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Madrid sigue “colonizada” por las terrazas tras el fin de la prórroga para adaptarse a la nueva ordenanza

Personas sentadas en terrazas cerca de la plaza de los carros de Madrid

África Gelardo Arrebola

8 de agosto de 2022 22:32 h

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Las terrazas amplían cada año su territorio conquistado en las calles de Madrid. A pesar de que la nueva ordenanza aprobada a principios de este año por el Ayuntamiento pretendía endurecer las sanciones para disminuir los puntos de posible conflicto con los bares, los vecinos de diferentes barrios denuncian que el problema con los establecimientos sigue siendo el mismo: mobiliario que ocupa toda la acera y no permite el paso a la gente, ruido, bares ilegales y mesas pegadas a las fachadas de los edificios. 

La nueva normativa entró en vigor en febrero, pero se decidió dar seis meses de adaptación a los locales. Ese periodo ya ha terminado, aunque los residentes aseguran que no han notado cambio alguno. “No ha cambiado prácticamente nada”, dice Pilar, presidenta de la Asociación de Vecinos El Organillo de Chamberí. “Con la pandemia, permitieron a las terrazas ocupar más espacio. La coletilla era 'mientras duraran las restricciones', pero se acabaron y ahí siguen las cosas”, añade. La nueva normativa recogía un régimen sancionador más estricto que la anterior, aunque también suponía una mayor permisividad. La vicealcaldesa de la capital, Begoña Villacís, hablaba el jueves de la semana pasada sobre este problema como un “clásico de verano”. “No hay ciudad que no tenga un problema con el ruido. Hay terrazas que hacen ruido pero se ha acabado la prórroga, el tiempo que había. Tenemos que reforzar las inspecciones para que tengan sus consecuencias”, aseguraba en una entrevista en RTVE.

“No sirve para nada”

La ordenanza también incluía evitar las molestias por la concentración excesiva de terrazas, con lo que el consistorio incluyó un mapa de zonas saturadas sobre las que actuar. Sin embargo, los vecinos aseguran que ni siquiera en las zonas ambientalmente protegidas (ZAP) se libran de las consecuencias negativas del aumento de la hostelería. “No sirve para nada”, asegura una residente del barrio de Chueca que prefiere no dar su nombre. Explica que en su zona hay bares que ponen mesas pegadas a las fachadas y mobiliario que impide a la gente pasar, sobre todo a personas con problemas de movilidad. Pero el problema va más allá, según detalla, ya que hay locales ilegales que siguen un procedimiento similar para poder asentarse en el barrio. “Primero, venden pan. Luego, ponen cafés, después sirven copas, y cuando ha pasado un año, han montado un bar”. Según señala, los establecimientos montan comercios en espacios donde no se pueden colocar más bares que finalmente acaban siendo locales de hostelería ilegales. “No queremos un local que sirva cafés porque después sabemos qué viene”, añade. 

Los vecinos destacan puntos como la calle Ponzano o los alrededores del Mercado de la Cebada como localizaciones donde especialmente se incumple la normativa. Un viernes a las 21.00 horas, la calle Ponzano cuenta con un bar a cada pocos pasos, a ambos lados de la vía y casi todos ellos con terrazas llenas de gente, a pesar del calor de agosto y de que algunos locales cuentan con el cartel de ‘cerrado por vacaciones’ en sus puertas. Precisamente esta vía fue una a las que el consistorio declaró como espacio saturado, lo que ha llevado a la retirada de la mitad de las terrazas que se encontrasen sobre plazas de aparcamiento –otro de los problemas recurrentes criticado por los vecinos–.

Pero menos terrazas no suponen menos mesas, ya que otra de las claves era reducir las distancias mínimas entre los clientes y una interpretación más laxa a la hora de ampliar el espacio de la terraza. Saturnino, presidente de la asociación vecinal Las Cavas de La Latina, dice que los “únicos cambios” que han notado estas semanas es un aumento del número de mesas, algo que temen que no sea legal. Y el problema, relatan, no son solo las mesas. “Hay terrazas que todavía tienen las estufas del invierno en la calle”, apunta Pilar, que habla también de sombrillas ancladas en el suelo y de sillas atadas a los árboles. Situaciones que en muchas ocasiones obligan a los viandantes a bajarse a la calzada. “No puedes utilizar la calle porque la están utilizando los locales para sus terrazas”, agrega Pilar, que califica la situación de “desmadre” y apunta hacia una “connivencia” del Ayuntamiento con la hostelería “porque si no, no se habría permitido que calles enteras estén absolutamente colonizadas”. “Madrid está en manos de la hostelería”, lamenta.

Los bares debían adaptarse también a una reducción del horario límite, que pasaba a ser hasta las 2.30 horas en fines de semana, hasta las 1.30 horas y la 1.00 de domingo a jueves. Maite, de la asociación de vecinos de Arganzuela, asegura que esto no se está cumpliendo y que, además, que no se cumplan los horarios trae consigo un mayor ruido que molesta a los residentes a altas horas de la noche porque, según apunta, se trata de un tipo de turismo “que no se dedica precisamente a ir al Museo del Prado”. “Lo básico es un control real del horario de esta gente. Lo que no se puede permitir es que a las tres de la mañana la gente no pueda dormir”, dice. Ella, como Saturnino, propone que se cree una sección específica dentro de la Policía que se dedique a controlar los incumplimientos de los bares, una suerte de “policía medioambiental” que vele por evitar excesos y devuelva la tranquilidad a los barrios, un trabajo que por el momento asumen los vecinos a través de sus denuncias. “El nivel de incumplimiento es tal que tiene que haber un servicio específico que controle que las calles están bien porque hay un descontrol total y es muy difícil hacerlo cumplir. Nosotros podemos colaborar, pero no es nuestra misión ser policías, y no nos gusta serlo”, asegura Saturnino. 

En la misma línea que el residente de Latina, Pilar habla de la importancia que ha tenido la acción vecinal para denunciar situaciones irregulares y prácticas que perjudican la vida en el barrio. De hecho, asegura que en Chamberí “se han ido consiguiendo cosas” porque están “todos los días al pie del cañón poniendo denuncias”, pero insiste en que todo se agrava por la permisividad: “Lo bueno es dejar que todo el mundo haga lo que le da la gana, y si no te gusta el barrio, te marchas”. Aunque ella tiene claro que no se va a marchar porque lleva “toda la vida” viviendo en la zona y no va a vender su piso “a un fondo buitre”.

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