Como si de un sueño de Eduardo Noriega se tratase, Madrid muestra con sus calles vacías los estragos del gran paquete de medidas de contención del coronavirus. En pleno ecuador de la semana, la capital -y mayor foco de infección del país- está irreconocible en los distritos empresariales que normalmente bullen de actividad tanto las oficinas como los establecimientos que las rodean. “Hoy, miércoles, hay ambiente de sábado”, se lamenta Julio, propietario del bar La Jara.
Los trabajadores de Generali Seguros y otras multinacionales de la zona de Nuevos Ministerios van a buscar su café con leche con pincho de tortilla sin falta a las nueve de la mañana. A esa hora, solo Elena, vecina de la calle Edgar Neville de 98 años, se encuentra encaramada a la barra.
“A Generali han venido dos de cada diez trabajadores, y serán unos mil, así que estamos recibiendo menos de la mitad de la clientela normal”, dice Julio. Todas las empresas están dando de teletrabajo el mismo periodo que de suspensión de clases, aunque sea solo una recomendación. “Con todo mi dolor, yo mañana ya no vengo”, advierte Elena mientras paga su café con porras habitual. “No te preocupes, que yo te subo el desayuno a casa”, replica el camarero con una sonrisa preocupada.
Esta primera tanda ha servido como pronóstico de lo que les espera en las próximas semanas, pero el alcance real de la medida se va a notar en el almuerzo y en los menús del día. Y no solo en La Jara, también en El sueño de Gonzalo y Mundo Casero, especializado en comidas para llevar. “Pinta fatal, porque primero la gente tiene que comerse todo lo que han comprado en los supermercados”, bromea Luis, regente del último solidarizándose con sus compañeros de esta calle comercial.
Podría sonar a chanza, pero basta con cruzar la vista de acera para ver que no hay exageración en sus palabras. Mientras que la hostelería se resiente, Alcampo y Froiz, los dos supermercados de la zona, están a rebosar. Soledad sale con un carrito lleno de enseres: “Habitualmente bajo a desayunar a la calle, pero hoy me lo llevo a casa”, nos comenta.
Los establecimientos y las calles no son las únicas que muestran una estampa chocante para un miércoles. Sigue habiendo tráfico en las grandes avenidas y hay decenas de personas en los vagones de metro (aunque la afluencia ha caído un 30%), pero los autobuses que recorren las arterias colindantes van prácticamente vacíos, como el de la línea 5, que a las diez de la mañana cuenta con cuatro viajeros.
“Yo vengo desde las Rozas y he tardado quince minutos, lo nunca visto entre semana”, dice Gonzalo, que se dirige con su maletín a la zona de oficinas del edificio Picasso. Y, según avanza el bus hacia el parque empresarial de Azca, el horizonte se torna aún más desolador.
Antes de las oficinas, se encuentra el colegio Patrocinio de San José, cerrado durante los próximos catorce días. Sin embargo, en su papelería y reprografía de referencia aún cuelga el cartón de “abierto”.
“Ayer vendimos muchos usb y, curiosamente, cuadernos de colorear y pinturas para tener entretenidos a los niños”, dice Javier, propietario de Folder. Pero esta mañana casi nadie ha cruzado el umbral para encargar los masivos paquetes habituales de folios, bolis y material de papelería para los colegios y oficinas. Lo mismo ocurre en la empresa de impresión digital colindante: “Estamos parados”, nos confiesan.
A la salida, el escaso reguero de personas que camina por la calle se divide entre las que deben ir a trabajar, las que entran por la puerta de los supermercados y las que se dirigen tarde a la Iglesia para la misa de las diez. Ese es el caso de Juana, feligresa de la Parroquia hispanoamericana de la Merced: “La misa se celebra en la cripta de abajo, que es más pequeña, pero lo han movido por la distancia de seguridad”. Así lo explica un cartel a la entrada de la Basílica, en la que atiende al sermón una veintena de personas, menos de las que normalmente acuden al primer servicio del día.
La plaza de Pablo Ruiz Picasso, donde se encuentran centenares de empresas, es sin duda la zona cero del teletrabajo. En el centro, que según los porteros de las oficinas reúne a fumadores y trabajadores en la primera parada del café, tan solo descansan los obreros de los edificios en construcción y se sientan los jubilados a observarlos en su trabajo.
“Aquí hay cuatro empresas, una constructora, una de páginas web, un laboratorio americano y otra de parques nacionales del Estado, que son los que más han venido a trabajar hoy. Aún así, de 400 habrá poco más de cincuenta personas”, cuenta Pedro, portero del edificio Cubik a quien no dejan teletrabajar pero para el que la gravedad de la situación no es incompatible con mantener la calma. “No estoy preocupado”.
Las horas pasan y los parques, entre semana llenos de oficinistas trajeados comiendo un sandwich, se llenan de niños con sus madres, chavales jugando en las canchas de baloncesto y gente que pasea a su perro. Quizá las medidas de contención del Gobierno sean para prevenir un riesgo sanitario real, pero en muchas zonas de la capital tan solo “es un sábado más”.