El Manuela es uno de los pocos cafés literarios que quedan en Madrid y que, pese a su imagen de establecimiento de finales del siglo XIX o principios del XX, abrió sus puertas por vez primera en 1979, en el espacio que anteriormente ocupaba una carpintería. Su alma máter fue Juan Mantrana Goyanes, quien encargó a distintos artesanos (broncistas, marmolistas, carpinteros, escayolistas, cristaleros) recrear en aquel espacio lo que podría ser un típico establecimiento vienés y quien diseñó durante más de 20 años la identidad que sigue manteniendo el Manuela.
Mantrana, de 82 años y residente en la actualidad en El Escorial, ha fallecido de forma repentina por coronavirus. Las famosas tertulias que se realizaron en los años 80 en el café Manuela se le deben atribuir a él, responsable único y absoluto de toda la intensa actividad cultural que se daba en torno a este establecimiento de la calle San Vicente Ferrer, cuya programación preparaba con esmero, delegando el ramo hostelero a empleados y socios.
Jesús Guerrero, propietario del Café Manuela desde el año 2003, que comenzó a trabajar como encargado de Mantrana en 1999, afirma que mientras la movida musical madrileña se gestó en los bares de Malasaña, la movida literaria brotaba en el Café Manuela de la mano de nombres como Agustín García Calvo, Paco Umbral, Moncho Alpuente, Carmen Martín Gaite o Rafael Sánchez Ferlosio, por citar sólo a algunos, y gracias a la coordinación de Mantrana, “motor intelectual” de todo aquello.
Antes de retirarse de la primera línea malasañera, dejando el legado del café que fundó en manos de Guerrero, con el compromiso por parte de éste de continuar con su esencia, a Mantrana se le recuerda comprometido con la cultura, con el barrio y con los vecinos. Como ejemplo de ello, bastará recordar que ayudó a la antigua presidenta de los comerciantes de Maravillas, Maruja García, a recuperar en los 80 los icónicos azulejos de la fachada de la cercana Farmacia Juanse, que debido al impuesto a la publicidad en vía pública que debía pagarse en Madrid fueron tapados con pintura blanca por el titular de farmacia. García lo recuerda sujetando la escalera en la que ella se subió, decapante y espátula en mano, para hacer brotar nuevamente los azulejos realizados en 1924 por Enrique Guijo.
“Salía a la calle y llenaba el barrio de bienestar”, dice García de Mantrana, con quien mantuvo largas conversaciones durante años sobre la evolución del barrio y del que destaca también que era un hombre al que le gustaba ver el lado positivo de todas las cosas.