“Lo que ha pasado este año demuestra que aquí todos somos prescindibles. Que si nos vamos, la maquinaria sigue funcionando”. Un cargo del PP regional que conoce bien el partido hace balance del último año en la Comunidad de Madrid. El año en que un máster fraudulento lo cambió todo. Las irregularidades en sus estudios se llevaron por delante a la expresidenta Cristina Cifuentes y truncaron la carrera de quien se había presentado como la adalid de la regeneración del PP.
Cuando eldiario.es publicó aquella exclusiva, Cifuentes aspiraba a todo. Estaba en las quinielas para una hipotética sucesión de Mariano Rajoy y ya entonces despertaba filias y fobias a partes iguales, sobre todo cada vez que intentaba echar tierra sobre el pasado de corrupción de su partido, aunque siempre estuvo allí. Pero su ambiciosa escalada se frustró cuando nadie lo esperaba, en el tercer año de Gobierno en Madrid.
Ocho meses después de su dimisión, de la boca de otros dirigentes conservadores emergen aún las palabras “shock” y “trauma” entre comidas y copas de Navidad. La misma sensación se extiende en las bancadas de la oposición de todos los colores. La hemeroteca de 2018 también lo recuerda: Cristina Cifuentes resistió en su despacho de la Puerta del Sol 35 días desde que este medio reveló que su máster tenía notas retocadas.
La Real Casa de Correos, sede del Gobierno regional, y la Asamblea de Madrid se convirtieron por aquellos días en un hervidero. El escándalo llamaba de nuevo a la puerta de la presidencia de la Comunidad de Madrid para señalar a la dirigente que había hecho de los focos mediáticos su principal argumento político. Todos sus antecesores, de una manera u otra, ya estaban señalados por algún caso de corrupción de los que Cifuentes siempre se intentó desmarcar.
Lo que vino después es de sobra conocido: el fin de otra era en Madrid. Una etapa más que el PP quiere ahora enterrar: el partido regional, donde lo fue todo, se refiere a ella como “una afiliada de base” y el grupo de cifuentistas o ha cambiado de bando, o ha sido defenestrado de las filas del partido regional, que ahora controla el aparato nacional en manos de Pablo Casado.
El máster de Cifuentes y su desastrosa gestión del escándalo no solo trituró su imagen pública, removió como un torbellino los cimientos del PP de Madrid y las relaciones con la oposición en la región. Las notas retocadas, el acta falsificada y las mentiras que fueron destapándose publicación a publicación durante un mes entero provocaron la primera moción de censura al PP con visos de prosperar tras una primera de Podemos que ya había fracasado en esta legislatura. Después de su comparecencia extraordinaria en la Asamblea de Madrid, donde aseguró sin aportar nuevas pruebas que su título era “perfectamente legal”, ya ningún grupo de la oposición la creía.
El reto lanzado por el PSOE para desalojar a la presidenta de la Puerta del Sol puso a los conservadores en una situación límite que escapaba de su control. Ciudadanos, el socio que acariciaba o fustigaba a conveniencia al Gobierno popular, tenía las riendas, aunque, paradójicamente, los de Rivera que se presentaban como garantía de regeneración titubearon durante días: temían más que nadie tener que retratarse junto a Podemos en una región que durante los últimos veinte años ha votado conservador. Apoyar la moción, aunque la presentase el PSOE, implicaba alinearse con los “populistas” a los que habían criticado hasta la saciedad durante la legislatura.
Pero el vídeo publicado por Okdiario que mostraba a Cifuentes devolviendo al personal de seguridad unas cremas de dentro su bolso en una sala de un centro comercial precipitó el final de la expresidenta. Y Ciudadanos pudo encontrar una salida: permitir con su respaldo la continuidad del PP para seguir atacándole en su momento más bajo. Ya no había pacto de investidura y la ofensiva podía dirigirse sin disimulo.
Tras la dimisión de Cifuentes como presidenta, vinieron otras dos: su salida como líder del PP de Madrid y, por último, como diputada en la Asamblea. La segunda hizo caer como un dominó el polo de poder que había representado históricamente el PP de Madrid. El fin, de nuevo, de otra época cuando Génova -con Mariano Rajoy aún al mando- tomó el control del aparato regional.
El nuevo PP de Madrid, bajo las órdenes del elegido por Rajoy para capitanear el barco hundido, Pío García Escudero, relegó a los más cercanos a la expresidenta, empezando por su mano derecha, Ángel Garrido. A Garrido, el eterno número dos, la dirección regional le hizo el regalo de ser el sucesor de Cifuentes pero a la vez le extirpó de las manos la secretaría general en el partido, que quedó amarrada por un conocido fontanero de Génova, Juan Carlos Vera. De número tres, García Escudero colocó a un cargo de confianza de Rajoy: Alfonso Serrano.
El fin de una época: “Madrid ya no es lo que era”
La moción de censura al presidente del Gobierno solo dos meses después completó la cuadratura del círculo. O del desastre. La salida de Rajoy y el ascenso al poder de su sustituto, Pablo Casado, se llevó por delante a las mujeres más poderosas del partido: la exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, que se batió en pulso hasta el final con el exlíder de Nuevas Generaciones; y la secretaria general, María Dolores de Cospedal.
“Este año nos hemos quedado sin nadie. Madrid ya no es lo que era. Las grandes figuras se han ido”, dice un dirigente, atragantado con la incertidumbre de las candidaturas del PP en la capital y en la región. A medida que se acerca la fecha de anuncio prevista por Casado, hay más nombres en las quinielas. La última en salir ha sido la expolítica vasca María San Gil, que abandonó la política hace una década por sus diferencias con el PP de Mariano Rajoy.
Si 2015 marcó el fin de las alfombras rojas y las mayorías absolutas del PP, 2019 se presenta como un salto al abismo para algunos conservadores con la llegada de Vox amenazando por primera vez a los populares desde la derecha. El futuro, ya indudablemente, será pactado y los populares ya asumen que en Madrid ponerse de acuerdo con la extrema derecha, a la que han normalizado en Andalucía, será necesario para que salgan las cuentas en la capital. Algún dirigente incluso presume que la suma del “bloque de derechas” daría como resultado un número mayor de escaños que en 2015.
Y mientras en la séptima planta de Génova siguen con el casting para elegir a los candidatos, el nombre de Cristina Cifuentes permanece pegado a la actualidad solo por un motivo: la jueza Rodríguez Medel la ha procesado por “promover” la falsificación del acta con la que intentó demostrar que había terminado su máster y enfila el camino hacia el banquillo. Su tercera dimisión como diputada la despojó del blindaje judicial que reporta el aforamiento.
El PP de Madrid cierra ahora un año trágico en la región. El caso Máster desmontó sus mejores expectativas de futuro. Solo un desastre como el que ocurrió podía descarrilar la repetición de Cifuentes como candidata. Sucedió a un año de las elecciones y los ecos de esa tragedia aún resuenan en la Puerta del Sol, donde se aparecen a menudo los fantasmas de lo que ya es otra época. “Parece que han pasado siglos”, se redime un cargo con callo en el partido. El número de búsquedas en Google no miente: Cristina Cifuentes fue la segunda más repetida en el buscador en 2018.