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Una placa en recuerdo de Arturo Ruiz y el costoso peaje de la Transición

Este viernes 14 de junio a las 11 h. tendrá lugar la inauguración de una placa en la plaza de Soledad Torres Acosta (Luna), en recuerdo de Arturo Ruiz, asesinado por miembros de la extrema derecha en la cercana confluencia de las calles de la Estrella y Silva el 23 de enero de 1977. El Comisionado de la Memoria Histórica, entonces dependiente del Ayuntamiento de Madrid, acordó en noviembre de 2017 un informe en el que recomendaba el reconocimiento público de 32 personajes, colectivos e instituciones significados en la ciudad de Madrid, entre los que se encontraba Arturo Ruiz. Desde entonces, se han seguido todos los trámites preceptivos de la mano de la Oficina de Derechos Humanos y Memoria del Ayuntamiento para que, por fin, este viernes numerosas asociaciones y voces en defensa de la memoria histórica vean cumplida una vieja reivindicación.

El acto de homenaje viene a unirse a otros reconocimientos institucionales anteriores, como el del Consejo de Ministros de 19 de mayo de 2000, que le otorgó, junto a Miguel Ángel Blanco y a otras once personas más, la Gran Cruz de la Real Orden de Reconocimiento Civil de las víctimas del terrorismo a título póstumo. Sin embargo, pese a los homenajes, no ha habido reparación. La familia de Ruiz, tras varios intentos poco fructíferos de apertura del caso, se sumó a la querella colectiva de víctimas del franquismo, interpuesta ante a la justicia argentina, añadiéndose de esta manera crímenes de la Transición al proceso (además del de Ruiz, también se ha sumado el caso de Germán Rodríguez, asesinado en los sanfermines del 78).

Ruiz, joven granadino afincado con su familia en el barrio de Peñagrande, era estudiante, militante de la Joven Guardia Roja y obrero –simultaneaba sus estudios de bachillerato con el trabajo de albañil o en la CLESA–. El día que cayó había, como en muchas otras ocasiones, una manifestación a favor de la amnistía, que no fue legalizada por Martín Villa (Ministro de Gobernación) y Juan José Rosón (Gobernador Civil en Madrid).

Pese a la prohibición, miles de personas se congregaron en la Plaza de España, lo que ocasionó las habituales cargas policiales y la dispersión de los manifestantes por las calles aledañas. Entre ellos estaba Arturo Ruiz, que se vio de repente frente a un grupo de extrema derecha. Solían ser llamados oficialmente agentes incontrolados y , casualmente, aparecían siempre armados junto a la policía. Contamos con testimonios de aquel momento (Gerardo Novales, Revista Triunfo 731):

Ruiz fue desalojado herido de muerte en ambulancia hacia la casa de socorro de Centro, mientras continuaban las cargas y los asesinos escapaban impunemente. Más tarde, su asesinato sería reivindicado por la Triple A. y conoceríamos el nombre de los elementos de extrema derecha presentes en el escenario: Jorge Cesarsky Goldstein, Angel Sierra o José Ignacio Fernández Guaza (autor del disparo, que huirá a Francia. Ningún ejecutivo a pedido nunca su extradición y se encuentra en paradero desconocido). Algunos de ellos fueron después del asesinato a refugiarse en las dependencias policiales de la calle de Rey Francisco, 21, sede del Servicio de Coordinación Organización y Enlace (SCOE). Cesarsky, pistolero nazi de origen argentino, fue el único condenado por el asesinato: seis años de los que solo cumplió uno. La historia tiene a veces una retranca cruel: pudo beneficiarse de la amnistía que Arturo Ruiz y sus compañeros reclamaban aquella mañana del 23 de enero de 1977.

[La semana trágica que comenzó en el barrio]

Con la muerte de Arturo Ruiz comenzaría la llamada Semana Trágica. A la mañana siguiente, otra manifestación, esta vez en repulsa del asesinato de Arturo, se cobraría la vida de María Jesús Nájera. Un antidisturbios cuyo nombre nunca se conocerá le arrojó un bote de humo a la cara. El 25 de enero, el GRAPO secuestraría al general Villaescusa y se produciría la matanza de los abogados laboralistas de la calle Atocha, conformando los hechos que Juan Antonio Bardem narrara en la película Siete días de Enero.

Diferentes historiadores –como Gonzalo Wilhelmi o Sophie Baby– han puesto en duda la versión de una transición política pacífica con cifras en la mano. Habitualmente se citan las víctimas de terrorismo de ETA o el GRAPO y, puntualmente, casos de víctimas de la extrema derecha (a veces en connivencia con las Fuerzas de Seguridad del Estado). Es el caso de Arturo González, de María Luz Nájera o Yolanda González, que han sido casos especialmente recordados, pero hay contabilizados más de dos centenares cuya memoria sigue esperando la merecida restitución (Wilhelmi ha documentado 156 víctimas de la policía y 77 de la extrema derecha y el terrorismo de Estado hasta 1982, Baby 171 personas muertas a manos de las fuerzas de seguridad).

El día de la manifestación en la que cayó muerto Arturo Ruiz, algunos manifestantes improvisaron, entre carreras y palos, un precario monumento a su compañero. Situaron unos ladrillos alrededor de la sangre del joven y colocaron una cruz con dos palos y una cuerda que les arrojó un vecino desde alguna casa del vecindario. El efímero homenaje fue inmediatamente destruido por la policía. Ahora, 42 años después, habrá en las cercanías del lugar donde fue asesinado una placa que lo recuerde y que, posiblemente, tampoco tendrá una existencia plácida, como demuestra la continua vandalización de la que recientemente se instaló en Aluche en recuerdo de Yolanda González, otra víctima de la extrema derecha durante la Transición.