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Yayas Kusama o ganar tu primer festival de arte urbano con 80 años: “Somos mayores pero queremos hacer cosas nuevas”

Diego Casado

15 de mayo de 2023 09:55 h

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Nunca es tarde para el arte urbano si hay ganas. Lo demostraron hace unos días un grupo de siete jubiladas y jubilados que se atrevieron a concursar en el festival más grande de Madrid de intervenciones artísticas callejeras y acabaron ganando uno de sus premios, sorprendiendo a los numerosos visitantes del certamen por su valentía a la hora de pintar persianas y por el resultado de su trabajo.

Se hacen llamar Yayas Kusama (hay que leer hasta el final del artículo para saber el porqué), nombre que engloba el trabajo de Rosalina, Carmen, Lydia, José Luis, Magdalena, Jesús y Gloria, siete personas de entre 65 y 80 años que se conocieron en un centro de mayores del Ayuntamiento de Madrid y que decidieron experimentar por su cuenta cómo era eso de intervenir el espacio público. Su profesora en el taller de pintura, Lía Ateca, les había animado a presentarse a Pinta Malasaña, un festival que ella misma conocía por haber participado en una de sus ediciones anteriores y en el que creía que podían encajar.

Su propuesta fue seleccionada entre cientos de ideas y el domingo 7 de mayo se presentaron en Malasaña, a las ocho de la mañana, para plasmarla. Sacaron sus pinceles, sus botes y empezaron a crear un tríptico sobre tres persianas de la calle Dos de Mayo, siguiendo el boceto en el que llevaban trabajando varios días, de carácter abstracto y en el que había detalles aportados por cada uno, ensamblados por Ateca.

La obra se llamaba 9999 y habla del paso del tiempo y, con bastante ironía, de su propia fecha final. La cifra corresponde al año de caducidad que le coloca la Administración en el DNI a todas las personas que renuevan su identificación a partir de los 70 años. La obra habla de la experiencia, del camino que han llevado hasta llegar a este lugar y de la inmortalidad que de forma poética sugiere una fecha tan lejana en el tiempo. Se pregunta sobre el valor del tiempo, la eternidad y la rapidez con la que pasa la vida.

“La idea nació del cabreo que comentó alguien del grupo, que acababa de renovar su DNI y pensaba que le habían puesto esa fecha como si ya no fuéramos útiles para nada”, recuerda Jesús, el miembro más joven de Yayas Kusama. “Otras personas lo veían sin embargo como un beneficio, se libraban de tener que renovar de nuevo el carné”, puntualiza la profesora. Para representarlo, eligieron el arte abstracto porque es el que trabajan habitualmente en los talleres. “Hacemos cosas muy raras y muy divertidas”, asegura Lydia. “Tenemos una mente muy abierta, no somos de arte figurativo, de pintar a los nietos”, añade Jesús.

Pero una cosa era tener la idea y otra llevarla a cabo en los tres cierres que les habían cedido la Escuela de Música Creativa para el festival. “Pensábamos que iba a ser una cosa de mañana, porque en las fotos los cierres se veían más chiquititos, pero luego nos pasamos allí todo el día”, confiesa Gloria, una de las más dicharacheras del grupo. “A las ocho, cuando se acababa el festival, todavía andábamos con los retoques”, recuerda Jesús. Organizados como si se tratara de una crew, trabajaron a la vez en distintas zonas de su obra. “Como nos gustaba tanto nos fuimos viniendo arriba, nos dio subidón”, asegura Carmen.

“Había momentos en que la calle estaba atascada de personas”, recuerdan. “A la gente le sorprendía vernos por la edad, supongo”, aclaraba José Luis. “¡Y por las canas!”, añade otra de sus compañeras. Así que durante la jornada tuvieron que responder a la prensa -llegó hasta alguna televisión-, sonreír a las cámaras de fotógrafos aficionados y hablar en numerosos vídeos de TikTok que se publicaron ese día. Ahí Lydia llevaba la voz cantante, segunda promoción de la histórica Facultad de Periodismo de la Complutense.

Detrás de su trabajo también hay una reivindicación de su espacio como personas mayores en la sociedad, en la que a veces se sienten desplazados. “Somos unos abueletes, ahora estamos jubilados, pero hemos hecho cosas en nuestra vida anterior. No somos alguien que no sirva para nada”, recuerda José Luis. “Tenemos interés por aprender y por hacer cosas nuevas, no vamos a clases de pintura para pasar el rato”, puntualiza mientras resalta el valor de participar en un festival como Pinta Malasaña: “Es algo grandísimo, porque nos ha tomado en consideración”.

“Igual que aprendemos internet, y nos cuesta, podemos hacer otras cosas”, añade Gloria. “Tenemos la suerte de ser otro tipo de mayores, no como los de la posguerra. Hemos vivido muchos cambios y nos hemos adaptado bien”.

Muchos acuden a los talleres municipales porque han descubierto una vocación tardía que les libera la mente: “A mí pintar me ayuda a evadirme de todo, cuando estoy pintando no existen los problemas de nietos o de otras cosas... me meto en el cuadro y es como si hiciera yoga o meditación”, asegura Gloria. El resto del grupo asiente, como si experimentaran algo parecido. “La pintura es adictiva, cuando es tuyo lo que haces pasa el tiempo y no te das cuenta”, le apostilla José Luis.

Codo con codo con el resto de artistas

Aunque en anteriores ediciones de Pinta Malasaña ya habían participado alumnos de centros de mayores municipales, esta era la primera ocasión en la que un grupo de jubiladas se lanzaba a competir, de igual a igual, con el resto de artistas seleccionados en el certamen. Al principio creían que no serían elegidas pero, una vez que desde el festival les comunicaron que su propuesta había sido una de las 100 finalistas (de entre más de 600 presentadas), echaron a volar la imaginación y empezaron a pensar en que por qué no podrían ganar alguno de los premios.

Así que durante la jornada fueron animando a los que pasaban por allí a que votara por ellas en las urnas abiertas por la organización. Al final de la jornada ganaron el premio del público, patrocinado por la marca Milbby y dotado con 300 euros, pero su nombre sonó incluso en las deliberaciones del jurado para otros galardones del festival. Como el resultado se anunció a las diez de la noche, en una fiesta celebrada en una sala cercana, muchas de ellas no lo pudieron vivir en directo: se habían marchado a su casa para poder descansar después de muchas horas pintando de pie, a ratos bajo un sol intenso. “Veremos los achaques mañana”, decía alguna antes de terminar su trabajo. Las agujetas les duraron hasta varios días después.

El hecho de participar como iguales con el resto de artistas les hizo entablar relaciones con los que tenían cerca. “Fue muy gratificante, había muy buen rollo y mucha generosidad”, explican: comentaron con varios sus respectivas creaciones, unas participantes les prestaron pinturas que les habían sobrado o en la pared de enfrente compartían algunas técnicas con Chalo Demente, otro de los participantes, que les explicaba trucos con el manejo del aerosol y las diferentes boquillas que usaba.

“Me dio una clase magistral, el año que viene lo hacemos con spray aunque me tiemble la mano”, cuenta Rosalina convencida mientras el resto del grupo asiente. “Tendríamos que pintar una pared”, sugiere mientras otra comenta lo orgullosos que están sus nietos de que se hayan convertido en artistas callejeras.

Parece que el grupo quiere seguir haciendo arte urbano. Y para los que piensen que están mayores, no hay mejor ejemplo de la artista que inspira su nombre: Yayoi Kusama, una prestigiosa creadora japonesa que sigue activa a sus 94 años. “Quisimos hacer un guiño a esta pintora, empoderándonos a través de nuestra condición de yayas. Queremos seguir pintando hasta que podamos”, explican mientras siguen trazando los planes para su próxima cita en la que pintarán la calle.