Las 20.55, M. y yo vamos a buscar a E. y nos dirigimos todos hacia Casa Camacho (tras recomendación de la propia E.). Cerrado. Agosto (sí, la visita ha sido en modo vacacional) + Madrid = Muerte en Venecia. Llevamos a reciclar unos cristales, saludamos a La Perla y de vuelta nos encontramos con Casa do Compañeiro, también llamado O’ Compañeiro. Por lo observado ya previamente en un mesón del barrio, parece que los gallegos no acaban de decidirse con el tema del nombre de sus establecimientos y terminan denominándolos de varias formas. E. nos dice que siempre lo ha querido conocer porque le atraen sus azulejos, le recuerdan a los que se ven por su zona, las Arribes del Duero, de procedencia portuguesa. Entonces yo pienso en Madredeus, en Lisboa story de Win Wenders y mi cabeza se va unos segundos, con la música puesta, años atrás, mientras miro los azulejos. Son bonitos, aunque yo siempre imagino los azulejos portugueses azules y los de Talavera amarillos y azules, seguramente me confundo. Y de repente GOOOOOOL, el Real Madrid, Ronaldo sigue siendo un crack y se introduce en nuestra conversación. Volvamos a lo nuestro, el local es antiguo (más de 100 años, se abrió en 1920 como Bodega Felipe Marín y Hnos., aunque el matrimonio que lo regenta actualmente, originarios de Lugo, lleva 40 años dedicándose a dar de comer en él) pero está cuidado: tiene mesas de mármol, barra típica de tasca, los azulejos previamente mencionados, luz blanca poco acogedora y una enorme TV (como ya habréis podido imaginar). Aunque pertenece a la categoría “tascas típicas” es una de las menos promocionadas/conocidas del barrio. Bueno, los extranjeros la conocen, aparece en la Lonely Planet y, por ello, la carta la presentan también en inglés.
Entre las bebidas, curiosamente, ofrecen yayos (una mezcla de gaseosa, vermú y ginebra que, creo, hicieron conocida o inventaron en Casa Camacho, donde pretendíamos ir). Se lo comento a M., que es dado al vermú, él elige un yayo (1,40 €) y E. y yo un albariño (1 €/copa). El yayo lo encontramos algo dulzón, pero se deja beber, es bastante menos aromático que un buen vermú y más alcohólico. El albariño, no vi la bodega, está bien, correcto, aunque se notaba que llevaba abierto un tiempín. Nos ponen para picar un combinado de kikos y varias cositas tostadas por el estilo, el cual cumple su función distractora y animadora del bebercio.
Cada uno elige una ración que luego compartiremos todos, M. se decanta por la panceta (8 €) y E. en principio por pulpo a la gallega, pero no hay, así que elige unas patatas bravas (7,50 €). La panceta está sabrosa, algo salada (lo cual, según E. es, una vez más, intencionado para que nos demos a la bebida), pero bien frita, aunque yo la hubiera dejado un puntito más crujiente. Las patatas bravas, picantillas, con toque de mahonesa, bien. Grandes cantidades.
Yo opto por una de calamares a la romana (9,50 €), perfectamente fritos, nada grasientos, delicados y buena ración. Vienen con los Humberts Boys puestos, Humbert II ronca profundamente, Humbert I dice que las vacaciones son un espejismo y la realidad va a acabar con nosotros. Le comento que no es momento para hablar de realidades, él me rebate: “¡siempre es momento para hablar de la realidad!” Le digo: “prefiero convencerme de que el espejismo es parte de la realidad”. Humbert I sentencia: “sí, sí, ya verás cuando la realidad te caiga de lleno, con todo su peso específico”. Vale, ya veré, y le doy la razón… se me está haciendo larga la conversación.
Entre una cosa y otra, M. ya ha pedido dos cañas (1,40 € cada una) y E. y yo dos ribeiros (2 € cada uno). La caña buena y bien tirada. El ribeiro mejor de los que se encuentran normalmente en los bares típicos; E. dice que sabe a mar, no es ni excesivamente alcohólico ni está aguado. Marida estupendamente con los calamares.
Finalmente pedimos un pincho de tortilla (4 €). Tal vez no debíamos haberlo pedido, pero es que somos un poco tragaldabas… Es un cuarto de tortilla bastante secañoso recalentado en el microondas, no merece la pena, va acompañado de un trozo de pan. Al pedir, al principio, nos preguntaron si queríamos pan, sí, y nos pusieron una gran cesta de barra de pan de leña (el precio no lo logro saber, la cuenta nos la hicieron a mano y me resulta incomprensible).
Este establecimiento lleva un montón de años con el cartel de “se traspasa por jubilación”, por lo que, en cualquier momento, desaparece en la vorágine de sitios industriales, fashion, chulis, etc., así que si quieres conocerlo, vete ya.
Recomiendo esta tasca especialmente por su antigüedad, el tamaño de sus raciones, el ambiente de otras épocas, la imperturbabilidad de sus dueños y su amplia oferta. Es uno de esos sitios donde hay que ir antes de que se lo coma la estandarización.
Al salir E. propone ir a una terracita, M., por su parte, propone pasear, así que paseamos, vemos el mercado Barceló, criticamos su falta de luz natural y alabamos sus formas, y luego vamos a una terraza en la calle Fuencarral, a tomar un cóctel. Vemos la carta, la oferta es escasa, así que nos levantamos y vamos a golpe seguro, al Mérimeé… Pero nada es seguro en esta vida. Hemos tomado excelentes cócteles, tanto alcohólicos como sin, en este local, estamos emocionados pensando que nuestro “postre” va a ir requetebién. Nos dan la carta y resulta que ya no tienen la amplísima selección de cócteles de nombres divertidos, elegantes y coloridos y combinaciones originales y atrevidas… No, ahora ya solo ofrecen los que están más vistos que el TBO: pisco sour, margarita, gin fizz, mojito, etc. Preguntamos a la chica que nos atiende y nos comenta que la gente casi no pide cócteles, nada más que los muy conocidos, y por eso han propuesto una carta más simple. Bueno, una pena que a la gente no le gusten los cócteles, a mí me parecen un grandísimo invento y un final o inicio de cena excepcional. E. pide un Cosmopolitan (8 €), que está correcto, presentado en la copa adecuada y con su punto de acidez y dulzor pertinentes. M. elige un French 75 (ginebra, zumo de limón, azúcar y cava, 8 €) aguado y de sabor nada logrado, no consiguen un todo armónico, sino una simple mezcolanza insulsa. Yo me decido por un Bellini (puré de melocotón, zumo de limón y cava, 8 €) que comparte con el de M. su carácter aguado: el puré de melocotón debe ser un zumo de melocotón con gas o similaris, la textura no está nada lograda y el sabor no aporta nada, sabe a cava malo, ácido… ni más, ni menos. Es una pena, no sé si en algún momento, en la actualidad, tienen buenos cócteles, tal vez los martes no estén los barmans adecuados, no sé, el caso es que los cócteles eran bastante penosos, nada que ver con todos los matices, aromas y sabores que aporta un buen cóctel (y que en otras épocas ofrecían en este mismo establecimiento). Mérimeé también tenía buenas viandas, no sé ahora cómo será la cosa.
* Sí, sí, parafraseando el programa.
- Casa do Compañeiro/ O’ Compañeiro, Calle San Vicente Ferrer, 44, tel. 91 521 57 02. Horario: de lunes a domingo de 13.00 a 15.30 y de 19.00 a 1.30.
- Mérimeé, Calle Fuencarral 61, tel. 91 116 67 02. Horario: de lunes a jueves de 10.00 a 01.00, viernes y sábados de 10.00 a 02.30. Domingos de 10.00 a 1.00. Web: http://www.merimeegastrobar.com/