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La lucha contra un cantón de limpieza proyectado a 8 metros de sus casas une a los vecinos del barrio de La Paz

Luis de la Cruz

26 de junio de 2023 01:00 h

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Poca gente, incluyendo a sus propios vecinos, conoce el nombre del barrio de la Paz, en el distrito de Fuencarral El Pardo. Encajonado entre el Barrio del Pilar, Mirasierra y Fuencarral pueblo; y delimitado por distintas carreteras (la M-30, la de Colmenar y la Avenida del Cardenal Herrera Oria), se trata de un barrio de personalidad poco definida, que vive a la sombra de otros y que, sin embargo, alberga más de 37.000 almas.

Durante las últimas semanas su nombre está sonando más de lo habitual en prensa y redes sociales por las protestas que una parte de los vecinos están llevando a cabo contra la instalación de un cantón de limpieza en lo que hoy es un aparcamiento en superficie contiguo a las casas de la colonia de San Enrique, donde están los pisos más antiguos de la barriada, construidos en torno a 1976.

 Una parcela de 695 metros cuadrados de titularidad municipal cedida al Área de Medioambiente y Movilidad. La cuña en la confluencia de las calles Sangenjo y Fermín Caballero, que sirve de aparcamiento para los pisos de la colonia de San Enrique, que, a diferencia de la mayoría de los edificios más nuevos de la zona, carece de parkings privados en una zona de extraordinaria densidad poblacional.

Hablamos con los portavoces de los vecinos que se están organizando desde hace meses para intentar parar la construcción del cantón a la puerta de sus casas (o, incluso, de sus ventanas). Según nos cuentan, el proyecto llegó a sus vidas de sopetón y por casualidad. Un vecino de la zona, que se había involucrado en la lucha contra el también protestado cantón Montecarmelo, accedió al proyecto de los nuevos cantones a principios de abril, encontrando con sorpresa que también había uno proyectado al lado de su casa (que en un primer momento no había sido incluido en el plan).

“Mucha gente no se lo creía hasta que nos reunimos con el Ayuntamiento y nos lo confirmaron. Y aún hay gente que no se ha enterado”, explican desde la Plataforma contra el cantón de limpieza de Sangenjo 35.

El esquinazo está tan integrado con los pisos de la colonia San Enrique que sorprende ver las fotografías compartidas en la petición online o las redes sociales de los vecinos. Resulta extraño pensar en que se instale allí una estructura de hasta seis metros de esta naturaleza. “Está a solo ocho metros de las viviendas más cercanas de la calle Fermín Caballero, a 18 de las de la calle Sangenjo y a 30 del centro de Esclerosis múltiple que hay enfrente”, explican. Además, la parcela está muy cerca también de la biblioteca pública Rafael Alberti, del parque que articula la colonia de San Enrique y del Instituto Dámaso Alonso, conocido como El Blanco.

Aunque desde el Ayuntamiento afirman ahora que el cantón no tendrá transferencia de residuos ni actividad nocturna, esto no cambia la posición de rechazo del vecindario. “No hay memoria de actividad, por lo que, aunque digan que no habrá transferencia de residuos, nos tememos que la empresa concesionaria pueda cambiar el uso, que sean solo buenas palabras para seguir adelante. Residuos va a haber, porque se van a almacenar carros y los van a limpiar allí, e incluso los centros sin actividad nocturna empiezan su actividad a las seis de la mañana”, explica a este medio uno de los portavoces de los vecinos.

No es la primera vez que el vecindario se levanta en pie de guerra por el intento de colarles una infraestructura no deseada. A finales de los años 90 el Ayuntamiento concedió una licencia para la instalación de una gasolinera en la misma parcela, pero las protestas de los vecinos, que llegaron a ponerse delante de las máquinas, hicieron cambiar finalmente su ubicación.

 Pocos años después, hacia 2006, se produjo la mayor batalla vecinal de la que ha tomado parte el barrio en las últimas décadas: la lucha contra los parquímetros. El barrio de la Paz queda fuera de la M-30 (es limítrofe con la Avenida de la Ilustración, el nombre que la vía toma a su paso) y en teoría esto debía dejarlos fuera de la zona de Estacionamiento Regulado. Se hicieron manifestaciones cada jueves, se pintaron las líneas de del SER de rosa o blanco por las noches, se cortó la Avenida de la Ilustración y se llegaron a vandalizar los parquímetros antes de entrar en funcionamiento. El movimiento convocó a 2000 personas frente a la Junta Municipal de Fuencarral El Pardo en una de las muchas concentraciones convocadas en la época. Aquella pelea contra los parquímetros, que aúno a varios barrios de Madrid (en los cascos históricos de Fuencarral y Hortaleza y consiguieron su retirada) vio nacer a uno de los ninots vecinales de protesta más recordados, un muñeco de tres metros que respondía al nombre de Ruiz-Vampirón y se convirtió en la sombra del entonces alcalde de Madrid.

Particularmente recordada es la acción de Jesús Otero, que entonces contaba con 71 años. Portavoz de la Plataforma contra los Parquímetros de Fuencarral, este vecino de la calle de Sangenjo se encadenó al parquímetro de enfrente de su casa, al que disfrazó de Tita Cervera, haciendo referencia a la célebre acción de la baronesa Thyssen que consiguió paralizar la tala de árboles en el Paseo del Prado. Otero fue condenado en 2008 a un año de cárcel y una multa de más de 4.000 euros, razón por la que los vecinos de La Paz volvieron a salir a la calle y a concentrarse en el número 35 de la calle de Sanjenjo –la “plaza de los parquímetros” llegaron a llamarla– en solidaridad con el líder del movimiento contra el SER.

Ahora, la batalla por el espacio urbano en el barrio de la Paz tiene su zona cero en el esquinazo del cantón y el barrio se ha vuelto a involucrar. Todos los jueves hay cacerolada en Sangenjo, las concentraciones, desde la calle o las ventanas, va creciendo semana a semana y ya está reuniendo a unas 150 personas.

“Cada vez se va incorporando más gente a las caceroladas y esto hace que se vaya terminando de enterar todo el mundo. Si hay juntas de bloque se comenta. Estamos intentando acciones que tengan en cuenta la edad media elevada del barrio para que todo el mundo pueda aportar, el otro día tuvimos una limonada solidaria y bajó mucha gente, hay vecinas que traen un bizcocho, hay gente con los niños en el parque que echa una mano haciendo chapas (cuyo beneficio sirve para hacer fotocopias), los comercios están poniendo carteles y todo el mundo empieza a tener la sábana colgada de la terraza con mensajes contra el cantón”, explican los vecinos con los que hablamos.

Tampoco las caceroladas, por cierto, son un repertorio huérfano de genealogía en el barrio. En mayo de 2006 los vecinos consiguieron con el ruido ensordecedor de 150 cacerolas que se suspendiera el Pleno de Distrito. La Concejal Presidente de Tetuán de la época, Paloma García-Romero, había desadmitido las 220 solicitudes vecinales presentadas para intervenir en el pleno a propósito de los parquímetros de la discordia.

Los vecinos y vecinas saben que el proyecto no necesita la sanción de un pleno –solo la reunión del Equipo de Gobierno– y temen que lo aprueben deprisa y corriendo, con agosticidad y poca capacidad de reacción vecinal. Se han constituido como grupo de trabajo autónomo dentro de la Asociación Vecinal la Flor (la de más tradición del Barrio del Pilar, ya que en San Enrique hubo una hace ya muchos años que ya no existe). “Seguiremos protestando y si tenemos que cortar la Avenida de la Ilustración lo haremos”, afirman.

 La nueva hornada de cantones de limpieza se ha convertido en un escollo para el Ayuntamiento saliente y, ahora, entrante de nuevo del Partido Popular. El área de Medio Ambiente y Movilidad de Borja Carabante proyectó 16 nuevos cantones, 12 de ellos paralizados por la cercanía de las elecciones municipales, pero no anulados y cuyos proyectos se retomarán ahora previsiblemente, como sucede con el del barrio de la Paz. Los afectados siguen reivindicando que los cantones se reubiquen en zonas más alejadas de las viviendas, donde los vecinos no tengan que soportar olores, ruidos y otros sinsabores. El de la calle Sangenjo, por la extrema cercanía de a las viviendas, se lleva la palma y sus vecinos han encontrado el camino de vuelta a la historia de unión y protesta vecinal que ya transitaron en el pasado.