Rubalcaba es el único superviviente de la primera etapa socialista que parece llegar también al final de la era Zapatero. La incógnita será si él es el elegido en caso de que el presidente del Gobierno decida no presentarse en 2012. Y es que los medios de comunicación e incluso en las propias filas socialistas ya hay quienes dan por supuesto que el presidente Zapatero no se presentará en las elecciones generales a una tercera reelección.
En caso de que así sea se desvelarán los nombres de los candidatos a sucederle, porque en principio el PSOE abriría un proceso de Primarias. Y si así fuera las encuestas dicen que el actual “superministro” tendría la posibilidad de recuperar para los socialistas una porción pérdida de la tarta electoral que la crisis económica ha consumido. Es el preferido por los votantes potenciales de los socialistas y el temido por los dirigentes populares, que saben que Mariano Rajoy es un candidato débil frente a un político de peso como es Pérez Rubalcaba.
El último sondeo publicado por el diario El Mundo refleja una preferencia aplastante por el vicepresidente del Gobierno como hipotético candidato electoral: un 26,9% de españoles lo elige entre otros socialistas como Javier Solana, José Bono, Carme Chacón o el presidente extremeño Guillermo Fernández Vara. Todos le siguen a gran distancia. El jefe del Ejecutivo rozaría tan solo el 7,6% de los votantes. Si desplazamos estos datos al grueso del electorado socialista, un 44,8% de quienes votan al PSOE elección tras elección se decanta por él como el sucesor con más posibilidades de revalidar una hipotética victoria socialista en unas circunstancias que apuntan a un naufragio en medio de la tormenta económica.
Probablemente, Rubalcaba no desearía haber llegado hasta esta finalen una situación tan agónica como la actual cuando el Gobierno de Zapatero hace aguas y apenas saca adelante leyes de peso en sus reuniones de los viernes. Asediado y ocupado en capear la crisis económica, el Gobierno no de más de sí, pero sondeo tras sondeo (independientemente del medio que lo publique) el vicepresidente primero y ministro del Interior sigue siendo el más valorado. Y lo es desde el año 2006, cuando el 11 de abril se produce la primera gran crisis de gobierno por la marcha de José Bono como titular de Defensa, cargo que entonces ocupó el actual portavoz del grupo socialista en el Congreso, José Antonio Alonso. Hasta entonces dicha portavocía la desempeñaba Rubalcaba con bastante acierto y mano izquierda con el resto de colegas de grupos parlamentarios.
Pero, sin duda, él es el único que sabe a lo que se enfrenta el PSOE quizá porque lo ha vivido de primera mano en el pasado. En 1993 abandonó su cargo como ministro de Educación, cuando Felipe González forma su primer gobierno en minoría y lo nombra ministro de la Presidencia y Relaciones con las Cortes. Precisamente este cargo que ostentaba entonces y ahora era de nueva creación y hacía las veces parapeto, escaparate de un gobierno acosado por la corrupción. Fue también Rubalcaba quien negó una y otra vez la relación del Gobierno de González con los GAL y quien tuvo que enfrentarse a las portadas de los diarios que asediaban día sí día también a un PSOE en declive para renovarse o morir. Y en 1996 perdió por la mínima frente al PP de Aznar.
Los ocho años de travesía por el desierto, Rubalcaba los dedicó a preparar y allanar el camino al candidato que devolviera al PSOE al Palacio de la Moncloa. Y en él confío Zapatero desde el año 2000 y son muchos quienes achacan al actual vicepresidente la victoria del PSOE el 14 de marzo de 2004, atentados islamistas mediante. De nuevo, en un momento para el recuerdo Rubalcaba saltó a la palestra, 48 horas antes de que los españoles acudieran a votar noqueados por los brutales atentados, y pronunció aquella frase que tanto caló en el electorado: “los españoles se merecen un gobierno que no les mienta”.
Fueron horas vividas con intensidad, con millones de españoles echados a las calles en protesta por la desinformación del gobierno en funciones de Aznar y una red de sms que corrió como la pólvora de móvil en móvil y que hizo caer al PP y ascendió al PSOE de nuevo al Gobierno. Rubalcaba había jugado un papel importante no sólo como la cara visible de los socialistas en las horas más delicadas vividas en democracia desde el 23-F sino también en la campaña electoral como responsable de la estrategia del partido. Había pasado cuatro años preparando al presidente del Gobierno, que poco a poco le ha ido concediendo más y más parcelas de poder en estos siete años de mandatos.
La portavocía fue el trampolín a través del cual Rubalcaba, el único político que se salvo de la quema de la corruptela felipista, se presentaba de nuevo a los españoles. Habían pasado ocho años de aquello y el electorado se había renovado en parte, y en otra se había cansado de la política despótica y alejada socialmente de la última legislatura de Aznar. Si por algo se caracterizaba el actual vicepresidente era por mostrar entonces los hechos como realidades, tal cual eran. Es posible que la altísima valoración y el también elevado grado de aprobación se deba precisamente a la conexión con la ciudadanía que ve en Rubalcaba un político solvente, claro y directo, que hace frente a las acusaciones de mentiras y corrupción de la oposición popular (principalmente) con argumentos verídicos.
Esa imagen le llevó a Zapatero a tener muy claro que lo quería en la primera fila de su Gobierno aprovechando la marcha de José Bono (por motivos personales) como ministro de Defensa. Su aterrizaje en Interior se caracterizó por las treguas de ETA y la constante crítica (y sospechas) de la negociación con la banda terrorista. Una acusación que jamás hizo mella en él ni tampoco en su popularidad. Es meritorio conseguir colocarse entre los primeros de la fila y los pocos ministros que aprueban con la que está cayendo. Pero el Ministerio del Interior siempre ha sido en general agradecido. Quienes han ocupado estos cargos siempre han recibido una buena valoración ciudadana: Mariano Rajoy o Jaime Mayor son buenos ejemplos en el caso de los gobiernos del Partido Popular.
Nunca estuvo ETA tan cerca de su desaparición como ahora. Ha roto varias treguas. Una de ellas con el brutal atentado de la T-4, tras el cual según las actas publicadas por ETA, Interior habría seguido intentando rescatar el proceso de paz a través de conversaciones y negociaciones con los etarras. Éste es el frente abierto por los populares y su principal línea de ataque, que no hizo mella en las elecciones de 2008 en las que el PSOE rozó la mayoría absoluta.
Pero el gran salto, tras cuatro años de buen hacer en Interior, donde también se le ha aplaudido desde la bancada de la oposición el éxito de su gestión en materia de Tráfico (incluso los polémicos 110 km/h parecen darle la razón al vicepresidente primero) lo da el pasado mes de octubre. Zapatero ya orquestaba una gran crisis de gobierno que había negado incluso ante los medios. Remodeló medio gabinete, fusionó ministerios y entronó a Rubalcaba pensando quizás que la única salvación para la crisis económica y el coste electoral para el PSOE pasaba por su inmolación política. Sólo así se explica la actitud de un presidente del Gobierno impertérrito ante las circunstancias y a quien no le ha temblado el pulso para deshacer lo hecho en política social si quería salvar a España del desastre.
Para quemarse, el presidente tenía que dejar atado y muy bien atado un plan para el después y es posible (y esto son ya conjeturas) que ese plan pasara por Rubalcaba, a quien ese día todos vieron como el elegido. Tocado por la varita de Moncloa fagocitó las funciones de la defenestrada María Teresa Fernández de la Vega y además conservaba sus responsabilidades al frente de Interior. Sólo Ramón Jáuregui, otro eterno ministrable, se hacía con Presidencia, esa cartera que el mismo Rubalcaba estrenó en 1996. Así pues, desde el otoño pasado se convierte en vicepresidente primero del Gobierno, ministro del Interior y portavoz. Es la cara del Ejecutivo cada viernes, es quien coordina la acción de los Ministerios y es la máxima autoridad por detrás de Zapatero. En la práctica: es la autoridad porque el presidente a estas alturas de la crisis está para hacer remiendos y exponerse para terminar de quemarse.
Al vicepresidente primero se le dejan los honores de Interior y de la nueva tregua anunciada por ETA, del escarmiento de nunca más si no hay rechazo y abandono total de las armas por parte de la banda terrorista. Eso de cara a la sociedad. Del día a día, Rubalcaba ha hecho frente, como pocos ministros han sabido, a la artillería pesada del Partido Popularu, que le acusa incluso de “colaboración” con la banda terrorista. Pero el vicepresidente primero no se arruga y sale una y otra vez de las acusaciones evitando enmarañar el espacio parlamentario con el discurso de la banda terrorista.
Algo se debe mover en el seno del partido socialista, que sólo una persona conoce. Quién sabe si el propio Pérez Rubalcaba, cuando el Partido Popular ha convertido en obsesión su ataque al ministro del Interior, su caída como sea y su dimisión cueste lo que cueste. En las filas del Partido Popular saben que las elecciones autonómicas y municipales de 2011 pueden servir como voto de castigo, pero a la hora de votar aún persiste en los españoles el voto del miedo o, más bien, del recelo de un PP con mayoría absoluta. No hay confianza en el Gobierno pero menos la hay en los populares y el antídoto Rubalcaba podría darle un disgusto a Rajoy y su primera plana política. Es su mayor baza si él es el elegido: la impopularidad y el rechazo social al presidente del PP
El voto útil, la recuperación del granero de voto socialista si en estos meses la crisis comienza a alejarse y se crea empleo, así como el resultado del 22-M será determinante para el PSOE si Rubalcaba es finalmente el sucesor. Una victoria contundente del PP esta primavera sería contraproducente para Rajoy pues los españoles tampoco confían en un dominio absoluto de los populares. Quizá ésta sea la estrategia de Zapatero, que de momento calla con su particular modo de medir los tiempos, pero que tan buen resultado le ha dado. ¿Será Rubalcaba su respuesta?