“Bueno es ya que quieras, /Amable lector,/ Recordar dónde hay / Café superior./ ¿Habrá en la glorieta/ Uno que te dé/ Mejores cervezas, /Buñuelos, café/ I licores? ¿Sabes / Cuál es? Pues aplica / Al margen la vista”. Si has unido bien los puntos de este acróstico, que servía como anuncio de prensa en 1930, sabrás que nos referimos al Chumbica, uno de los bares –o tupí, o kiosco– más míticos de la ciudad de Madrid, situado en la glorieta de los Cuatro Caminos (en el 3 de la plaza o los números 81 y 101 de Bravo Murillo, según la época).
Del Chumbica han trascendido su terraza, su recuelo con puntas –café recocido con pan– y su carácter popular en el mascarón de proa de una barriada en cuyas profundidades no se habían sumergido la mayoría de los madrileños cuando abra sus puertas, a principios de la década de los diez del siglo XX.
La vida del Chumbica está unida durante las primeras décadas al nombre de Carlos Sanz Clavo. De hecho, frecuentemente en los listados de negocios aparece como Casa Carlos Sanz Clavo, “Chumbica”. ¿Se trataba el nombre del establecimiento del apodo de su regente? No lo sabemos, como tampoco conocemos mucho de su vida. Parece haber sido desde principios del siglo XX uno de los prohombres de la barriada, miembro de la pequeña burguesía local formada por industriales y dueños de establecimientos públicos que gozaban de posición e influencia en aquellos incipientes barrios de Cuatro Caminos y Bellas Vistas.
Empezando la década ya aparece Sanz Clavo como uno de los organizadores de las fiestas del barrio, las de Nuestra Señora de los Ángeles, de cuyo comité de fiestas suele ser presidente, vicepresidente u otro cargo, según los años. El propio Chumbica también será un lugar relacionado con las fiestas, que lo mismo servía de espacio de reunión para sus organizadores que como lugar para apuntarse a una carrera de sacos. La relación de los bares y tabernas con la pequeña oligarquía comerciante del extrarradio y su implicación en las fiestas no tiene en Sanz Clavo una excepción. Otros vecinos prominentes, como el tabernero Canuto González, que llegó a tener calle en el barrio, también sobresalieron en la organización de unos festejos que venían a poner en el mapa de Madrid una barriada nueva. En 1924 aún encontramos a Sanz Clavo como vocal en la Asociación de Cafés y Bares, lo que da idea de su categoría burguesa.
Como curiosidad, diremos que el registro histórico de la Oficina Española de Patentes y Marcas cuenta con tres intentos de patente presentados por un de un tal Carlos Sanz Clavo (en 1907, 1908 y 1910). Su invento serviría para anunciar en vapores, trenes, automóviles, tranvías, globos o coches de plaza “con el fonógrafo, gramófono, cinematógrafo instructivo, etc.” Sorprende encontrar en prensa de la época algún anuncio que vendría a confirmar que se trata de la misma persona: uno buscando un operario para desarrollar una patente (no explica su naturaleza) y otro, en 1921, reclamando un “operador de cinematógrafo para ocho noches” en el bar Chumbica.
Las tabernas de Bravo Murillo eran a principios del siglo XX el espacio de sociabilidad total de un extrarradio carente de otros ámbitos de ocio y convivencia más allá de la misma calle. El inmueble de un solo piso de altura donde se ubicaban el Chumbica y otros establecimientos eran el perfecto testigo de una glorieta a cuyas puertas fueron llegando los tranvías y el metro. Justo enfrente, hubo siempre también un quiosco de prensa que, andando los años, llegó a ser conocido popularmente con el nombre de Chumbica. Su gran terraza resultaba ser, además, un fresco al aire libre de la composición de la populosa barriada a las puertas de la ciudad, que veía entrar, cada día, las mercancías y viajeros que llegaban del norte.
Uno de los momentos más dramáticos para el bar fue el gran incendio que asoló el edificio en enero de 1920. Se originó al mediodía por una chispa en la vecina droguería, mientras sus operarios elaboraban uno de sus productos. Las crónicas del momento hablan de una reunión de millares de personas alrededor, que pronto se organizó para sacar en fila los productos, muebles y enseres de los cuatro establecimientos afectados mientras los bomberos conseguían controlar el fuego. Las pérdidas del Chumbica alcanzaron las 50.000 pesetas, aunque parece que parte del género estaba asegurado.
Al lugar acudió aquel día el alcalde de Madrid, Luis Garrido Juaristi, que puso involuntariamente la nota de humor en la jornada cuando fue empapado accidentalmente por uno de los bomberos. El abogado y alcalde había visitado el lugar solo unos meses antes, con motivo de la inauguración de la primera línea del metropolitano de Madrid.
Pero un rehecho Chumbica siguió siendo el espacio central e interclasista de la barriada que acostumbraba. Muy pocos meses después tenía lugar una reunión de la Asociación de propietarios, comerciantes e industriales de la zona Norte de Madrid para articular una campaña de oposición al proyecto de una cárcel de mujeres en Santa Engracia. Al año siguiente, se produjo la detención de uno de los sospechosos por el asesinato del patrono Celestino Madurell, producido en el transcurso de una huelga de la construcción. En el Chumbica cabían todas las clases del extrarradio.
El bar también era centro de referencia espacial –“enfrente del Chumbica”– y vecinal en el barrio. Allí se llevaban a cabo distintas transacciones comerciales, se quedaba para jugar un partido de fútbol o se llamaba por teléfono. En 1926 la Compañía Telefónica instaló teléfonos en diferentes establecimientos públicos a lo largo de la ciudad. En ellos, con un empleado de la empresa, se podía llamar. Y, en el extrarradio norte, el punto elegido fue el Chumbica.
En algún momento, entre finales de la década de los veinte y principios de la de los treinta, el Chumbica pasa a manos de Régulo Finol, de origen venezolano. Cuatro Caminos ya no era un suburbio desconocido para los madrileños y mucho menos la glorieta, espacio populoso que reclamaba su importancia en la ciudad de Madrid. Sabemos por él mismo, que nuestro bar figura en la nómina de establecimientos donde escribía Enrique Jardiel Poncela, que redactó allí su obra Amor se escribe sin h.
Durante esta década, Chumbica se moderniza, se hace aparentemente más sofisticado y se anuncia en prensa con una campaña de publicidad agresiva, que inserta entre las noticias anuncios breves y contundentes: “Para cerveza fría. Bar Chumbica El mejor café express. Bar Chumbica. Para bocadillos. Bar Chumbica. Pida la horchata líquida del Bar Chumbica”, entre otros reclamos. Poco antes, el dueño de local había tenido que elevar una queja al periódico La Libertad por un artículo en el que se acusaba a la moderna máquina americana de freír churros adquirida por el establecimiento de anegar los pulmones de los vecinos y viajeros que emergían del suburbano. En esta época, en el Chumbica no se debía cerrar mucho tiempo, pues se seguían dando desayunos, pero era también lugar para los anochecidos, es decir para quienes trasnochaban.
Después de la guerra, cuyo frente estuvo muy cerca de los Cuatro Caminos, el bar reabrió con otra propiedad. Sin duda, pronto recobraría su importancia pues sabemos que era uno de los puntos de reunión de la primera resistencia clandestina en el interior. Una notificación judicial de 1943 también nos induce a pensar en el Chumbica de la posguerra como el punto de referencia de la glorieta. “Un tal Manolo y otro llamado Antonio ”el Andaluz“, cuyas demás circunstancias se ignoran, así como su actual domicilio o paradero, y los que, al parecer, frecuentan el bar Chumbica, sito en Cuatro Caminos (Madrid), comparecerán, en término de diez días, ante el Juzgado de instrucción de Colmenar Viejo”, decía.
El Chumbica echó el cierre definitivamente en 1957 y hoy en su lugar existe un moderno edificio de 1960, que sigue teniendo un quiosco de prensa enfrente y un conocido establecimiento –de comida rápida– que sirve de punto de encuentro a los vecinos de Madrid. ¿Quedamos donde estuvo el Chumbica?