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Los secretos de la nueva Diana Cazadora de la Gran Vía

Diego Casado

31 de mayo de 2017 10:21 h

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Una enorme escultura de cinco metros se eleva sobre el número 31 de la Gran Vía desde hace unas semanas. Representa a la diosa Diana en un momento de caza, acompañada de cinco perros. Y su arco apunta directamente al fénix que se encuentra al otro lado de la calle. Muchos madrileños han alzado la vista para ver a su nueva vecina que se dibuja el cielo de la ciudad, pero pocos conocen su origen, dónde nació, cuál es la historia que narra y quién es responsable de este nuevo icono de la capital.

El conjunto escultórico se ideó solo a unas manzanas de distancia, en la Escuela de Arte la Palma, en pleno corazón de Malasaña. Allí estudiaba Natividad Sánchez (Jaén, 1960), una arquitecta y escultora a la que, a finales de 2014, una familia de empresarios mexicanos -los Díaz Estrada- pidieron bocetos de una figura femenina para coronar su hotel, similar a la fuente de Diana Cazadora ubicada en México DF. “Fue un flechazo instantáneo, a ellos les gustaron mis dibujos y a mí el proyecto me entusiasmaba, enseguida nos pusimos a trabajar en él”, cuenta a Somos Malasaña la autora de la primera escultura hecha por una mujer en la Gran Vía.

Todo en este proyecto es muy femenino, desde el icono de Diana hasta las personas que trabajaron en él, un grupo de entonces cuatro estudiantes de la Escuela de Palma, lideradas por Natividad y apoyadas por muchos docentes del propio centro, conscientes de la envergadura del proyecto. El resto del equipo lo componían Marta Castañeda (también arquitecta), Vega Bautista (restauradora) y Cristina Rojas. Juntas sumaron talento y ganas para hacer realidad una idea que se inició con una estatuilla de 50 centímetros y que fue creciendo hasta llegar a un grupo escultórico de seis piezas. “La escultura siempre se ha visto como una disciplina muy masculina, pero para una mujer no hay límites, solo los que quieras ponerte”, afirman Vega y Marta.

“El proceso entero nos ha costado muchísimo trabajo, pero lo hicimos con muchísima ilusión”, explica Natividad, una arquitecta a la que la crisis económica le permitió replantear su formación con un grado superior de Escultura en la Escuela de La Palma (la única que lo imparte en Madrid) y para la que la Diana de la Gran Vía fue su primer encargo como escultora profesional. “Acepté sin dudarlo, trabajando de arquitecta había hecho proyectos grandes, como estaciones de Metro, y no me iba a echar para atrás”, suelta con naturalidad. “Fue como un máster añadido a los dos años de curso”, bromea.

Los modelos para este grupo escultórico fueron un perro braco americano llamado Checo y una de las hijas de Natividad, que prestó su rostro a la nueva diosa de la caza madrileña. “Natividad dibuja muy bien, es de la vieja escuela de arquitectura, y además tiene muy buena capacidad proyectual”, dice sobre ella su profesor y tutor Ángel, también presente en la charla y que alaba el resultado final, al que se llegó después de muchos moldes, planos, tres esculturas de Diana a diferentes escalas, escalado de figuras en la que ayudó Krum Stanoev, lijados, retocados... hasta el vaciado final, que se elaboró en Aranda de Duero y se compone de resina de vinilester, con carga de polvo de bronce, que le da un acabado clásico.

En el cielo de Madrid desde octubre

La Diana Cazadora subió a lo alto de la Gran Vía el pasado octubre. Fue el momento de mayor tensión del proyecto: había que elevar una escultura de 5 metros y 900 kilos de peso y fijarla contra viento y marea. “Ahí me asusté un poco, pero quedó anclada de un modo muy seguro”, relata Natividad. Allí está desde entonces, delante de las nuevas cúpulas que los dueños del edificio han construido y que guardan cierta armonía con su entorno. Y allí permanecerá hasta que se abra el hotel de lujo que ocupará el número 31 de la calle, probablemente hacia finales de año.

La escultura, que estaba tapada con mantas, se descubrió en abril y desde entonces llama la atención de muchos de los que por allí pasan. ¿Para bien o para mal?, le preguntamos a su autora. “Habrá a quien le espante y al que le guste, pero yo creo que el edificio ha ganado mucho”, dice ella. “A mis amigos y mi familia les encanta, ¡pero ellos qué van a decir!”, afirma con guasa.

Sus compañeras de proyecto valoran la “espontaneidad” de la escultura y también que se haya convertido en un buen ejemplo de lo que se puede hacer desde una escuela de artes aplicadas, cuya labor reivindican: “Necesitamos un mundo con arte y estos centros sirven para crearlo”, destaca Vega. “Se precisa una renovación urbana y paisajista en Madrid, porque cuando la gente está a gusto en el sitio donde vive, lo cuida más” -añade Marta- “Es importante que el ciudadano sienta su ciudad”. “Ojalá se extiendan intervenciones como esta a Tetuán o Vallecas”, piden al unísono con ganas de que las esculturas no se concentren solo en los tejados del centro de Madrid.

Opiniones aparte, a Natividad la Diana Cazadora ha supuesto un renacer profesional. A sus 57 años sigue trabajando en proyectos arquitectónicos, pero ahora quiere dedicarse a la escultura y en su actual taller, ubicado cerca del estadio Santiago Bernabéu, acepta encargos “de cualquier tamaño”, precisa. “De eso nada, después de la Gran Vía, lo siguiente es a Nueva York”, bromean sus compañeras.