La mayoría aún no se ha recuperado del shock. Los jardineros y jardineras de Madrid fueron los primeros en entrar, dos días después de que la nieve dejara de caer en Madrid, en los parques históricos que cuidan cada día. Lo que allí se encontraron fue una “catástrofe ecológica”, “la caída de una bomba”, “una escena dantesca”.
Solo llegar a las garitas donde están las herramientas y las maquinarias les llevó horas, que pasaron abriendo caminos de nieve y esquivando troncos caídos. El paisaje apocalíptico les hizo caer las lágrimas. Lo que se inicia ahora, tras la retirada de los últimos copos, es un tiempo incierto. “Esto no se va a recuperar en 40 años”, dice Irene, jardinera del mayor parque urbano de la ciudad, la Casa de Campo. Su equipo está actuando en una zona próxima al lago. Un árbol ha caído al agua, la copa helada atrapada en el estanque.
A los especialistas consultados, el plazo de dos meses que se ha puesto el Ayuntamiento de Madrid para reabrir los parques les parece optimista. El trabajo titánico que queda por delante no es solo evaluar uno a uno miles de árboles -“hay que subirse, comprobar, salvar lo que podamos”, resume Emilio José Mediavilla, podador de El Retiro-, sino dimensionar las consecuencias que tienen para la ciudad la pérdida parcial de dos pulmones que permiten a una capital contaminada respirar aire más limpio.
Los jardineros advierten que “hay árboles que si no mueren ahora, morirán en seis meses”, lo que puede hacer crecer el número de pérdidas inmediatas causadas por el temporal. El Ayuntamiento calcula que más de 400.000 árboles que pueblan las 1.700 hectáreas de la Casa de Campo pueden estar dañados de forma severa (cerca del 70%). “Las especies que estén heridas y pierdan savia, hay riesgo de que vayan secándose con el calor y están mucho más expuestas a hongos, por ejemplo”, explica Santiago López, jardinero en el parque desde hace 15 años.
A pocos metros de él, hay un pino piñonero centenario volcado y dispuesto en horizontal al lado de la calzada. “Aquí tenemos que hacer el triaje, como los médicos. Yo a este lo salvaba”, interviene Miguel, otro compañero, que ilustra lo difícil a veces que es conciliar el criterio botánico con la garantía de la “seguridad” de los transeúntes. “Sabemos que tenemos que ser más contundentes en zonas por donde pasa gente”, asume. Cada vez que talan un árbol, hacen una ficha y fotografían el tocón -la parte del tronco que queda pegada al suelo como se corta- para dejar constancia de su edad.
El proceso de evaluar cada especie lleva tiempo, no vale con una inspección ocular desde abajo, subraya Carlos Luengo, agente medioambiental del Ayuntamiento de Madrid. Su trabajo consiste en examinar el estado de cada árbol y sobre su diagnóstico actúan después los equipos de podadores. Entre los veteranos del oficio, se ha extendido el miedo a que la empresa contratada por el Ayuntamiento para aligerar la actuación sobre los árboles dañados opte por la tala con más facilidad. “Me temo que pueda pasar eso, que cuando lo vean regular, lo talen”, confiesa.
En el gremio hay una guerra declarada contra la privatización. El cuerpo de jardineros municipales ha adelgazado mucho en los últimos años -en la Casa de Campo, el número se ha reducido más de la mitad hasta 50 efectivos y 15 conductores- y las empresas privadas han ido ganando terreno poco a poco. Las jubilaciones no se cubren y solo ha habido dos oposiciones en la última década: una en 2012 y otra en 2017.
Por eso, los trabajadores municipales no han recibido bien la noticia del contrato de emergencia: 110 equipos, 3.500 operarios más y 495 plataformas para poda y camiones. “Les molestamos. Sería más atractivo darlo todo a una empresa. Esto es la puntilla a la plantilla. Hacer un contrato exprés les sale más rentable. Tienen máquinas en abundancia que nosotros no tenemos”, lamenta López, también delegado sindical de Comisiones Obreras.
En la Casa de Campo, los jardineros del Ayuntamiento cuentan con una única plataforma para podar en altura. La otra aún está enterrada en nieve, dicen. Antonio Terrones, con 30 años de experiencia en el parque, está encaramado a ella. “Aquí el problema no es plantar sino cómo hacerlo”, dice para tratar de poner razonamiento al desastre que ha provocado Filomena en los parques históricos de Madrid.
En muchas zonas cercanas al lago, los pinos se disponen muy juntos y las ramas han crecido superponiéndose unas sobre otras. Sus hojas son perennes, con lo cual pueden retener más nieve, pesan más y se han vencido. La proximidad no ha ayudado a sostenerlos mejor, considera Terrones. Los árboles caducifolios, coinciden todos los consultados, han resistido mucho mejor la embestida de Filomena.
El reto: la reforestación
Los jardineros y grupos ambientalistas, como Ecologistas en Acción ven en la desgracia una oportunidad para repensar cómo plantar. “En praderas con sistemas de riesgo, las raíces son pequeñas porque el árbol tiene el agua a mano y no crece por abajo. Para que el árbol esté compensado, la copa y la raíz debe ser del mismo tamaño más o menos”, ejemplifica López. “Se ha abusado mucho de los pinos o cipreses americanos en estas plantaciones forestales y es probable que haya llegado el momento de plantar más nuestras frondosas autóctonas”, consideran desde Ecologistas en Acción. La organización advierte que se necesitan más manos “cualificadas”. “La urgencia nos puede llevar a intentar atajar y contratar trabajadores de forma precaria, con malas condiciones laborales”, añade un comunicado hecho público esta semana.
Basta un paseo por El Retiro, el otro gran parque urbano de la ciudad, para constatar las especies que han sobrevivido mejor a la catástrofe: plátanos de sombra, castaños de indias...El ejemplar más antiguo del parque, un ciprés de 400 años, apenas se ha visto afectado “por fortuna”, explica aliviado el jardinero Emilio José Mediavilla. Se agarra a estas pequeñas cosas, dice, para superar el impacto de un “desastre muy grande del que va a costar mucho recuperarse”. “Dan ganas de llorar, de verdad. La primera imagen que tengo del parque cuando entramos, con la nieve virgen, es como si hubiese caído una bomba”, describe. Las zonas más afectadas del parque, donde el Ayuntamiento estima que hay 11.000 ejemplares afectados (de 17.000), son los jardines de Cecilio Rodríguez, Campo Grande (cerca del palacio de cristal) y el entorno de la Rosaleda, según los trabajadores que están interviniendo en la zona. Este viernes han tenido que aparcar los trabajos por el fuerte viento en la ciudad.
Mediavilla insiste en que los esfuerzos, a partir de ahora, deben ponerse en la reforestación. “Vamos a exigirle al Ayuntamiento un plan pensado y analizado a cinco o diez años vista. Es muy importante”, remacha. Lo mismo piensa Luengo, que además de ser trabajador municipal forma parte de la organización Trepa. “En general falta educación ambiental para no demonizar a los árboles y valorarlos, también cuando se cae una rama”, agrega. El objetivo es trascender la idea de que las especies solo tienen un valor ornamental.
“La vegetación urbana da sombra, atenúa las temperaturas, aporta humedad ambiental, filtra el polvo y los contaminantes, secuestran CO2 a través de la fotosíntesis disminuyendo sus concentraciones en la atmósfera. Al tiempo disfrutar de los espacios verdes urbanos contribuye a mejorar nuestra maltratada psique, la ansiedad, la depresión…nos educa ambientalmente sumergiéndonos en los biorritmos, los ciclos naturales, las estaciones”, recuerda Ecologistas en Acción.