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El hijo del panadero de Cuatro Caminos que fue estrella del fútbol en Mauthausen y adoptó a un huérfano judío

Luis de la Cruz

27 de enero de 2021 20:55 h

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“Naciste en Madrid, calle Don Quijote 43, Cuatro Caminos. Recuérdalo”. Esas fueron las palabras que Saturnino Navazo le dijo al joven judío Siegfried Meir, de once años, el 5 de mayo de 1945 tras la liberación de Mauthausen, donde ambos habían estado presos. Durante su estancia en el campo de concentración, el joven, procedente de Auschwitz​ (donde había quedado huérfano) fue a parar al barracón de los españoles. Allí, el jefe del campo encomendó a Navazo, un preso particularmente popular, su cuidado. Aquellos días de alegría y libertad, la Cruz Roja estaba agrupando a los huérfanos de los distintos campos liberados para acogerlos, muchos de ellos serían enviados posteriormente a Palestina, pero Meir, rebautizado como Luis Navazo, saldría junto a su nuevo padre de Mauthausen. Él mismo lo contó en su autobiografía, titulada Mi resiliencia.

Navazo había nacido en Burgos, pero pronto recaló con su familia en el barrio de Cuatro Caminos. El fútbol ya había dejado de ser a esas alturas un deporte elitista, de estudiantes de ingeniería; era un juego popular y el hijo del panadero de la calle Don Quijote era especialmente habilidoso. A la altura de 1934, con veinte años, jugaba en el Deportivo Nacional, un club hoy olvidado que no estaba en la máxima categoría pero tenía cierta importancia en los años treinta. Con él ganó un campeonato de Castilla al Athletic de Madrid.

Navazo, de convicciones socialistas, llegó a ser teniente en el Ejército Republicano y, al final de la guerra, cruzó la frontera junto con miles de españoles. En Francia, estuvo en el campo de Belfort hasta que los alemanes le llevaron a Mauthausen en enero de 1941, cuando aún se estaba construyendo el campo. Fueron muchos los españoles que llegaron allí temprano, marcados con el triángulo azul de apátridas –pues Franco negó que fueran españoles– y con la S de Spanien impresa sobre la insignia. Entre los años 1941 y 1942 morirían dos tercios de los españoles presos.

El jugador de Cuatro Caminos perdió un dedo en la famosa cantera del campo, donde eran obligados a acarrear grandes piedras para, entre otras cosas, construir la escalera de 186 escalones que daba acceso a la zona y que también fue conocida como la escalera de los españoles o de la muerte.

Entre los prisioneros españoles había unos cuantos que habían jugado al fútbol antes de la guerra y se hicieron una pelota precaria con unos trapos cosidos. El domingo, el día de descanso del trabajo y de despiojarse, andaban algunos de ellos dando unos pases entre los barracones cuando Bachmayer, el jefe del campo, les vio. Aquel miembro de las SS, que solía acompañarse de dos grandes perros, era un gran aficionado al fútbol y decidió permitir el balompié dentro del campo de concentración.

Empezaron a jugar partidos de fútbol entre los presos de diferentes nacionalidades en la gran explanada de cemento donde habitualmente se pasaba lista a los presos. Aquellos momentos distendidos fueron “la ruptura de un ambiente verdaderamente infernal”, a decir de uno de los antiguos internos entrevistados en el episodio de Rebeldes del fútbol dedicado a Navazo, presentado por Éric Cantona. Según estos testimonios, en el equipo español había buenos jugadores y era imbatible. Jugaban también Robledo, Vedura, Rubio y Juan Castañeda, padre de Jean Castañeda, portero internacional con Francia. Navazo era el capitán. Los futbolistas de todas las nacionalidades, además, comían mejor que el resto de presos y aprovechaban su posición para robar comida de la cocina y llevársela a sus compañeros menos habilidosos con el balón.

En 1943 empezaron a llegar a Mauthausen gentes de la Resistencia y antiguos brigadistas, organizándose políticamente en el interior con un Comité Internacional clandestino. Esta organización, especialmente potente entre los españoles del campo, queda patente cuando el día de la liberación una enorme pancarta reza “Españoles antifascistas saludan a las fuerzas libertadoras”.

Tras la liberación, Saturnino y Luis Navazo –que seguiría llamándose así los primeros años– se asentaron en Revel, a las afueras de Toulouse. Solo se separarían cuando el joven obtuvo su certificado de estudios, con catorce años, y ambos siguieron viéndose hasta la muerte de Saturnino, en 1986. Éste trabajó de ebanista, formó una familia, jugó al fútbol en el equipo local y participó en la vida del PSOE en el exilio. Siegfried, por su parte, ha tenido muchas vidas (artista plástico, cantante de éxito, rey de las fiestas de Ibiza, sin nacionalidad hasta 1980) y una vez, estando cerca de la calle Don Quijote por casualidad, se acercó a ver si había alguien allí de la familia Navazo: no quedaba nadie.