La calle Fuencarral da para mucho. En su larga fisonomía caben modernidad, casticismo, historia... y crímenes. El más conocido de todos ellos tenía que ser, evidentemente, el que lleva el nombre de la calle. El crimen de la calle Fuencarral.
Sucedió en el año 1888, en el número 109. Los vecinos alertaron a la policía del olor a carne quemada que salía de una vivienda y allí se encontró el cuerpo de Luciana Porcina, quemada y con signos de apuñalamiento. También se halló a otra persona, la criada, junto a un perro bulldog, los dos aparentemente narcotizados en la cocina.
El crimen no habría pasado de noticia estrella de la crónica de sucesos si no fuera porque fue pionero en el género e implicó a nombres ilustres de la sociedad madrileña. Lo que hace al crimen relevante para la historia es el gran debate que generó en la opinión pública, siendo piedra fundacional del periodismo de sucesos. También fue el primer juicio con Acción Popular y la ejecución con garrote vil de Higinia Balaguer fue la última que se hizo de manera pública en España. Casi nada.
Higinia, que a la postre sería condenada y ejecutada, llevaba sólo seis días trabajando para doña Luciana, que tenía fama de ser una mujer insoportable. Higinia vivía “amancebada” con “El Cojo Mayoral”, que regentaba un puesto de bebidas frente a La Modelo, donde estaba preso José Vazquez Varela “El pollo Varela”, hijo de doña Luciana y visitante habitual del presidio. En esta ocasión estaba dentro por haber robado una capa en el Café Mazzantini, aunque en otra anterior había ingresado por agredir a su madre.
La cosa se complica porque Higinia había trabajado sirviendo en casa del director de La Modelo, José Millan Astray, y en el transcurso del juicio y en una de las veinte veces que cambió su declaración acusó a El Pollo Varela y a unos amigos del crimen, y a Millán Astray de haber facilitado la salida de la cárcel para cometer el asesinato y robar a Luciana, a quien apodaban “La Billetes”: “El señorito mató a su madre y el Sr. Millán lo planeó. Yo iba a ser pagada generosamente por dejarle entrar en la casa” declaró Higinia ante el juez. La versión podría no haber sido verosímil de no ser porque numerosos testigos declararon haberse topado con el hijo de Luciana ese día y hasta uno haber tenido una reyerta con el pendenciero joven. También una amiga de Higinia, “La Dolores”, se vio implicada por haberle ayudado a robar el dinero y las joyas de la casa.
La prensa no paraba de vender papel ante los vaivenes del juicio y el 8 de agosto se reunieron más de 35 directores de periódico de Madrid y elegieron a Francisco Silvela como representante para ejercer la acción popular, aunque finalmente fue Joaquín Ruiz Jimenez, director de La Regencia, el encargado. Por primera vez la prensa era arte y parte.
Durante el proceso se requirió a 615 testigos, lo que da idea de la implicación popular de un Madrid entonces no tan inabarcable. Finalmente Higinia fua encontrada culpable y Dolores fue condenada a dieciocho años por cómplice, pero muchos madrileños no encontraron la versión de que fueran las únicas implicadas verosímil y se produjeron apedreamientos del Ministerio de Justicia y diversos episodios de alteración del orden público. El Consejo de Ministros, con Antonio Cánovas a la cabeza, hubo de declinar una petición de indulto y hasta persuadir a la Reina Regente María Cristina de que debía reprimir su impulso de ejercer su derecho de Gracia.
Los aledaños de la Modelo estaban llenos de madrileños el día de la ejecución de Higinia. Hasta 20.000, según dio noticia La Vanguardia en la época. Casi nadie creía que “El Pollo”, Astray y sus compinches no hubieran estado en el ajo. Los 14000 duros y las alhajas que desaparecieron del cuarto izquierda, escenario del crimen, nunca han aparecido y Eugenio Montero Ríos, presidente del tribunal, tuvo que dimitir en medio del proceso por sus vinculaciones con Millán Astray.
Benito Pérez Galdós, que dio noticia presencial del proceso, y posteriormente escribió un libro, da cuenta de lo novedoso de la atención criminológica de la prensa de la época:
“Estamos ahora los españoles bajo la influencia de un signo trágico. Los grandes crímenes menudean. En vano se buscarían en la prensa acontecimientos políticos o literarios. Los periódicos llenan las columnas con relatos del crimen de la calle de Fuencarral, del crimen de Valencia, del crimen de Málaga, los reporters y noticieros, en vez de pasarse la vida en el salón de conferencias, visitan los juzgados a todas horas, acometen a los curiales atosigándoles a preguntas, y con los datos que adquieren, construyen luego la historia más o menos fantaseada y novelesca del espantoso drama”.
Lo cierto es que el crimen de Fuencarral ha dado menos recreaciones de ficción de las que cabría esperar. En la pantalla sólo hemos visto un episodio de la mítica serie La huella del crimen (1985), dirigido por Angelino Fons, en el que Carmen Maura interpretaba a Higinia Balaguer y Pilar Bardem a “La Dolores”.
El mismo año en el que Jack el Destripador actuaba en Londres, en el 109 de la calle Fuencarral los madrileños, un poco entre todos, fabricaban su propio crimen de leyenda.