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Millán-Astray recupera honores en Madrid una mañana de agosto por sentencia del Tribunal Superior

Víctor Honorato

24 de agosto de 2021 22:01 h

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Es casi un kilómetro de calle y las placas eran varias decenas, así que las cuadrillas de trabajadores municipales subcontratados empezaron temprano la faena, según las órdenes del Gobierno de José Luis Martínez-Almeida, del PP: una a una, fueron retirando las placas con el nombre de la maestra y pedagoga Justa Freire, represaliada por el franquismo, para devolver a esta vía del barrio de Las Águilas el nombre de José Millán-Astray, fundador de la Legión, propagandista de la “merecida victoria fascista” en la Guerra Civil y uno de los más obsesivos defensores, en su época, del valor de la envergadura testicular como señal de valor en los hombres. 

La operación responde a una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, que avaló otra previa de un juzgado de instancia y anuló el cambio en el callejero promovido por el Gobierno de Manuela Carmena. Según la resolución, no está claro de forma “inequívoca” que el militar participase en el golpe del 36, en contra de lo que sostienen la mayoría de historiadores.

La sustitución de las chapas realizada con agostidad –quién sabe si también alevosía– suscitó una pequeña revolución en las redes sociales pero pasó bastante inadvertida en el vecindario, semidesierto en plena temporada alta de verano. Los pocos que este martes a mediodía desafiaban al termómetro al sol o los sentados a la sombra de los árboles en los bancos de la calle, no estaban para disquisiciones sobre si, como propugnaba el ínclito, “fascismo, nacionalismo y falangismo son en el fondo la misma cosa” o si es de recibo que el personaje recupere el reconocimiento del callejero. “No significa nada”, decía José Alberto López, mecánico de profesión que vive en la calle en cuestión desde hace 45 años, mientras hacía tiempo para comer. “Siempre ha sido así y es mejor”, remachaba su argumento con que puestos a comparar dictadores, “otros como Pinochet” fueron más sanguinarios.

La costumbre, la confusión con las escrituras notariales a la hora de las herencias o con las indicaciones a los taxistas fueron algunos de los argumentos que aportaron las veteranas Eladia López e Isabel Sanz, charlando sentadas con las bolsas de la compra junto a una de las flamantes señales. Eladia, más de 40 años en el barrio y con muletas para caminar, aprovechaba para pedir que se devuelva también el nombre del general Romero Basart a su calle, que hoy reconoce al científico Blas Carrera, porque le resulta más familiar. La señora reconocía su ignorancia sobre el papel de unos y otros en la contienda, como también lo hacía el jardinero Federico Vega, vecino que acudió a ayudarla con las bolsas y que opinó al respecto: “Yo no soy de ninguno, pero cuando estaba Franco no te robaban”.

En una cafetería al comienzo de la calle estaban los jubilados Ramón y Elena, ambos contentos con el regreso del legionario. “La legión sigue existiendo y haciendo cosas buenas”, apuntó la mujer, que sí dominaba el tema —tiene estudios de historia— y reconocía que, si “le pusiesen Fidel Castro” a alguna avenida cercana, le parecería muy mal. Tampoco estaba muy conforme con que Salvador Allende tenga una calle en Carabanchel, porque entonces por qué no la podría tener también Pinochet, razonaba. Su marido también aplaude el cambio sin extenderse en tanto detalles.

Avanzando por la calle está la clínica dental Sourident, donde la pareja que atendía a los clientes no atinaba a identificar al personaje. “Me suena, pero no”, decía una. “Nosotras no nos metemos en esas cosas”, zanjaba la otra. Francisco, tomándose un café en una terraza, reconocía que no se había enterado del cambio, pese a tener la nueva placa casi enfrente. Él optaba por buscar una tercera opción para la nomenclatura, igualmente instalado en la idea de que la maestra Freire y el “novio de la muerte” tienen un peso simbólico similar, en función de los bandos políticos de hoy en día.

“A los mayores sí le dirá a algo, pero a los un poco más jóvenes nos da exactamente igual”, despachaba Rubén González, nacido en 1977, ferrallista incapacitado, con una colostomía que se señalaba insistentemente, pero que no le ha dado derecho a pensión, lo que consideraba mucho más noticioso que cómo se llame la calle. Para Diego Santamaría, unos metros más arriba recogiendo la compra del coche, lo importante es el coste: “El que hace las chapas en el ayuntamiento seguro que cobra”. “Esto ha sido marear la perdiz”, señalaba sobre el vaivén de nombres, aunque reconocía no tener “mucha idea” de memoria histórica.

La primera y única opositora al nuevo nombre en este sondeo sin valor demoscópico apareció hacia el final de la calle, ya cerca de la Avenida de la Aviación, a pocos pasos de la parroquia de Nuestra Señora del Aire. Se llama Andrea Marugán, tiene 25 años: “No se le pueden poner calles a asesinos y fascistas. Por mí que la vuelvan a cambiar”, reclamó.

Pasadas las dos, una de las cuadrillas que se había pasado la mañana desatornillando y atornillando placas descansaba, compartiendo patatas fritas de una bolsa. Eran cuatro, vestidos de amarillo, solo uno de ellos dispuesto hablar, con pocas ganas. “Esto es solo trabajo, en política no nos metemos”.