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San Roque, una calle a la sombra de un convento

De Luna a Pez baja San Roque, calle en plena rehabilitación. Una vía corta que se recorre más rápido hacia la plaza de Soledad Torres Acosta que al revés, por la pronunciada cuesta.

El nombre

San Roque, el dueño de “el perro”, según la sabiduría popular, era un rico francés del siglo XIII que repartió su fortuna entre los pobres y se fue como peregrino a Roma, donde se dedicó a cuidar leprosos. Las monjas del convento de San Plácido colocaron en la fachada del mismo un cuadro del santo y de ahí la denominación de la calle.

La calle antes...

El convento, al principio de la calle, casi en Pez, es el edificio de más entidad de la zona y fue fundado en 1623.

Si las monjitas de San Plácido (quedan sólo 15 y bastante mayores) son parte del vecindario, también lo fueron por muchos años los periodistas del diario Informaciones, que tenía su sede precisamente en San Roque, donde estuvieron redacción y talleres desde 1922 hasta que dejó de salir en 1983.

...Y la calle ahora

  • : Juan en la barra de El Bocho

En la actualidad la calle es una mixtura de edificios rehabilitados e inmuebles avejentados. Frente al convento de San Plácido, en uno de los edificios peor conservados de la calle, se encuentra la mítica taberna de El Bocho, que lleva abierta desde 1945. Juan, en plena hora de comidas, nos enseña con orgullo el amarillento expediente de apertura.

El Bocho es un local de manteles de cuadros y decoración tan austera que cuesta creerlo. En los primeros ochenta se convirtió en cuartel general de integrantes del PSOE (de sus mesas eran habituales Ernest Lluch, Borrell o Solana), mucho antes era lugar de reunión de los periodistas del Informaciones, y aún hoy es fácil encontrarse en él a personajes (y vecinos) de la noche madrileña como Javier Krahe o Moncho Alpuente.

En el transcurso de la cuesta abajo hasta Luna encontramos unos cuantos comercios (una tienda de maniquíes, una agencia de viajes a Egipto), unas dependencias ministeriales – el Instituto para la diversificación del ahorro de energía – y la trasera del Teatro Lara, donde se puede ver fumar, entre los huecos de una vieja y preciosa escalera de incendios, a los trabajadores del teatro.

Emilio lleva muchos años viviendo en la calle. Su mujer, que está allí desde los años veinte, más aún. Aunque se ve a mucha gente mayor subiendo la cuesta de San Roque con las bolsas de la compra a cuestas nos asegura que “se ha renovado toda la gente de la calle, ahora toda la gente es nueva”.

Juan nos abre el gran portón de su edificio para enseñarnos la calle más allá de las fachadas. El portal, con el viejo adoquinado de la calle, era un paso de carruajes y en el patio del edificio se conservan las cocheras de caballos que Juan compró a la comunidad hace años para meter el coche y algunos utensilios.