Las esculturas raras que alberga Madrid: cañas que silban, un dragón, una ola de vías y el balón de Luis Aragonés

Diego Casado

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El patrimonio monumental de Madrid es muy extenso. Sus calles están llenas de esculturas que han ido llenando la ciudad de homenajes a figuras destacadas y alegorías a conceptos y logros de todo tipo. Hay 577 catalogadas en total, aunque algunas no aparecen en el inventario municipal por ser muy recientes, como la recién llegada a la plaza Conde de Valle de Suchil en forma de cabina telefónica.

Esta es una de las más originales, aunque otras merecen al menos un vistazo por mostrar el ingenio de sus creadores o del Ayuntamiento a la hora de encargarlas. Las ordenamos en esta lista:

Cabina de teléfono

Colocada hace unos días, la escultura de homenaje al director Antonio Mercero es una réplica de las cabinas instaladas por Telefónica en los años sesenta. El modelo en rojo es exactamente igual a la que encerró a José Luis López Vázquez en la película La cabina, estrenada en 1971 y que además de angustiar a todos los espectadores de la televisión nacional, recibió el primer premio Emmy a una producción española.

Está fabricada en acero y cristal y situada en el cruce de la plaza con la calle Arapiles, a pocos metros del lugar de rodaje de la cinta (un patio vecinal sin acceso público). Para alivio de los que tuvieron pesadillas con la película, su puerta está cancelada para que no se pueda abrir y nadie se quede encerrado.

El balón de Luis Aragonés

En el número 10 de la calle del Mar Cantábrico, en el distrito de Hortaleza, se encuentra uno de los monumentos más extraños que ha erigido Madrid para recordar a uno de sus futbolistas y entrenadores más entrañables, el inventor del tiquitaca que tantos éxitos propició a la Selección Española. Se trata de un balón de granito colocado sobre un pedestal, con una placa que hace referencia a la zona en la que nació “el sabio”.

El homenaje fue inaugurado en el año 2014, pocos meses después de su fallecimiento y el lugar está cerca de donde entrenó con su primer equipo de fútbol, el Juveniles El Pinar. No es el único reconocimiento hacia este jugador colchonero. La afición del Atlético de Madrid le dedicó hace unas pocas semanas una estatua más figurativa en la entrada de su nuevo estadio de fútbol, el Metropolitano.

Los dedos que asoman

El parque Juan Carlos I es una auténtica colección de esculturas conceptuales, originales y difíciles de entender sin una explicación al lado. Aquí hemos escogido una de las más sencillas pero también más originales, por mostrar solo parte de lo que el paseante puede imaginar que se oculta bajo tierra: una mano de un gigante saliendo al exterior.

La obra, Dedos, es del escultor chileno Mario Irarrázabal y fue colocada originalmente en 1987 en la calle Alcalá, frente al Círculo de Bellas Artes, como parte de una exposición temporal centrada en el país latinoamericano. Después fue trasladada para que formara parte de la Senda de las Esculturas que actualmente se puede recorrer en el parque madrileño y que cuenta con numerosas obras procedentes de un simposium internacional de escultores organizado por el Ayuntamiento de Madrid en 1991 para decorarlo.

Las cañas sibilantes

La escultura que remata el final de la avenida Islas Filipinas tuvo un pasado azaroso en sus inicios. Fue instalada en el año 1998, aprovechando la isleta creada en la reforma del entorno de Cea Bermúdez. El arquitecto Salvador Pérez Arroyo ideó este monumento compuesto por nueve tubos de colores de hasta 20 metros de longitud, que se acercan sin tocarse, pensados para jugar con los sonidos del aire al atravesar su interior tubular.

Al poco de su inauguración, la escultura empezó a molestar a los residentes cercanos, por el sonido que emitía de forma constante cuando hacía viento. Por ello, el Ayuntamiento anuló su función sonora y perdió parte de su sentido. Aunque su nombre oficial es Cañas silbadoras, en el barrio se conoce con muchos nombres a esta obra: las flautas, los palos...

El ángel caído

No hay muchas ciudades en el mundo que hayan dedicado una estatua a Lucifer y la exhiban de un modo tan majestuoso en su parque de referencia. La del ángel caído se encuentra en El Retiro desde el año 1877. El autor de la figura fue el escultor Ricardo Bellver, quien la erigió en Roma como homenaje al poema El paraíso perdido y representa un ángel desplomándose, agarrado por una serpiente, metáfora del mal. El fundido en bronce fue encargado por la Corona y donado al Ayuntamiento a cambio de que le hiciera un pedestal digno de ella.

Madrid le concedió un espacio privilegiado a final del paseo de Fernán Núñez, con ocho cabezas de demonios que expulsan agua desde sus bocas. Para completar las referencias satánicas, el monumento está situado a una altura aproximada de 666 metros sobre el nivel del mar.

Una ola con vías de tren

La entrada a la estación de Chamartín alberga una obra facturada por Agustín Ibarrola de curioso nombre -Ola a Ritmo de Txalaparta- compuesta por 54 traviesas de ferrocaril montadas sobre una vía. Una parte de ellas se encuentran elevadas con listones de madera de avellano, simulando el ritmo de este instrumento tradicional vasco.

Renfe compró esta obra a Ibarrola en el año 1986. No es la única del escultor en una estación de Cercanías de Madrid, ya que la de Príncipe Pío cuenta con el Bosque de los tótems, también del mismo autor.

El Dragón de La Elipa

Algunas veces, una figura rara puede convertirse también en motivo de identidad y orgullo para un barrio, como sucede con el Dragón de La Elipa. La figura del dragón fue construida en hormigón sobre 1981, a modo de juego infantil, por unas de las compañías urbanizadoras que levantaban casas en el entorno. Hacia 2010 se encontraba en un estado de conservación lamentable, su función como tobogán estaba clausurada por no cumplir con los estándares del mobiliario urbano y su propia existencia corría peligro, lo que hizo que muchos vecinos protestaran para salvar al dragón del derribo que le acechaba. Se salvó, y en 2019 el Ayuntamiento reformó el viejo Parque del Dragón, incluyendo la célebre figura rehabilitada. Por cierto, a algunos lectores entrados en años les sonará porque el dragón salía en la cabecera de Barrio Sésamo.

El madroño abstracto

Tal vez la escultura más famosa de Madrid sea la del Oso y el madroño, en la puerta del Sol. Aunque hay otra representación del árbol que ilustra el escudo de Madrid. Se encuentra en Carabanchel desde el año 1999 y fue colocada allí para coronar la reforma de la calle Laguna, una de las principales vías urbanas de este barrio.

La escultura está compuesta de un obelisco de granito que nace de la acera y varios elementos metálicos que simulan la copa de un madroño, obra de José Antonio Barrios situada en el cruce de la calle Laguna con la calle de la Oca.

La abuela rockera

En Vallecas hay dedicado un curioso monumento a Ángeles Rodríguez Hidalgo, una argentina residente en Madrid que se hizo muy popular en el barrio por su apoyo a la escena de la música heavy. Fue colocado en 1994, después de su fallecimiento, como homenaje a la abuela rockera, el nombre con el que se la conocía. Originalmente hacía con su mano el gesto de los cuernos, típico de los seguidores de este movimiento musical, pero a algún vecino le ofendió tanto que mutiló dos de sus dedos, y así se quedó encima de su pedestal, en la calle Gorbea.

“Adiós amiga abuela rockera, solo el tiempo nos separa” reza la placa que acompaña a este monumento, ejecutado por Carmen Jorba, la única escultora de esta lista, que representa también la escasa presencia de artistas femeninas en listado de obras en Madrid.