Los movimientos sociales nacen en las calles, de la espontaneidad de las plazas y las reclamaciones de los barrios. Pero vehicular las emociones e intenciones de decenas de personas con objetivos compartidos aunque ideas heterogéneas, así como permitir que esa voluntad de grupo no decaiga sino que crezca, requiere en muchas ocasiones de espacios físicos. Lugares en los que forjar comunidad entre el propio grupo y el vecindario que les rodea, en los que intercambiar perspectivas con otras organizaciones o dialogar con la propia ciudad.
También de enfrentarse a ella, más bien a los dirigentes que la toman por suya (y en Madrid son unos cuantos). Ante la tensión generada por unas administraciones que se esfuerzan por desmontar lo comunitario y mermar las iniciativas que no persiguen el beneficio económico o incluso lo cuestionan, estos proyectos defienden la expansión de los derechos sociales e imaginan un Madrid alternativo.
El modelo de centro autogestionado financiado por los militantes no es nuevo –hay muchos antecedentes como El Sol de la Conce o La Piluka, entre otros– pero parece que ha ganado terreno en los últimos tiempos frente al Centro Social Okupado o el local municipal cedido. Cada elección tiene sus ventajas e inconvenientes, suelen insistir la mayoría de los activistas involucrados en estas aventuras, pero la aversión del actual Ayuntamiento del Partido Popular a las cesiones a los movimientos sociales –desmanteló la mayoría de las efectuadas por el Ayuntamiento de Ahora Madrid– y el tiempo de vida de muchas okupaciones, cada vez menor, ha empujado hacia este modelo que, sin estar exento de la ingerencia de agentes externos (el primero, el mercado) permite ciertos niveles de estabilidad.
Estos espacios surgen y pelean por aguantar pese a las dificultades económicas de levantar proyectos humildes pero ambiciosos con tanto en contra, buscando formas alternativas de financiación y gestión. A veces, como en estos cuatro ejemplos, lo consiguen.
Ateneo La Maliciosa
“Necesitamos lugares donde la reunión, la palabra y la actividad política autónoma puedan desarrollarse”. Así resumen la función del Ateneo La Maliciosa desde la propia web de este espacio, impulsado por Ecologistas en Acción, Fundación de los Comunes y Traficantes de sueños (con una inversión rematada de la mano de una intensa campaña de crowdfunding). Situado en el número 12 de la calle Peñuelas, en el distrito de Arganzuela y a 15 minutos de Atocha, la zona se enmarca en el antiguo barrio de las Injurias. Un lugar de tradición de luchas urbanas, ocupado hoy por docenas de proyectos culturales y políticos.
El local abrió en febrero de 2022 y cuenta con casi 800 metros cuadrados, que se reparten entre las dependencias de las organizaciones promotoras, así como una sala de actividades con capacidad para 126 personas. Además, dispone de un espacio polivalente que alberga todo tipo de actos: conferencias, charlas, presentaciones, reuniones, asambleas, formaciones, clubes de lectura, representaciones, ruedas de prensa y otras actividades relacionadas con la formación y el refuerzo de una comunidad en la ciudad. Con la transformación social, la movilización, la creación de alternativas y la apertura al conocimiento crítico.
Sirva de ejemplo el Sindicato de Inquilinas de Madrid, que lleva a cabo asesorías habitacionales y asambleas en este recinto. Como explican sus promotores, “Ateneo La Maliciosa está pensado para personas y colectivos, de Madrid o de fuera de la ciudad, que necesiten un espacio para desarrollar actividades, encontrarse y construir en colectivo”.
La Villana de Vallekas
Tomando su nombre de una comedia de enredo escrita por Tirso de Molina, este centro social de defensa de los derechos y la autooorganización lleva una década impulsando el tejido social en Vallecas. Desde el pasado agosto, además, ha dado un salto cualitativo marcado por un cambio de sede a las inmediaciones del parque Amos Acero después de una exitosa campaña de crowdfunding. El objetivo es incorporar en el proyecto futuro una taberna y una librería, dos empresas políticas para generar recursos dirigidos a la autogestión, además de para dar a conocer La Villana a personas no ligadas a los colectivos sociales.
Así lo explicaba Javier, uno de sus miembros, en declaraciones a este medio: “Llega un momento en el que, si queremos poner el cuerpo, el Estado responde a través de la represión o la precariedad. Disponer de empresas políticas que generen dinero al servicio del bien común nos permite pagar multas al instante sin que suponga tanto miedo para nosotras. Podemos, en definitiva, reforzar nuestras estructuras. Es una apuesta política por tener un espacio independiente de los vaivenes de la gentrificación y plantar una semilla para contar con un bastión de resistencia a largo plazo. Queremos generar dinero que pueda ser puesto al servicio de fines políticos, siendo conscientes eso sí de que la precariedad nos ata”.
La Villana aglutina colectivos enfocados a luchas sociales de diversa índole: la Plataforma de Afectados por la Hipoteca de Vallekas, Pan y rosas, Grupo de Historia del Movimiento Obrero, Lobas Vallekas, Orgullo Vallekano LGTBIAQ+, Escuela de las Periferias o la Despensa Solidaria La Villana de Vallekas. Todos ellos conforman, en palabras de Javier, “una comunidad que pueda plantar cara a los fondos buitre, las privatizaciones o las condiciones laborales abusivas...”.
Espacio Bellas Vistas
En la calle Almansa, muy cerca de la glorieta de Cuatro Caminos, encontramos el Espacio Bellas Vistas, situado en el barrio que lleva prendido en el nombre. Esta antigua carpintería se convirtió en lugar de encuentro vecinal coincidiendo con la pandemia. La idea de contar con un espacio de estas características surgió durante la celebración de la Universidad Popular de Bellas Vistas. Salió la idea de recomendar a la Junta de Distrito la cesión de un espacio gestionado directamente por vecinos y entidades ciudadanas. La ansiada cesión no llegó pero el gusanillo ya había anidado en una serie de vecinos que se lanzaron a buscar su propio local alquilado. El covid-19, que imposibilitaba la realización de actividades, puso a prueba la resiliencia de un proyecto que apenas arrancaba pero, a la vez, sirvió para tejer solidaridades a partir del Grupo de Apoyo de Bellas Vistas.
Como el resto de los espacios que pueblan este reportaje, la autogestión es uno de los conceptos semilla del espacio. “Es un local alquilado que reformamos, mantenemos y cuidamos colectivamente. Y eso afecta al mantenimiento ”físico“ del local, pero también al propio pago de las facturas del alquiler, agua y luz”, explica María Ramos, una de las personas en el grupo motor del espacio.
No están cerradas a recibir ayudas públicas, “pero siempre teniendo claro que si tenemos una subvención es para apoyar un proyecto puntual que promueve alguna vecina/o y apoya el resto, pero nunca será la fuente principal”. De momento han recibido un par de subvenciones que les ha permitido apoyar y visibilizar iniciativas culturales del barrio y poner en marcha una Escuela Vecinal de Familias.
“Si hay actividades, el espacio está vivo, vienen vecinas/os (nuevas y las del núcleo motor), y eso es lo que hace que siempre haya músculo, energía y que merezca la pena seguir sosteniendo y haciendo que crezca este pequeñito espacio para hacer barrio…”, explica María. Los vecinos hacen aportaciones voluntarias a la cuenta común –sin cuotas fijas– o los días de actividades. Lo cierto es que las tortillas y bizcochos del Espacio Bellas Vistas ayudan a financiar el alquiler del espacio bien a pesar de que el año les subieron significativamente el alquiler.
Casa de la Cultura de Chamberí
Muchos de estos espacios se enfrentan constantemente a la pasividad de las administraciones, en el mejor de los casos, y a su beligerancia directa en los más extremos. La Casa de Cultura de Chamberí, en pleno Bravo Murillo, se convirtió en el epicentro de la vida cultural y vecinal del distrito entre 2017 y 2021. Pero el Gobierno de José Luis Martínez-Almeida decidió no renovar el contrato de cesión aprobado con Manuela Carmena, pese a las 2.626 actividades que las organizaciones participantes sacaron adelante durante su cesión.
Por suerte, después de dos años manteniendo la llama encendida en otros puntos de Chamberí y en la Casa del Cura de Malasaña, en septiembre tuvo lugar la primera asamblea de la nueva Casa de Cultura, en un sótano de la pequeña calle Balmes. Un nuevo local cercano a la Biblioteca Regional José Luis Sampedro, de unos 100 metros cuadrados (el de Bravo Murillo tenía 318), pero con las mismas o más ganas por hacer barrio que el proyecto previo. Inspirados en el modelo por el que optan varios ejemplos recopilados en este artículo, trabajan por sufragar los gastos del alquiler con cuotas de socios.
“Tenemos que reinventarnos”, admite a este diario Blanca, una de las vecinas implicadas. Es la forma de afrontar una nueva etapa en la que parten con menos músculo ciudadano que en el año 2015, cuando la izquierda tomó la alcaldía de Madrid. “Entonces el impulso estaba en todos los rincones”, añade Paco, otro veterano del movimiento vecinal madrileño, en referencia al empuje que el 15-M dio a las iniciativas que salieron de los barrios.
Algo similar ocurrió durante el movimiento vecinal de los setenta en la capital, que también vivió en primera persona: “El movimiento ciudadano no tiene que ser instrumental solo para alcanzar las instituciones. Es algo que está presente, ha demostrado su eficacia y tendrá bajones o más altura, pero los políticos tienen que contar con él”. A ello se dedican, dentro de lo que les permiten sus recursos y su tiempo, en esta sede de la calle Balmes, en La Villana, La Maliciosa y Bellas Vistas.