El 24 de junio de 1858 la calle Ancha de San Bernardo fue una fiesta. Desde la tribuna colocada para la ocasión, la Familia Real -Isabel II con su hijo, el futuro Alfonso XII, y su consorte Francisco de Asís- aprovechaban la oportunidad más adecuada para darse un baño de multitudes: la llegada del agua del Lozoya a Madrid, en lo que fue la inauguración del Canal de Isabel II.
La propia reina, gran impulsora del proyecto junto a Juan Bravo Murillo, accionó la palanca a la altura de la Iglesia de Montserrat, en lo que aún era el solar del antiguo cuartel de Monteleón, y el agua brotó por encima de los edificios de la calle Ancha.
La prensa del momento nos permite hacernos una idea de cómo los borbotones de agua podían ser más espectaculares que los fuegos artificiales en el Madrid de los cántaros y los aguadores. “Abiertas las llaves de la gran fuente, contempló el pueblo entusiasmado el inmenso surtidor, al que el violento aire que hacía no permitió elevarse a la altura que en las dos primeras pruebas que hemos presenciado; pero que en cambio inundó la calle Ancha de San Bernardo, convirtiéndola en un caudaloso río”.
Personalidades a parte, hubo una buena representación del pueblo, los sombreros de los espectadores, que habían pagado 40 reales para no perderse la ocasión, volaron al aire en señal de júbilo y Posada Herrera, ministro de la Gobernación, comentó con la
reina: “Señora, hemos tenido la suerte de ver un río poniéndose de pie”.
Para la presentación se había colocado una fuente que estuvo después en la Puerta del Sol, donde también elevó su gran chorro en algunas ocasiones especiales (inundando también la plaza, por cierto). Como tantas otras fuentes y monumentos de Madrid, la fuente ha tenido una vida llena de peripecias viajeras en el siglo XX: estuvo luego en la glorieta de Cuatro Caminos y actualmente se encuentra el surtidor en el Palacio de Cristal de El Retiro y el pilón en la Casa de Campo.
Para hacernos una idea de la magnitud del acontecimiento debemos trasladarnos al Madrid de los más
de 120 kilómetros de túneles de los viajes del agua (de los que hablaremos en otra ocasión), incapaces ya de garantizar el abastecimiento y la salubridad de una ciudad en pleno crecimiento.
Las estampas de aguadores y cántaros en las fuentes de aquellos viejos acueductos tenían los días contados y los madrileños podrían lavarse un poco más que hasta la fecha. En el barrio había muchas fuentes que se surtían de pequeños viajes, por ejemplo la del viaje de Amaniel junto al viejo convento de los Premostenses, o la del Alcubill,a cerca del convento de San Plácido.
Más de un siglo después el Canal de Isabel II, la empresa que gestiona el ciclo del agua en prácticamente toda la Comunidad de Madrid, es una empresa rentable con fama de tener una gestión ejemplar y a la que, sin embargo, persigue el fantasma de la privatización. Son muchos los vecinos de Madrid que se han organizado y se oponen a ello, como si de alguna manera en la memoria colectiva de la ciudad aún latieran los tiempos de sequía y “aguas gordas”.