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Autobús fantasma al hospital sin enfermos

Víctor Honorato

3 de diciembre de 2020 22:09 h

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Al recién inaugurado nuevo hospital de pandemias de Madrid, el Enfermera Isabel Zendal, todavía no han llegado los médicos ni los pacientes, que se espera que se empiecen a derivar de otros centros tras el puente de diciembre, al tiempo que se van retirando los andamios de la obra, que ha costado 100 millones de euros. Como no tendrá servicio de urgencias, tampoco quien se rompa una pierna ni quien padezca una gripe complicada podrá acercarse por su cuenta. Desde el miércoles sí llega, sin embargo, una línea de autobús.

Sale del recinto ferial de Ifema y, en menos de 20 minutos está en la puerta del nuevo centro, mientras otro vehículo recorre el trayecto inverso. Así, de 7.00 a 23.00 horas, de lunes a domingo, según el cartel informativo. Los vehículos tienen un aforo limitado de 58 pasajeros, a causa del coronavirus. Pero de momento da igual, porque van vacíos.

Juan, de 73 años, salió hoy de casa totalmente de 'sport': chándal, chaleco y gorro morado para el frío. Vive cerca de la zona del Campo de las Naciones y se fue dando un paseo hasta el flamante edificio. “Como todo buen jubilado, soy muy curioso”, bromea, y reflexiona: “Si no tiene quirófanos, yo no le llamaría hospital”. Para volver, cogió el bus, que lo deja al lado del metro.

En la parada está un trabajador de atención al cliente de la Empresa Municipal de Transportes (EMT), Juanma. “Esta mañana han ido dos personas: un curioso y una señora que iba a entregar un currículum”, cuenta. Enrique, al volante, lleva haciendo el circuito desde antes del amanecer, y tras bajarse el jubilado, apaga el motor y salta a la acera a charlar. Al poco aparece otro autocar de otra línea, cuyo conductor hace lo propio. Fuma un puro fino y le toma el pelo al compañero: “¡Siempre te veo en el mismo sitio!”. Enrique concede: “Madre mía, hoy no he hecho nada”. Le quedan dos vueltas antes de acabar el turno. Los conductores se despiden.

La abortada Ciudad de la Justicia

El trayecto es corto hasta Valdebebas, la zona del norte de Madrid donde está el nuevo hospital, pero durante el mismo se puede observar la mezcla del paisaje, entre otoñal y lunar, territorio propicio sin embargo para recalificaciones urbanísticas e inversiones públicas dudosas.

Pronto se divisan el campo del filial del Real Madrid y la ciudad deportiva con los habituales cámaras de televisión en la puerta, a la espera de los futbolistas. Al lado está la estación de cercanías y, al fondo, el hospital, que capta menos la atención del edificio plateado de la abortada Ciudad de la Justicia, otro proyecto fararónico levantado en la era de Esperanza Aguirre. Con forma de huevo o rosquilla pasará próximamente a albergar el Instituto de Medicina Legal, 13 años y más de 100 millones de euros después de colocarse la primera piedra. El traslado iba a terminar en otoño, pero aún le quedan unas semanas, según las últimas previsiones. El dinero es similar al que costará el hospital de pandemias pero este último se ha levantado en tiempo record, según presumen las autoridades madrileñas. Y es previsible que no tarde 13 años en usarse, aunque el vicepresidente de la Comunidad, Ignacio Aguado (Ciudadanos), dijo este miércoles que “ojalá nunca haya que utilizarlo”. Se refería el socio díscolo (pero sostén en todo caso del Gobierno de Isabel Díaz Ayuso) a que este hospital -que sin atender a un solo paciente se conoce ya en toda España “no nace con vocación de estar permanentemente abierto”.

En la parada del Isabel Zendal está Miguel Ángel, de la EMT. Tampoco tiene mucho trabajo, pero agradece que dé el sol en la marquesina, que hasta las 10.00 horas aún acumulaba escarcha. Hay otro compañero de información a la salida de la estación de tren y ahí, a la sombra, “se pasa más frío que un perro chico”. A la parada se acercan sucesivamente dos señores que preguntan por el recorrido y la frecuencia.

“En principio va a durar”, explica el empleado, que entiende que la línea está operativa ya para que la gente la vaya conociendo. Pasan ciclistas, corredores, gente paseando; alguno se saca una foto con el edificio de fondo. No se oye a los obreros, que están en el otro lateral del recinto. Los conductores, en su pausa, recordaban que tampoco el bus especial de Atocha a Ifema, cuando el pabellón se destinó a hospital de campaña por el covid, llevaba muchos pasajeros los primeros días. Miguel Ángel sugiere que estas jornadas iniciales servirán para que el trayecto empiece a figurar en las aplicaciones de mapas de los teléfonos móviles. Ya lo hace en la de la EMT, aún no en la de Google.

Un guarda impide el paso al edificio e invita a dar la vuelta a la manzana por la acera exterior. A unos 200 metros están las obras, bastante avanzadas, de unos bloques de edificios. Miguel Ángel consulta en el teléfono un portal inmobiliario para ver los precios. Un estudio de 38 metros cuadrados se vende a cerca de 200.000 euros. “Yo me quedo en Valdemoro”, se ríe. Mientras, en la puerta del hospital, se va congregando un grupo de notables para una visita. Ninguno ha venido en autobús.

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