueden «malvivir». 

En la devastación posterior a las guerras sigue habiendo víctimas. 

Vayan, es una sugerencia, nunca una imposición, a la sala Amós Salvador y vean la exposición de Gervasio Sánchez: «Vidas minadas». 

Acuérdense de «Lady Di» y su trabajo en contra de las minas anti personas.

Sánchez empezó a trabajar con los heridos por las minas, cuando una revista del corazón le encargó y pagó un reportaje por un asunto que se puso de moda hace veinticinco años, debido a la fallecida ex-princesa de Gales.

Desde entonces, ha seguido fotografiando a estas víctimas en muchos países: Angola, El Salvador, Bosnia-Herzegovina, Camboya, Colombia, Mozambique, Afganistán, Nicaragua. Ha establecido una relación personal, a veces familiar con los heridos y hace un seguimiento de lo que han sido y están siendo sus vidas. 

Su límite es no divulgar aquello que a él no le gustaría que se diera a conocer de sí mismo y por su puesto que lo que se ve en la exposición cuenta con la autorización previa de las víctimas. (A esto yo le llamo ejercer la empatía). En la mayoría de los casos que se exponen, los damnificados tenían corta edad, iban o volvían al colegio, a recoger agua a la fuente más cercana y perdieron piernas, brazos, se quedaron ciegos… Porque fortuitamente pisaron una mina antipersonas. No crean que son imágenes horribles, no. Al contrario, son preciosas. 

Estos niños y niñas se han hecho mayores. En el caso de las niñas, las han violado, han tenido hijos en la adolescencia, sus maridos les han maltratado… Hay que tener en cuenta que una persona amputada es doblemente vulnerable, si es mujer y esto se ve en la exposición de Gervasio Sánchez.

El denominador común de estas víctimas es el afán de supervivencia, las ganas de «pese a todo» seguir adelante.

Yo saldré adelante seguro. Me gustaría que ustedes también. Los monstruos nos lo pondrán difícil; es su papel en la vida, pero a veces las casualidades existen. Las utopías se hacen realidad y los monstruos desaparecen víctimas de sus propias monstruosidades. 

Ojalá que en esta primavera también sea así.

 

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