A pesar de que en los años treinta fue una experiencia muy conocida en Madrid, la memoria de la Casa de los niños se aparece hoy desvaída, hasta el punto de que poca gente sabe situar dónde estaba esta iniciativa del Lyceum Club Femenino, que cristalizó en una guardería gratuita para familias obreras.
En la mayoría de las noticias de la época se alude a una localización difusa, “en los Cuatro Caminos”, “los altos de la calle Bravo Murillo” o, como mucho, a una no del todo precisa situación en los jardines del Canal de Isabel II. El número postal de la calle era el 32 y, en realidad, se encontraba situada dentro de una arboleda entre las calles de Álvarez de Castro y José Abascal, antes de que la prolongación de esta última la hiciera llegar a Bravo Murillo.
Las madres trabajadoras de los niños y niñas de las barriadas de Cuatro Caminos y Chamberí podían solicitar el ingreso de sus hijos antes de que cumplieran tres años (se daba prioridad a los hijos de “asistenta, empleada, obrera o costurera y cuyos medios de vida sean escasos”. Se seleccionaba, además, atendiendo primero a hijos de madres solas, familias numerosas y con jornales reducidos. En la Casa de los niños, los alumnos recibían educación higiénica, desayuno, comida y merienda-cena. Cuando llegaban a los cinco años, la institución gestionaba su admisión en un colegio, asegurándose de que contara con cantina escolar.
En 1927 ya se trabajaba en el proyecto. Desde el Lyceum Club se organizaban fiestas (en las que actuaban artistas conocidas como La Argentina), exposiciones de juguetes donados o conferencias para recaudar fondos. La comisión encargada de la organización estaba presidida por Consuelo Bastos y contaba con Victoria Kent (secretaria), Gloria Luna (vocal), María G. Güell de Oriol, Elvira Gancedo o Luz Sela. Cuando echó a andar, Bastos y Luna siguieron al frente, pero las acompañaron Teresa Morales de Suárez y Camila Ventura Subirá.
La inauguración se produjo en diciembre de 1928 con una docena de pequeños de los cuarenta previstos –aunque llegarían a atender al menos a sesenta–. Suscitó mucho interés en la prensa del momento, que lo saludaba como lo que quería ser: un proyecto piloto con vocación de extenderse al resto de barrios trabajadores de la capital.
La Casa de los Niños –La Casita, se llamaba internamente– se financiaba con suscripciones y donativos, y siguió después de su inauguración apelando a la caridad de la burguesía madrileña en numerosas ocasiones. Por ejemplo, cuando se acercaban los Reyes Magos, pedían donativos de juguetes y dinero. Eso sí, resulta avanzada la aclaración que hemos encontrado en una de sus llamadas: “rogamos encarecidamente no lleve escopetas, pistolas, cañones, etc., por ser contrario a nuestro ideal de paz y humanidad”.
Construida de forma desinteresada por el arquitecto Ignacio Cárdenas –autor del edificio Telefónica–, contaba con un extenso jardín donde los pequeños comían y pasaban el día, si el tiempo lo permitía, y una pileta para el baño. En un extenso artículo titulado Una visita a la casa de los niños (Cultura integral femenina, 1933), la periodista Natividad Peñalver la definía como “una inmensa casa de muñecas, pues todo es allí como de juguete. Mesitas chiquitinas, sillitas, cunas, cubiertos, todo minúsculo, todo para muñecos”. Otro reportaje del periódico La Libertad calificaba el entorno como “un bello y diminuto palacio encantado”. Los terrenos fueron cedidos y el coste de construcción de la casa ascendió a 29.000 pesetas (el mismo dinero que gastaban anualmente en comida a la altura de 1933).
Aunque la casa abría los días laborables, los domingos (y durante el verano), el local se convertía en biblioteca, gracias a un proyecto en el que colaboraban la Residencia de Señoritas y la sección de Sociología del propio Lyceum. Desde el principio, la bibliotecaria y miembro de la Biblioteca de señoritas Elvira Gancedo había sido una de las impulsoras del proyecto, y en la aventura encontraremos otro nombre conocido, el de Elena Fortún, que dirigiría a un grupo de alumnas de Biblioteconomía que acudían los domingos a contar cuentos a los niños y niñas.
La experiencia llegó a su fin, como tantas otras, con el golpe de Estrado franquista, tal y como figura en una memoria de la institución: “La casa de los niños cerró para siempre al empezar en el verano del 36 nuestra guerra civil”.