Pedro Bravo: “Si no entendemos el turismo de forma global nunca podremos atacar bien sus impactos”

He quedado con Pedro Bravo en Espíriru 23, un coworking del barrio en el que suele trabajar y del que es socio. Fuera ha empezado a llover y, quizá porque no parece primavera, no se ven al otro lado de la puerta grupos despistados de guiris moviéndose al ritmo atolondrado que acostumbramos a hacerlo los turistas. Porque sí, más vale asumir, como Pedro hace en su libro, que casi todos somos alguna vez turistas.

Bravo es periodista, escritor, guionista, consultor de comunicación y, en los últimos tiempos, voz que apostilla en cualquier debate sobre nuestra ciudad. Es también un vecino muy activo en el tejido vecinal de Malasaña, que ya salía en su primera novela, La opción b (2012). Hace cuatro años nos tradujo los debates sobre la movilidad subido en su bicicleta con Biciosos y, de nuevo desde la curiosidad surgida por los temas con los que lidia a diario, trata de hacernos entender Por qué el turismo es un gran invento hasta que deja de serlo, en un texto en el que unen fuerzas desparpajo y precisión titulado Exceso de equipaje.Exceso de equipaje

Si quieres adentrarte en los intríngulis del negocio turístico y sus impactos sobre nuestra vida diaria, puedes empezar pasándote por la presentación del libro, que será el próximo jueves 12 en la librería Tipos Infames.

Somos Malasaña: Vamos a comenzar fuerte la entrevista. Pensando en el subtítulo (Por qué el turismo es un gran invento hasta que deja de serlo) y teniendo en cuenta que hablas desde la perspectiva de un turista, ¿cómo repartimos las culpas de las consecuencias negativas del turismo?Por qué el turismo es un gran invento hasta que deja de serlo

Pedro Bravo: Hablo como un turista en parte del libro porque todos los que nos lo podemos permitir lo somos. Al principio doy los datos generales: hay muchísima gente que no se puede mover por motivos económicos y otros que se tienen que mover forzosamente –estamos hablando de migrantes y refugiados–, los demás somos a veces turistas.

Desde Madrid, o desde Malasaña, se puede uno cagar en los apartamentos turísticos y sus consecuencias para el mercado de la vivienda, pero si luego vas a Boston, Nueva York o Copenhague y utilizas la misma vía para alojarte… igual estás cayendo en una contradicción, lo cual no es raro en nuestro mundo capitalista. Entonces, ¿quién tiene la culpa? Es complicado establecerlo, pero está claro que hay un mercado en el que el turismo ocupa una posición muy transversal, que toca a las demás industrias (por eso es difícil de controlar) y hay una industria específicamente del turismo que promueve movimientos, en la que están metidas desde las cadenas hoteleras a los Ayuntamientos o determinadas zonas de bares en nuestras ciudades. Y luego hay unos consumidores que aceptan la propuesta y se mueven.

Como consumidores, lo ideal sería tender hacia un consumo responsable. No se sabe bien si tendría que llegar antes una exigencia del consumidor o una voluntad de la industria, es el dilema del huevo y la gallina. Las culpas están repartidas, pero es más fácil cambiar las cosas desde arriba, que el cambio surja desde quien tiene el poder legislador o económico. Por otro lado, necesitamos también que se genere un caldo de cultivo desde abajo que hasta ahora no ha existido, quizá porque cuando practicamos turismo nos olvidamos de todo: estamos en un momento de placer, disfrutando un regalo que nos hacemos por nuestro curro abusivo del resto del año. Está bien, pero no debemos olvidar que ese turismo también genera otros curros mal pagados.

SM: Al hilo de este desequilibrio que introduces en el texto, me gustó una metáfora que utilizas. Hablas de que las medidas para frenar la llegada masiva del turismo se asemejan a tratar de arreglar la rotura de una presa cargando a mano sacos terreros. Me trae ecos del paradigma decrecionista.

P.B: Totalmente. El problema -y no sólo en el turismo- es que somos muchos haciendo muchas cosas y pretender que esto no tenga consecuencias sobre los demás es creerse el modelo al pie de la letra. Entendiendo los demás como la Tierra, el agua, el aire, los animales y, también, nosotros mismos.

¿Se puede luchar contra esto a través del decrecimiento? Se supone que sí, lo malo es que es una teoría que lleva un montón de años y más que crecer ha ido decreciendo respecto de su éxito. En España creo que ningún partido lo ha llevado en su programa porque es muy poco comercial –entendido como lo que hay que hacer para ganar votos – decirle a la gente que va tener que vivir peor de lo que lo hace ahora. Aunque habría que definir qué es peor y qué es mejor. Hace poco leía acerca de por qué no terminan de funcionar los mensajes sobre el cambio climático y la razón era la misma.

SM: Uno de los temas que aparece en el libro es el de la turismofobia, cuéntanos.turismofobia

P.B: En primavera del año pasado me planteo escribir el libro porque, como sabes, escribo en eldiario.es de temas urbanos y este es, desde hace un par de años o tres, un tema urbano. Lo habéis tratado vosotros en Somos Malasaña y yo fui uno de los primeros en abordarlo porque su eclosión me pilló buscando piso, lo que me permitió darme cuenta de cómo estaban afectando los apartamentos turísticos a los precios. Entonces no habían empezado los grandes follones de la turismofobia –que llegarían en el verano de 2017–. Al principio, se iba a incluir la palabra en el título, pero pensé que había cogido ya demasiada fuerza.

A mí es un término que no me molesta, aunque incluso quienes protestaron en 2017, como Arran, han hablado contra su uso. Creo que lo importante es entender qué hay detrás y para mí es el grito de desesperación de la gente a la que el modelo económico turístico perjudica. Las acciones que se han llevado a cabo y que se han tildado de turismofóbicas casi nunca han sido en contra del turista sino del modelo, como manifestaciones o acciones simbólicas de guerrilla urbana. Además, estas suceden desde hace años, aunque recientemente desde la prensa –sobre todo la del siglo XX– se han dedicado a resaltar sólo los detalles más escabrosos para simplificar un asunto que es complejo.

Al menos hasta el procés, en las encuestas del Ayuntamiento de Barcelona el turismo aparecía como la mayor preocupación de los ciudadanos. Si preguntas en Amsterdam o Venecia será igual, en Madrid todavía no porque su impacto se está dando más en la vivienda que en el espacio público, aunque en los barrios del centro estamos ya preocupados por el tema.

Turismofobia es un término que retrata una situación y que, además, nos permite cuestionar un modelo nunca antes puesto en duda. Ayer murió Mario Gaviria, un sociólogo que sí ha hablado mucho sobre el turismo, como también Casilda Cabrerizo, que habéis entrevistado y que aparece en el libro, o Ivan Murray, gente de Barcelona…Pero hasta ahora no había estado en el mainstream de la comunicación poner en cuestión el modelo. El turismo era un gran invento y punto. Si la turismofobia ha servido para esto, bienvenida sea.

Pero insisto, es ahora cuando el tema empieza a cuestionarse en las grandes ciudades –donde están los grandes medios y foros– y nos estamos enterando, pero siempre ha habido gente señalándolo. En el levante español, por ejemplo. No nos hemos enterado, a lo mejor, porque éramos turistas allí. Va a haber más lío.

SM: Comentario de texto: Aún no somos BarcelonaAún no somos Barcelona

PB: La frase encierra la esencia de la forma de pensar del ser humano con respecto a sus problemas y soluciones. Se dice mucho en Madrid –yo se la he oído al Ayuntamiento en diversas presentaciones de informes del impacto de los alojamientos turísticos– y se pronuncia también en los barrios. Es aquello de pensar “a mí jamás me puede suceder esto”. Posiblemente, podríamos haberlo pensado hace tres años en Madrid, pero quien lo dice ahora habla tapándose los ojos con las manos porque igual no tenemos el problema de Barcelona hoy, pero sí el que ellos tenían hace dos años... y entonces ya tenían un problemón ¿Tenemos que llegar a que sea irresoluble o deberíamos empezar antes a solucionarlo? Es cierto que Barcelona tiene algunos impactos turísticos que Madrid nunca tendrá: los cruceros (aunque la Comunidad intentó que fuéramos puerto seco) y todo lo relacionado con el mar…Ellos tienen, para bien y para mal, un modelo turístico más diverso y un recorrido de más años, pero Madrid debería ponerse las pilas.

En el plano político, aquí hay que criticar sobre todo a la Comunidad de Madrid, que está aumentando la inversión en promoción turística sin hacer nada para solventar los impactos del turismo. El Ayuntamiento, por su parte, dice que está por hacer políticas que amortigüen las consecuencias de los apartamentos turísticos, pero los que llevamos tiempo analizando el tema no terminamos de ver bien a qué se refieren. A la vez, presumen de su promoción de Madrid como destino turístico. Dicen que quieren descentralizar la oferta de la ciudad, pero no se acaba de saber cómo... Esa es la complejidad y la fuente de contradicciones que tenemos sobre el territorio: se quieren los beneficios y no las consecuencias negativas, pero si no se ataca el turismo de forma global, con un plan generalizado, no estaremos atajando el problema. En Barcelona aún están un poco en el plano teórico, pero al menos tienen esto claro, lo cual es ya un punto de partida.

SM: ¿Qué encaje tienen el centro de Madrid y el barrio de Malasaña en el modelo turístico de la ciudad?

PB: Incluso en el caso de que las ciudades pudieran descentralizar bien la oferta turística y de ocio, al final el deseo de la gente suele mirar hacia los centros urbanos, que están hoy más de moda que hace quince años. Se han revitalizado, son the place to be y concentran las ofertas culturales y de ocio. En Madrid, para agravarlo, tradicionalmente todo se ha hecho en el centro. En el mundo de la música, por ejemplo, cuando era más joven había una broma sobre lo lejos que era un concierto si se celebraba en Carabanchel. Esto no sucede en otras ciudades de Europa. La terciarización del centro de Madrid es un hecho desde hace muchos años, que se intenta frenar en algunos barrios,como Malasaña, con Áreas de Protección Medioambiental, pero que es muy difícil de atajar. La economía no ayuda tampoco: vivimos en un mundo en el que  cada vez se compra más a través de internet y tenemos vidas laborales extrañas que no nos dejan tiempo para ir a la pescadería.

Y nos metemos ahora a hablar de turismo. Los turistas quieren visitar esos centros urbanos que describía, quieren tener experiencias –en el libro me quejo de que no sé bien qué quiere decir experiencias y qué tiene de nuevo: Heródoto o Marco Polo, supongo, también buscaban experiencias–. Por ponerle un adjetivo necesario, creo que buscan experiencias auténticas, que les permitan ser vecinos de ese sitio sin espacio que sería la modernidad internacional. A esto se suma el bum de las plataformas de  vivienda turística, que se ha hecho gigante en sólo diez años y se genera una oferta nueva en los centros que suma a los procesos de gentrificación en marcha para expulsar a los vecinos. Los centros, entonces, se teatralizan cada vez más porque no hay habitantes que vayan a comprar a la pescadería de la que hablábamos. El ciclo es tan rápido que es muy difícil el retorno: ya no sólo se sustituye a los vecinos por habitantes con más pasta, como en un proceso de gentrificación tipo, sino por gente de paso, con lo cual la vida en el barrio será sólo de ocio. Ese es el proceso en el que están el centro de Madrid y tantos otros.

En algunas ciudades se están tomando medidas para ponerle freno. Por ejemplo, en Ámsterdam reservan algunas calles libres de tiendas turísticas, como las de alquiler de bicicletas o souvenirs ¿Solucionará el problema? No lo sé, probablemente no. También es difícil solucionarlo con control de acceso o gestión de carga en los territorios, porque es complicado decidir quién pasa y quién no, pero sí que se puede decir “en este barrio no caben más viviendas turísticas o más locales de un tipo determinado”. Los críticos de la descentralización –en el libro sale alguno– dicen que esto solo consigue extender el problema. Yo no lo sé, pero lo que es seguro es que hay 1300 millones de movimientos internacionales en el mundo y, probablemente, el año que viene serán ya 1400.

SM: Dentro de tu esfuerzo de entender el problema del turismo de forma global, entiendo que el modelo turístico tiene que tener relación con otro gran problema de nuestro tiempo, que es el acceso a la vivienda…

PB: Esto suma al asunto de la vivienda, sí. No soy conspiranoico, pero creo que cuando hay oportunidades el dinero, que es lo que más rápido se mueve en el mundo, las aprovecha. Normalmente saltándose las regulaciones.

La vivienda es hoy un activo financiero referente, también la vivienda en alquiler, que era el último refugio para muchos de nosotros. Por las características del empleo precario, el alquiler es la nueva hipoteca, van a poder subírnoslo porque es necesario vivir en algún sitio y no nos van a dar crédito para comprar. Cuentan con la ayuda de gobiernos como el de España, que hace leyes de arrendamiento terribles, no invierte en vivienda pública, desoye las sugerencias de la PAH o del Sindicato de Inquilinos y cuida de que el mercado siga florido para los Fondos de Inversión. Para mí es el gran terremoto social hoy, es internacional, pero en España estamos peor porque sólo hay un 2% de vivienda social.

Esto se junta con que en 2008 nace Airbnb y en diez años se convierte en la mayor cadena hotelera del mundo. Parten de una gran idea que pronto es puerta de entrada para el capital. Al principio son inversores espabilados los que hacen negocio porque los grandes capitales están temerosos por la regulación. En el libro hablo de un tipo que conocí en este barrio que ganó dinero jugando al póker e invirtió en ello. Inversores rápidos. También están los fondos de inversión y las cadenas hoteleras. Es gracioso, se supone que el lobby hotelero está en contra de los apartamentos turísticos, pero Wyndham Hotels es propietaria de Friendly Rentals. Es verdad que Airbnb , que nace durante la crisis, supone en principio una oportunidad para que la gente salga adelante, pero se ha desvirtuado y ahora un gran porcentaje de participantes en la web son lo que se llama usuarios comerciales, que mantienen hoteles en plataformas de uso turístico.

SM: Salimos de Madrid. Benidorm es uno de los capítulos que más nos ha gustado del libro. Hemos hablado de Madrid, Barcelona, indirectamente de San Francisco (la cuna de Airbnb)…Danos un enganche a los otros lugares que tratas en el libro y que nombran capítulos.Benidorm

PB: Los títulos son territorios que utilizo de excusa para hablar de diferentes temas. En el caso de Benidorm me sirve para repasar la historia del turismo en España, que es una potencia turística cuyo modelo se ha exportado mucho. Hablo de Franco , de Fraga o de la presión de los poderes internacionales por potenciar el turismo.

Grecia habla de la economía del turismo, que es un tema clave. Se nos dice que el turismo es bueno porque genera empleo, y punto. Es una verdad a medias, porque generalmente crea empleo precario y estacional. Empieza a haber estudios de ciudades –en el libro cito uno sobre Amsterdam– que cuestionan esta verdad y concluyen que cuesta dinero al contribuyente.

Bali habla de tecnología. Uno no asociaría esta isla con la tecnología, pero resulta que allí están naciendo coworkings, como este en el que estamos ahora mismo. La tecnología nos ha permitido viajar y trabajar al mismo tiempo, haciendo nacer esa figura intermedia entre turista y habitante que es el expat tecnológico, que trabaja a distancia. La tecnología es clave para entender todo el follón: los mapas, los comparadores, las plataformas…que sirven para hacer el mundo más pequeño.

Venecia es el nexo entre el viaje original y nuestro turismo. Es la ciudad de Marco Polo o del preturismo del Grand Tour –hay quien dice que todos los viajes pasaban por allí porque era el gran burdel de Europa–, pero también es ahora una ciudad icónica para hablar de masificación turística, en la que los habitantes sobran y sus calles se han terminado de teatralizar.

Florida es la capital mundial del crucero y aprovecho esto para hablar de temas medioambientales, que en el turismo van más allá de los propios cruceros. Acabo el libro con La Tierra,  que retoma lo que hemos visto antes, y con un epílogo donde vuelvo a la reflexión personal, como viajero, y me pregunto si la necesidad de viajar no será impuesta, como tantas otras.

SM: Muchas gracias Pedro, ha sido un placer.