Los libros de viajes, escritos hace un par de siglos por miembros de las clases acomodadas inoculadas del virus del aventurismo, los escribirían hoy cooperantes o nómadas digitales. Estos últimos, producto de la sociedad hiperconectada, abrazan un estilo de vida atado a su ordenador portátil y han comenzado a convertirse en parte del paisaje de la ciudad global.
El avance del teletrabajo y la flexibilidad en determinadas empresas (y perfiles profesionales) ha hecho que mucha gente pueda plantearse trabajar de acá para allá. Pedro Bravo es estudioso del turismo –en 2018 publicó sobre el tema Exceso de equipaje– y socio del coworking malasañero Espíritu 23, lo que le permite centrar la mirada sin perder visión periférica sobre quienes llegan y se van por Barajas. Hemos hablado con él sobre nómadas digitales.
Según explica Bravo, “en Espíritu23 se podía observar, ya antes de la pandemia, que en torno al 60-80% de los coworkers eran extranjeros. Los motivos por los que estaban aquí eran diversos, desde el que tenía una pareja española y trabaja para una empresa de fuera, al que estaba trabajando de paso. Ahora han entrado las administraciones a potenciarlo y sigue sucediendo, claro.
Efectivamente, que han dejado de ser una excentricidad nativa de las secciones de estilo de vida lo demuestra que las administraciones públicas se han lanzado a la caza del nómada digital. En diciembre de 2022 se aprobó una normativa a nivel nacional que establece un nuevo visado para el teletrabajo que permite establecerse y teletrabajar en España durante un máximo de un año con opción de ampliar ese periodo. Por su parte, el Ayuntamiento de Madrid estrechó en las mismas fechas lazos con la empresa Airbnb a través de la Dirección General de Innovación y Emprendimiento (DGIE), con un acuerdo que facilita a miembros de startups puestos en espacios de innovación o centros de coworking gestionados por el Ayuntamiento, y cupones para dormir en pisos de alojamiento temporal gestionados por la multinacional.
Se trata de una tendencia global, tal y como verifica un análisis de la Organización Mundial del Turismo sobre 54 destinos publicado este mes de noviembre. Según el estudio, el número de destinos que ofrecen visados para nómadas digitales ha aumentado considerablemente en los últimos años (el 47% de los destinos ofrecen visados hasta por un año, el el 39% los eximen del pago de impuestos y el 80% los tramitan en menos de un mes).
Nomadlist es la plataforma de referencia en internet para el nomadismo digital. Establece ránkings, da información sobre los destinos y proporciona una forma de conexión entre los trabajadores que llegan, con la casa a cuestas, a las diferentes partes del mundo. Según los datos de la página basados en su membresía, el nómada digital medio hace una estancia en Madrid de cinco días y el mes de más llegadas ha sido este año junio, con más de 4.000. Las nacionalidades más representadas en su ranking (ajustado al tamaño del país para ser más representativo) son Eslovenia, Suiza, Países Bajos, la propia España, Canadá y Australia.
“Madrid es una ciudad donde la fama de diversión que tiene la sigue cumpliendo con matices y en el mundo de las ciudades globales en competencia están también compitiendo por el talento, la gente quiere vivir en sitios que molan y las empresas lo saben. A veces sitúan sus sedes en estos sitios (tenemos el ejemplo de Málaga pujando por acoger las tecnológicas o el mismo Madrid intentando atraer empresas radicadas en Barcelona) o permiten a sus trabajadores muy cualificados vivir donde quieran”, explica Pedro Bravo.
Según la lista de recomendaciones de Nomadlist, el mejor barrio para estar es Usera y muchos llegan a Carabanchel, lo que obliga a posar sobre los nómadas digitales la atención antes de clasificarlos como una subespecie del turista clásico. La lista de pros y contras de la ciudad es bastante reveladora de cómo nos ven a los de esta ciudad desde fuera:
El coste de vida mensual estimado para un nómada digital en Madrid según la misma web es de 3.877 euros al mes y el siguiente destino de los trabajadores dentro de España es Barcelona (y fuera de nuestras fronteras París, Londres y Ámsterdam). Especialmente interesante es el apartado de los pros y contras que, según la plataforma, ofrece nuestra ciudad a los nómadas digitales. Madrid es un destino con buen tiempo, seguro para las mujeres y muy integrador con la comunidad LGTBIQ+, entre otros valores positivos. Pero también es, dicen, cara, mucha gente fuma, no hablamos bien inglés, hay demasiado racismo y sus calles están abarrotadas.
Pero, ¿qué impactos tiene que los nómadas digitales pasen a engrosar la categoría de grupo poblacional a tener en cuenta? ¿Formarán parte del combinado multicausal del encarecimiento de la vivienda? Según Bravo, “el momento de emergencia habitacional en el que estamos tiene que ver con la globalización financiera inmobiliaria, con el turismo y los Airbnb, los estudiantes –que podían ser otro tipo de nómadas digitales por los que compiten las ciudades– y también con los nómadas digitales”.
El venezolano rico que se compra una casa en Chamberí y viene el fin de semana está emparentado con el nómada digital, quiere tener también una experiencia local
El escritor acierta a ver en el fenómeno una caracterización más de una tendencia que, mirada con cierta distancia, se podría resumir en que “el planeta se ha convertido en algo pequeñito”. “Que el mundo es un pañuelo ahora es verdad y la gente se mueve a través de segundas residencias como nuestros padres empezaron a moverse por dentro de España. Los profesionales, no solo ya los creativos, vienen a Madrid o a Barcelona a pasar parte de su vida simplemente porque les apetece, mientras trabajan en sus países de origen. El venezolano o colombiano rico que se compra una casa en Chamberí o en Salamanca y viene el fin de semana está emparentado con el nómada digital, quiere tener también una experiencia local. Son fenómenos conectados, gente que se mueve con alegría por el mundo sin reparar en el cambio climático, gastando mucho dinero y convirtiendo las ciudades en territorios donde empiezan a no caber en los vecinos locales. Se está produciendo una suerte de gentrificación global”.
Y concluye abriendo aún más la mirada: “Hay que mirar a los otros nómadas (no digitales) que viajan sin derechos, sin papeles, para sostener un sistema basado en la desigualdad y sostener todo aquello sobre lo que hemos hablado”.