La portada de mañana
Acceder
Dos correos tumban la tesis del PP: la Confederación del Júcar avisó del peligro
El cortafuegos de Mazón: dos conselleras en la puerta de salida
Opinión - Rompamos el tabú: hablemos de decrecimiento. Por Neus Tomàs

Siguiendo el camino de baldosas doradas que conecta el centro de Madrid con el horror de Mauthausen

Antonio Pérez

7 de julio de 2021 01:00 h

0

Hasta el pasado viernes el nombre de Máximo González Casado era desconocido para los vecinos de la calle San Vicente Ferrer, en cuyo número 76 vivió. Desde entonces, y gracias a que ha quedado impreso en una pequeña baldosa metálica colocada en la acera de ese lugar, al menos les sonará, a ellos y a cualquiera que pase por allí y repare en la stolpersteine recién instalada que telegrafía momentos clave de la vida de González Casado, la cual acabó abruptamente en 1942 en Mauthausen.

Él fue uno de los habitantes del distrito Centro de Madrid que fueron deportados a campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial y uno de los 15 a los que se les acaba de dedicar una de esas piedras de la memoria, las Stolpersteine, que salpican los pavimentos de distintas ciudades de Europa en una lucha contra el olvido gracias a la fundación creada por el alemán Gunter Demnig y a sus voluntarios y simpatizantes, personas como Isabel Martínez y Jesús Rodríguez, que son los encargados de organizar estos actos de homenaje en Madrid.

La stolpersteine de Máximo, en el barrio de Universidad, fue la primera que se colocó en una jornada que arrancó a las 9:15 y que finalizó alrededor de las 18:30 horas en la calle Huerta del Bayo, en Embajadores, honrando la memoria de otros dos deportados, Manuel Nieto y Juan Antonio García. Entre medias, otras 12 paradas, otras 12 historias, conversaciones, toneladas de emoción y la sensación de estar realizando una suerte de acto de justicia que llega con ocho décadas de retraso.

Algunos familiares de los homenajeados estuvieron presentes en la colocación de sus correspondientes stolpersteine. Muchos de ellos comentaban que la trágica suerte de sus allegados se había llevado en silencio dentro de la misma familia; no se ocultaba pero era un dolor del que se solía hablar poco.

Entre la comitiva reparadora que fue acompañando las distintas colocaciones de estas piedras de la memoria destacaba, junto al ya nombrado matrimonio formado por Isabel y por Jesús, la presencia del historiador Benito Bermejo, cuyo Libro Memorial - Españoles deportados a los campos nazis, escrito junto a Sandra Checa, es la fuente de información más completa que existe sobre españoles deportados, junto con los recientes archivos digitalizados de la ciudad alemana de Arolsen.

Primera parada: Máximo González Casado, San Vicente Ferrer 76

Una hija de Máximo González Casado, a la que no llegó a conocer, su nieto Javier y varios biznietos asistieron en la calle San Vicente a la colocación de su piedra de memoria. La familia dejó de vivir en el número 76 de la calle San Vicente en los años 80 del pasado siglo. Máximo luchó por la República al estallar la Guerra Civil española y, luego, se exilió a Francia dejando atrás a su mujer embarazada y a un hijo. Siendo voluntario de las Brigadas de Trabajo contra la invasión nazi del país vecino, fue detenido en Dunquerque en 1940 y enviado al campo de concentración de Mauthausen, donde murió en febrero de 1942.

Nacido en 1902 en Navalagamella, el gobierno alemán reconoció y entregó muchos años más tarde una pensión a su mujer, Teodora, por la muerte de Máximo. En España a Teodora no sólo no se le dio nunca compensación alguna sino que ella misma sufrió en sus carnes el castigo de otro régimen dictatorial, el de Franco, al ser condenada a 12 años de cárcel por pedir para sus hijos más leche de la que le decían que le correspondía.

La pista de Máximo ha sido seguida por José Ángel de la Banda, un voluntario de la organización de este acto.

Segunda parada: Ángel Hernández García, Concepción Jerónima

La familia de Ángel Hernández García regentaba una peluquería en uno de los bajos del número 6 de la calle Concepción Jerónima y en ese mismo número vivía Ángel con sus padres y hermanos. Hernández pasó la Guerra Civil como sanitario del ejército republicano. Exiliado en Francia, fue detenido hacia 1943 y enviado a Mauthausen en 1944. De allí logró salir con vida para no volver a pisar nunca más España. Moriría a principios de los años 90, después de haber vivido en París y en Perpignan.

El gobierno franquista no quiso saber nada de los capturados por los nazis en Francia. Dijo que ya no eran españoles. Desentendiéndose de ellos y convirtiéndolos en apátridas fue como facilitó que acabaran en campos de concentración nazis.

Ana Hernández, sobrina de Ángel Hernández, fue quien colocó la piedra dedicada a su tío y quien relató su historia. Ángel, tras sobrevivir al horror de Mauthausen, estuvo trabajando como enfermero en París, pero las secuelas psicológicas de su sufrimiento le obligaron a cambiar de oficio. Recuperó entonces la formación que tuvo en la peluquería familiar para ganarse de ese modo la vida y, más tarde, una vez jubilado, se dedicó a mostrar al mundo lo que fue el horror del campo de concentración a través de la pintura y de la escultura, artes con las que también había coqueteado en su juventud en Madrid. Sus obras están distribuidas en distintos museos franceses y parte de sus esculturas, en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca.

A la colocación de la stolpersteine de Ángel Hernández asistió una representación de distintos partidos políticos de Madrid, encabezada por el concejal de Centro, José Fernández. El último pleno de la Junta aprobó asumir los costes de fabricación y colocación de las piedras de la memoria que se han colocado en el distrito. Junto a Fernández, un representante del Ministerio de Asuntos Exteriores dedicó unas palabras a los deportados. Tras ese pequeño acto oficial, al que puso música el violonchelo de David Ortiz, también nieto de deportado, la comitiva siguió su itinerario.

Tercera parada: Mariano Marquina, Huertas 10

En el número 10 de la calle Huertas Álvaro Marquina esperaba la llegada de esta procesión de la memoria poco después de las 11 horas y 30 minutos de la mañana. Sus hermanas Ana y Rocío no habían podido acompañarlo por cuestiones laborales y su padre, hijo del homenajeado, hacía poco que había fallecido.

Álvaro contó que su abuelo Mariano Marquina era músico y que fue detenido en Francia durante una gira de la banda en la que tocaba. Enviado a Mauthausen, fue “quemado vivo” en dicho campo a sus 33 años, según Álvaro, quien dijo que un compañero de su abuelo que logró sobrevivir les dio los detalles de su muerte.

Mariano era hijo del Maestro Marquina, afamado compositor de temas como España Cañí y Brisas de Málaga. Afirma su biznieto que el maestro murió de pena por la suerte de su hijo y que la suya es la historia de una familia muy conocida, pero con una “inmensa tristeza”.

Los Marquina ya no viven en la calle Huertas, donde la colocación de la piedra reunió de forma espontánea a varios vecinos. Al escuchar la historia una de ellas dijo a Álvaro: “No te preocupes, que yo te cuidaré la placa”.

Cuarta parada: Victoriano Valencia, Zurita 9

De Victoriano Valencia no se ha encontrado familia alguna. Nacido el 4 de julio de 1916, se sabe que en 1935 vivía junto a su madre viuda, Dolores Javalera, en el número 9 de la calle Zurita y que, como la mayoría de los que estaban siendo homenajeados, murió en Mauthausen, concretamente en Gusen, un campo satélite, más pequeño y que estaba junto a él.

“¿Cuándo se enteraría Dolores de que su hijo había sido asesinado. Lo llegaría a saber?”, se preguntan desde la organización del homenaje. “Este memorial también nos parece importante porque, además de recordar a las víctimas, nos hace recordar a sus familias y su sufrimiento”.

Investigar las vidas de estas víctimas del nazismo cuando no se encuentran familiares vivos es aún más difícil si cabe y es lo que lleva a los voluntarios como Isabel y Jesús a avanzar con estos reconocimientos mucho más lentamente de lo que les gustaría.

Quinta parada: Juan García Rodríguez, Santa Isabel 17

Sin familia conocida, al igual que lo sucedido con Victoriano Valencia, Juan García Rodríguez, nacido en 1912, vivía con su madre viuda, Sebastiana Rodríguez, y con su hermana Áurea en la portería del número 17 de la calle Santa Isabel, según el censo municipal de 1935. Ellas se dedicaban a “sus labores”, mientras que él era jornalero.

Juan García murió el 8 de noviembre de 1941 en el campo de Gusen.

Sexta parada: Fermín Luis García, Santa Isabel 41

En la misma calle que Juan García y en la misma época, separados por unos pocos números, vivió Fermín Luis García, en el número 41 de Santa Isabel. En este caso sí que había representación de la familia de esta víctima esperando esa pequeña reparación histórica en forma de cuadrado.

El hermano pequeño de Fermín, Eusebio Luis, y su sobrino Enrique Luis, visiblemente emocionados, hablaron de la necesidad de “verdad, justicia y reparación”.

Fermín, quien fue novillero, futbolista y, sobre todo, “un luchador por los desfavorecidos”, según sus familiares, fue capturado en su exilio en Francia y enviado a Mauthausen en 1941. Pese a llegar vivo a la liberación del campo, las secuelas de lo que había pasado en él lo hicieron enfermar y fue eso lo que acabó con su vida.

Sus familiares le perdieron la pista en un hospital francés, una vez finalizada la contienda mundial. Sin saber dónde fue enterrado, desde entonces buscan el paradero definitivo de sus restos.

Séptima parada: José Galinier Muñoz, Doctor Fourquet 20

Justo a la entrada del espacio vecinal Esta es una plaza, en el número 20 de Doctor Fourquet se colocaba la piedra de José Galinier Muñoz, quien vivió en ese lugar junto a sus hermanos Isabel y Federico y su padre, Carlos, fallecido en 1927. De Galinier poco más se sabe además de que murió el 6 de septiembre de 1941 en Mauthausen, donde fue deportado.

Si bien a su hermano se le perdió la pista a partir del padrón municipal de 1925, a su hermana se la encuentra en sucesivos domicilios de Lavapiés, como un par que tuvo en la calle Dos Hermanas y en Miguel Servet, pero Isabel y Jesús no han podido averiguar si tuvo descendencia.

Octava parada: Fausto Parra Galiana, Sombrerería 7

Nacido en Madrid, la historia de Fausto Parra Galiana apunta a que en 1939 pasó a Francia después de haber luchado en el bando republicano en la Guerra Civil, dejando en España mujer -Dominga- y tres hijos -Fausto, Cándido y Luisa. Internado en un campo de trabajo, fue deportado a Mauthausen durante la ocupación alemana y asesinado en Gusen.

En la colocación de la stolpersteine que lo recuerda estuvo presente su hija Luisa, nietos y biznietos. Fausto Parra Guzmán, su hijo mayor, ya fallecido y que contaba con 11 años en el momento del asesinato de su padre, colocó una placa en su memoria en Gusen, un recuerdo que hoy se complementa con el que ha quedado instalado en su propio barrio.

Novena parada: Manuel Rodríguez Pérez, Argumosa 14

Manuel Rodríguez Pérez seguía censado en el número 14 de la calle Argumosa en 1940, pero figurando como “ausente en Francia”. En diciembre de ese mismo año había sido deportado desde el Stalag V-D (Estrasburgo) al campo de concentración de Mauthausen. En febrero de 1941 fue trasladado al campo de Gusen, donde sería asesinado el 10 de diciembre de 1941.

Décima parada: Constanza Martínez Prieto, Argumosa 5

En el número 5 de la misma calle que Manuel Rodríguez, Argumosa, nació -en 1917- y vivió Constanza Martínez Prieto, única mujer entre los 15 homenajeados. También fue ella la única que acabó en 1944 en el campo de Ravensbrück, primero, y después en el de Schönefeld – Leipzig, donde trabajó en la fábrica de armamento Harrag.

La historia de Martínez Prieto está bien documentada, sobre todo por el hecho de que sobrevivió a su encierro y a que acabaría muriendo en Barcelona, en 1997, habiendo sido, además, vicepresidenta del Amical de Mauthausen.

Huérfana a temprana edad, pudo estudiar y aprendió francés, taquigrafía y mecanografía. Fue militante de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y en 1939 se fue a París. Allí, aunque fue contratada por los alemanes, hizo de enlace con el PCE y, finalmente, detenida el 27 de junio de 1942 en una redada en la que cayeron más de 150 españoles, enviada a prisión.

Tras su liberación regresó a París, donde tuvo dos hijos y vivió con su marido, el también exiliado y deportado español Juan Escuer, hasta que en 1972 se instaló en la localidad barcelonesa de Sentmenat.

Undécima parada: Enrique Martínez Barona, Ave María 43

Enrique Martínez Barona nació en 1913 y vivió en el número 43 de la calle Ave María. Exiliado en Francia, acabó deportado a Mauthausen y, finalmente, asesinado en el castillo de Hartheim el 10 de febrero de 1942. Es uno de los vecinos a los que no se le han encontrado familiares.

Duodécima parada: Manuel García García, Mesón de Paredes 60

Nacido el 4 de enero de 1915 en Salmoral (Salamanca), Manuel García García se trasladó con 15 años a Madrid donde se fue formando en el arte de la repostería hasta llegar a trabajar en el Hotel Internacional y en el Hotel Nacional hasta el verano de 1936. Desde 1931 estuvo afiliado al Sindicato de Artes Blancas Alimenticias de UGT y llegó a ser un activo sindicalista.

Cuando estalló la Guerra Civil se alistó voluntario en las milicias populares, siendo sargento. Su pista se pierde en el frente de Aragón, donde se le dio por desaparecido, creyendo que participó en la Batalla del Ebro y que habría cruzado a Francia posteriormente. En España dejó mujer e hijo recién nacido.

García fue deportado a Mauthausen el 25 de enero de 1941 y trasladado a Gusen el 8 de abril de 1941, campo en el que moriría, tras 15 meses de internamiento, el 3 de julio de 1942. Causa oficial de la muerte: “tuberculosis pulmonar”

Decimotercera parada: Rubén Tabares Hernández, Carlos Arniches 17

Nacido en 1919 en Santa Cruz de Tenerife, Rubén Tabares Hernández vivió con sus padres y hermana desde el año 1934 en el número 17 de la calle Carlos Arniches. Al estallar la Guerra Civil luchó en el bando republicano con sólo 17 años. En 1940 se le sitúa en el campo francés de Angulema.

Llegó a Mauthausen el 24 de agosto de ese mismo año y el 24 de enero de 1941 fue trasladado a Gusen, donde murió el 1 de mayo de 1942. No fue hasta el año 2013 que la familia de Tabares tendría constancia oficial de su muerte.

Decimocuarta y decimoquinta parada: Manuel Nieto Sainz y Juan Antonio García Acero, Huerta del Bayo 5

Nueve horas después de su inicio, y con sólo una breve pausa para comer, la jornada de colocación de 15 nuevas stolpersteine en Madrid concluyó con un doble recuerdo en un mismo punto. En el número 5 de la calle Huerta del Bayo vivieron dos vecinos que acabaron sus días en el mismo campo de exterminio nazi, Gusen una vez más.

Según el Padrón Municipal del año 1935, Manuel Nieto Sainz, hijo único, vivía con sus padres en un piso del número 5 de Huerta del Bayo. Fue uno de los 927 republicanos españoles refugiados en Angulema al terminar la Guerra Civil que fueron deportados, en agosto de 1940, al campo de concentración de Mauthausen. De allí se le envió a Gusen, donde fue asesinado el 4 de enero de 1942. Su familia emigró a Venezuela.

Por su parte, Juan Antonio García Acero, carabinero de profesión, se mantuvo fiel a la República cuando se produjo la sublevación del 18 de julio y durante la contienda, por méritos de guerra, alcanzó el rango de teniente. Siendo viudo y padre de seis hijos tuvo que cruzar a Francia tras la Guerra Civil. Enviado a finales de 1940 a Mauthausen y en febrero de 1941 a Gusen murió en diciembre de 1941.

Faltan muchas stolpersteine por colocar

En total se cree que podría haber entre 600 y 700 vecinos de Madrid que acabaron en campos de concentración nazis, de los alrededor de 9.000 españoles que sufrieron idéntica suerte. Para recordarlos, la sección madrileña del movimiento internacional de las stolpersteine tiene en mente colocar en la capital al menos 450 piedras de la memoria.

El anterior gobierno municipal abrazó esta iniciativa con efusividad y, aunque anunció que ese sería el número que colocaría, acabado su mandato sólo 12 se habían podido instalar.

Muchos de los españoles que huyeron de las represalias franquistas al terminar la Guerra Civil, cruzando los Pirineos en el invierno de 1939, acabaron en campos de detención franceses, primero y, luego, en campos de exterminio alemanes.

Tal y como hemos podido ver en las historias relatadas más arriba, la gran mayoría de los deportados fueron enviados a Mauthausen y a su campo satélite, Gusen, situado a cinco kilómetros. Ambos centros eran considerados los más duros de Europa.

Según Benito Bermejo, en Gusen se calcula que murieron 4.000 españoles. La mayoría de los deportados antes de 1942 no salieron de allí con vida.

Bermejo diferencia una primera etapa en la que ese campo fue un lugar en el que se explotaba como mano de obra esclava a los presos hasta la extenuación -momento que solía llegar en pocos meses y en el cual se les eliminaba, porque realmente el objetivo era su exterminio-, de una segunda etapa en la que lo que producían tenía algo más de valor para el régimen nazi. Ese hecho daba a los presos alguna posibilidad más de poder sobrevivir.

En cualquier caso, sólo alrededor de un tercio de los españoles que fueron enviados a Mauthaussen-Gusen habría vivido para contarlo. Las Stolpersteine tienen como lema “una piedra, un nombre, una persona”.