Las luces o el sonido del tenedor batiendo un huevo que se cuela desde alguna ventana indica que sigue habiendo familias que habitan los barracones de dos plantas con fisionomía de corrala que conforman la UVA (Unidades Vecinales de Absorción) de Hortaleza. Unas construcciones levantadas en el franquismo como solución temporal para alojar a unas mil familias que vivían en chabolas y que en los 90 pasó a ser propiedad del Instituto de la Vivienda de Madrid (Organismo de la Comunidad de Madrid, que actualmente denomina Agencia de Vivienda Social).
Sesenta años después, el plan de demolición de este complejo de infraviviendas parece llegar a su fin con la construcción de 137 viviendas nuevas para alojar a cerca del 90% del vecindario. Sin embargo, el derribo de la laberíntica barriada también arrastrará a la asociación de vecinos, una pilar fundamental del tejido social de la UVA y del barrio de Hortaleza en general.
Allí, desde hace diez años, el educador social Julio Rubio imparte clases gratuitas de boxeo a las que “puede acudir quien quiera: chavales que están bien, que están mal, de clase alta, de clase baja, de aquí, de allá, adultos, chicas, chicos...”. Es en esa mezcla donde Julio encuentra la clave del proyecto Hortaleza Boxing Crew, no solo porque evita el gueto, sino porque “armoniza y rompe las relaciones del sistema educativo”, con el que es muy crítico.
“Al final, un derecho social no es que el niño que está en la calle todo el día porque sus padres trabajan 16 horas diarias para pagar un alquiler que está sobrevalorado en el mercado tenga un educador social de calle. El derecho social es que la madre y el padre tengan una jornada laboral digna, que puedan tener acceso a la vivienda, que tengan tiempo para poder estar con su hijo”, apunta.
Pero está en vilo el futuro de este espacio en el que los propios jóvenes confiesan que acuden para “desfogarse” y “aprender”, bajo el acuerdo de “no pegarse en la calle”. El edificio pronto será demolido, aunque aún no saben la fecha exacta. “La Comunidad de Madrid nos ofreció otro local, más pequeño, menos funcional y nos quieren cobrar 470 euros al mes, que no vamos a pagar porque somos vecinos y vecinas, no hay subvenciones, no hay sueldo, no hay nada”, lamenta Julio.
“Nos llenan de casas de apuestas y a nosotros nos echan”
“Nos están llenando los barrios de casas de apuestas que enganchan a los chavales, pero a nosotros, que trabajamos lo contrario, nos quieren echar. Parece que se quiere una juventud consumiendo o drogada. Faltan espacios en los que tengan cabida más allá del consumo”, se queja este educador social cuya dedicación por los jóvenes va más allá de los entretenimientos que coordina altruistamente cada semana.
Minutos antes de entrar en la clase del jueves, los benjamines son los más puntuales. Merodean con sus patinetes y en un momento interrumpen para preguntar a Julio “qué pasará con las clases”. “No, no te preocupes, si derriban el local nos tendremos que ir a otro sitio, pero no se van a acabar”, contesta el monitor mientras saluda al resto de adolescentes y jóvenes que van llegando poco a poco.
Una vez dentro, en la sala rectangular y diáfana, Julia, estudiante de Antropología y vecina de Hortaleza, se prepara para colocarse los guantes. Otros calientan saltando a la comba y siguiendo los pasos de Borja, un antiguo alumno que ahora también dinamiza las clases haciendo gala de un “espíritu de horizontalidad y respeto”, latente en todo momento. “En el boxeo se crea complicidad, no se subestima a nadie, sea cual sea tu condición”, sentencia este joven que compagina sus estudios de sociología con su trabajo como reponedor en un supermercado.
De fondo les acompaña la música que va cambiando con cada ejercicio y un grafiti en una de las paredes en el que se puede leer un mensaje claro: “Nuestros sueños no se derriban”. Para Juan*, un chico guineano, significa que “hay que tirar hacia adelante siempre, no hay barranco que te lo impida”, exclama emocionado con un marcado acento madrileño que ha ganado con los años en la capital. Junto a él se encuentran otros chicos, todos ellos de la Residencia de Primera Acogida Hortaleza, donde desde hace meses denuncian que los menores viven en condiciones de hacinamiento.
Aliou es de Guinea Conakry y es su primera clase, pero seguramente no la última. En los 60 minutos no ha perdido la atención y ganas ni un segundo. Se nota que está cómodo haciendo ejercicio y aprendiendo.
Para Mohamed también es su primer día, aunque por su destreza entrenando con Tarek no parece novato. Ambos tienen 17 años, son marroquís y cruzaron el Estrecho en patera unos meses atrás. “Estuvimos 30 horas en el mar, creíamos que íbamos a morir, te lo juro”, dice uno de ellos en un incipiente español que a veces se mezcla con el árabe.
Ahora quieren aprender el idioma, estudiar, conseguir los papeles, trabajar y seguir entrenando. “Si boxeas estás lejos del alcohol, la droga o el tabaco”, revela orgulloso Tarek. Tanto él como el resto de alumnos y alumnas del Hortaleza Boxing Crew, disfrutan preparándose para afrontar la vida desde cualquier ring.