Cuando los guardias echaban a palos a los niños pobres de El Retiro y otros parques de Madrid

Damos por hecho que los parques públicos, una vez han adquirido dicho apellido, se convierten en terreno de todos. Pero no hay espacio que escape de las diferencias que atraviesan la sociedad donde se insertan y echar un vistazo a los conflictos de clase en nuestro parque por excelencia durante el primer tercio del siglo XX quizá pueda ayudarnos a pensarlo hoy.

El Retiro es parque público desde la Revolución Gloriosa de 1868 (aunque los ilustrados habían abierto sus puertas antes). Entonces se llamaba Parque de Madrid, nombre que ahora nos suena muy genérico, pero obedecía bien a la realidad de una capital sin parques. Suele citarse Birkenhead Park, abierto en 1847 en Liverpool, como el primer parque público y Central Park comenzó a construirse en 1858. Los parques no siempre estuvieron ahí.

El 9 de noviembre de 1918 aparecía en La Esfera una carta abierta del periodista Dionisio Pérez al alcalde de Madrid (el efímero Luis Silvela) titulada Niños de Nueva York y de Madrid. El texto participaba del debate de la cuestión social y las perentorias circunstancias de los niños de las clases bajas. Desde una visión higienista, proponía parques para los recreos de los niños pobres, como los de Nueva York, y lo hacía denunciando el trato que a los hijos de las clases populares se les dispensaba en los escasos parques públicos de que disponía la ciudad:

“Si intentan refugiarse en los parques, en el Retiro, en la Moncloa, en Recoletos, en el Prado, los guardas que capitanea D. Cecilio los expulsan violentamente; a golpes, cuando no huyen ante las amenazas”.

Don Cecilio era, claro, Cecilio Rodríguez, Jardinero Mayor de El Retiro desde 1914 y de la villa de Madrid desde 1924. Recordamos su nombre por los jardines dedicados a persona y por ser responsable de espacios ajardinados de fuste, como La Rosaleda en El Retiro.

En el artículo, Pérez abogaba por el uso de los parques como vehículo educativo para las clases populares:

“Los niños pobres comienzan a aprender, con espanto, que los pilletes y los golfillos, como se les llama, son de una casta inferior; que el Ayuntamiento de Madrid cuida sus jardines para los niños que van bien vestidos, que llevan zapatitos relucientes; que ellos están condenados a ser perseguidos por los guardias, a ser aporreados por las porteras que los cogen en una diablura. Se les enseña, Sr. Silvela, la noción brutal de que están fuera…”

No es la única vez que el nombre de Rodríguez aparecerá en prensa a propósito de la restricción del espacio público a la infancia. En julio de 1920 La Correspondencia de España publicaba un artículo que, bajo el título Los esbirros del tirano, denunciaba la severidad con que se empleaban los guardias municipales en cuidar los nuevos jardines de Madrid. El texto contenía la carta de una persona que aseguraba que había sido conducida a comisaría junto con dos niños a los que se reprendió por jugar con la tierra en el Paseo del Prado. En otras ocasiones, el alambre de espino salió a relucir a propósito del accidente de un niño en el parque de El Retiro.

El tema llegó a ser tan comentado que en 1925 en La Voz publicaba una entrevista imaginada con el conde de Vallellano –otro alcalde de Madrid– que llevaba por subtitulo El arrepentimiento de D. Cecilio Rodríguez y dedicaba todo el texto a ironizar dialogadamente con de la afición del jardinero por los alambres de espino. “Arrancaré todas las praderas artificiales sin dejar una. Los espacios que ocupan serán para los niños…” decía el ilusorio Rodríguez, que, para terminar de enfadar a los madrileños, llegó a proponer durante aquellos años vallar la Dehesa de la Villa.

El debate del alambre de espino tiene su correlato en otros fenómenos reguladores de la calle, como la estricta separación del tráfico rodado y el peatón, o en la división funcional de espacios que trajo las ciudades que hoy conocemos.

Pero también late en la cuestión la pátina moralista de las corrientes higienistas del momento. Incluso los mayores valedores de los derechos de la infancia lo hacen desde la perspectiva de la erradicación del miasma social asociado a la pobreza, tal y como expresa el propio Dionisio Pérez en el artículo de La Estampa aludido: “leprosos, cuya infección se engendra en su propio hogar, y hay que librarles de ese contagio y hay que hacerlos superiores a su estirpe”, escribía.

Lo cierto es que en los parques públicos se reflejaba, una vez más, la creciente segregación espacial de la urbe. Los grandes parques (el del Oeste o el propio Retiro) se encontraban en el Madrid rico, lo que se sumaba a una normativa municipal que prohibía que los niños acudieran solos. Ni que decir tiene, los más pequeños de las clases trabajadoras carecían de niñeras ni los miembros de su familia se encontraban liberados del mercado de trabajo.

En 1930 el Ayuntamiento sacará un concurso para dotar a la ciudad de un sistema de parques y jardines. Fue ganado por Pedro Roy Herreros, que proponía acotar solares y jardines municipales para el uso de los niños de las clases populares, dotándolos de arbolado, biblioteca, gimnasio, piscina, ludoteca, cantina infantil y hasta transporte diario.

La iniciativa, que aún hoy sorprende por su modernidad, no escapaba sin embargo de la misma asunción que llevaba a los guardias de Rodríguez a desconfiar de los niños pobres jugando en El Retiro: las clases populares tienen un comportamiento incívico, razón por la que es necesario que las dotaciones destinadas a sus críos estén acotadas y especialmente vigiladas. Por ello, Pedro Roy Herreros proponía un cuerpo de policía femenino dentro de su propuesta.

En los contornos de los barrios populares –bien por el carácter informal de su urbanización bien por infradotación–, sencillamente no había parques dignos de tal nombre, solo los espacios naturales propios del final de la ciudad en el caso de la periferia. Por ello, cuando en 1919 se propuso el proyecto de Bibliotecas Circulantes de los Parques de Madrid, los templetes para los libros se instalaron en El Retiro y el Parque del Oeste. Por ello también, era necesario idear un transporte y una custodia de unos niños a los que se presuponía golfillos.

PARA APRENDER MÁS

  • Pozo Andrés, María del Mar del. “La utilización de parques y jardines como espacios educativos alternativos en Madrid: 1900-1931.” Historia de la educación: Revista interuniversitaria (1994
  • La Esfera
  • La Voz
  • El Sol