Un 1 de noviembre cualquiera en el centro de Madrid en los años sesenta. Se ha programado El Tenorio en el Teatro Español y, también, por ejemplo, en el Maravillas. Los madrileños acuden por miles al cementerio a visitar a sus difuntos. Esta realidad fue magistralmente captada por la cámara del cineasta Joaquim Jordá en 1960, en la que sería su primera película (al alimón con Julián Marcos): El día de los muertos. En la cinta (que se puede ver en internet y en esta entrada), Jordá muestra el transcurrir de un Día de Todos los Santos en Madrid (el Día de difuntos es el día 2 de noviembre pero las visitas a los cementerios se concentran en el día festivo y ambas fechas han acabado por confundirse). El metraje transita desde la oscuridad que cede ante el amanecer hasta el final del día, de nuevo oscuro. Al principio y al final está la gran ciudad. Nuestros lectores podrán reconocer el Edificio España y la Torre de Madrid, también los letreros luminosos de la Gran Vía. En medio, el éxodo de los madrileños hacia el cementerio, en autobús o en tranvía. Y, en sus paisajes, el crecimiento los barrios del Madrid desarrollista. En realidad, bajo un presupuesto que podría parecer descriptivo, aparece frente al espectador un contundente ensayo fílmico.
Aunque su nombre hoy nos resuena rotundamente a Barcelona, Jordá comenzó su carrera en Madrid a finales de los cincuenta en el ámbito de lo que sería el Nuevo Cine Español (NCE). El cortometraje documental El día de los muertos supuso su debut, financiado por UNINCI, productora vinculada al PCE de la que él mismo formaba parte y que tiene el mérito de haber levantado monumentos cinematográficos a la contra como Viridiana y Bienvenido Mr. Marshall. Poco duró la singladura madrileña de Joaquim Jordá, que pronto emprenderá el camino catalán, donde rueda Dante no es únicamente severo (1967), título en los cimientos de la Escuela de Barcelona.
Durante la primera parte del documental, las magníficas voces en off de Fernando Rey y Laly Soldevilla pronuncian con cadencia de No-Do una serie de datos y cifras de la ciudad para concluir que “contra lo que pudiera parecer, Madrid cuenta con más habitantes vivos que muertos”. Por la pantalla aparecen montoneras de flores, el tránsito de vecinos como en un hormiguero, los guardias urbanos y la guardia civil de tricornio y capa española... Hacia la mitad de la película, ya en el interior del cementerio, la música de Luis de Pablo habla sobre las imágenes de la ciudad de nichos y tumbas, de lutos y fregoteo de lápidas, de arquitecturas siniestras. De nuevo, al final del día, una voz desde la megafonía reclama a los madrileños que vuelvan al interior de la ciudad en los autobuses: “Ventas, Cibeles, Alonso Martínez y Cuatro Caminos”. La ciudad del extrarradio es testigo del caminar apresurado de los madrileños y hay flores pisadas en el suelo.
El documental que Jordá y Marcos habían proyectado debía haber sido más largo y haber contenido “un documental dentro del documental”, que hubiera narrado un paseo por el cementerio civil en el que se mostraría un relato visual de los heterodoxos españoles de los siglos XIX y XX. Sin embargo, la llegada de la policía interrumpió el rodaje y dio al traste con esta parte, pues hubo que velar parte de la película para evitar la identificación de los asistentes. Además, la censura –que definió la película como “un documental nauseabundo”– obligó a quitar también varios planos del cortometraje, quedando finalmente en unos escuetos once minutos y medio.
Recientemente, la filosofa Marina Garcés incluía en su libro Ciudad princesa un sentido recuerdo del cineasta, caracterizado como figura clave y referente para distintas generaciones de inquietos culturales en Barcelona. Jordá ofició en vida de traductor, fue guionista de éxito de Vicente Aranda (Cambio de sexo o las dos entregas de El Lute), pero los documentales son probablemente la parte de su obra más celebrada, que en ocasiones nos hablan de la ciudad como sujeto de pensamiento. Así, Numax presenta (1980) habla de la desindustrialización del centro de la ciudad y la muerte de la clase obrera en la misma a través de la autogestión de una fábrica, y De Nens (2003) narra el cambio urbanístico de El Raval fijándose en un célebre caso de pederastia. El día de los muertos, poco conocido fuera de retrospectivas cinéfilas, viene a situarnos al autor desde décadas atrás como un auténtico pensador visual de la ciudad y su tiempo.