Hace unos años el tejido vecinal de Malasaña propuso al Ayuntamiento de Madrid instalar unas canchas de baloncesto en uno de los patios del Centro Cultural Conde Duque. En aquella época, el lugar tenía mucha menos actividad que ahora y los grandes patios del viejo cuartel estaban tan vacíos como lo está el barrio de espacios donde practicar deporte. Se les dijo que la idea era inviable por razones de protección patrimonial del adoquinado. Mucho antes, se habían llevado a cabo innumerables conciertos de los Veranos de la Villa y otros tantos han llegado desde entonces. También cines de verano, administrados a través de concesiones privadas con terraza de verano.
Estos días hemos sabido que una pista de tenis de tierra batida ocupará parte de la Plaza Mayor entre los días 6 y 26 de este mes para promover el Mutua Madrid Open. La privatización temporal de la parcela sale barata: a un euro por cada ciudadano que quiera emular a Rafa Nadal junto a la estatua ecuestre de Felipe III.
No sorprende demasiado que los adoquines de la plaza más importante de Madrid sean más resistentes, la pelota de tenis es poca cosa comparada con la de baloncesto, se podría aducir. O, quizá, que el vecindario es poca cosa comparada con las entidades con CIF.
Algo parecido sucedía con las fachadas históricas de la Puerta del Sol, si recuerdan. Hace un tiempo, su porte histórico desaconsejaba, a decir de la Comisión de Patrimonio, la presencia de arbolado cuyo follaje pudiera taparlas. Sin embargo, pareciera que los anuncios gigantes madiraran perfectamente con el caserío histórico madrileño.
La preeminencia del negocio privado en el espacio público se ha convertido en Madrid en un elemento estructural del diseño de la ciudad.
Hablando de publicidad ciclópea, con la peatonalización de la plaza de Callao los madrileños ganaron un espacio desahogado aledaño a la Gran Vía. Y El Corte Inglés un avance casi permanente de su tienda en la calle, que se turna con otras casas comerciales. En España el Derecho de reunión dicta “que la concurrencia concertada y temporal de más de 20 personas con finalidad determinada” precisa de comunicación previa a la autoridad. “Salvo si es para entrar en una de las arquitecturas comerciales efímeras de la Plaza de Callao”, olvidó escribir el legislador.
La preeminencia del negocio privado en el espacio público se ha convertido en Madrid en un elemento estructural del diseño de la ciudad. Condiciona la reforma de las plazas grandes, como la Plaza de España, convertida en un recinto ferial; y de las pequeñas y períféricas. Plazas duras todas, terreno fácilmente baldeable pensado para mercadillos navideños.
El pasado día uno de abril el escritor y editor Servando Rocha aprovechaba la invitación para hablar en un acto institucional, en el que se presentaba La noche de los libros, para hacer un alegato a favor del Madrid nocturno vivido por el pueblo y una crítica feroz contra una ciudad cercada por “el terrorismo inmobiliario bendecido y tolerado por quienes gobiernan esta ciudad”. El tema central de la edición de este año es La casa y él aludía a “los centenares de desahuciados y expulsados de sus casas, los que se quedaron sin una habitación propia”. Si la fiesta del Día del libro tomara por lema La calle el contenido del discurso sería, seguramente, similar. En Madrid todo tiene un precio. Uno alejado de las posibilidades de sus ciudadanos que, sin embargo, lo pagan caro.