Si algo caracteriza a Dehesa de la Villa, a medio camino entre bosque urbano y parque, es su amplitud desestructurada, que hace quienes no estamos dotados con el sentido de la orientación de una brújula nos perdamos a pesar de no contar con setos y otras barreras vegetales propias de los parques ajardinados. La Dehesa de la Villa, para los no iniciados en el territorio, se desparrama irregularmente y solo el camino del Canalillo le da sentido circular.
Por eso, la idea de verla cercada –ya le pusieron cinta de plástico durante la pandemia sin mucho resultado– nos resulta extraña, pero el impulso de vallar el parque más allá de los mojones de granito que hoy la delimitan en algunas partes ha aparecido y desaparecido en diversas ocasiones de su historia.
En realidad, la Dehesa fue cerrada brevemente en 1916, siendo alcalde de Madrid Carlos Prats. En 1917 (tiempos de Francos Rodríguez en la sala consistorial) de nuevo se ordenó su cierre, pero el teniente de alcalde del distrito se negó en redondo, lo que da cuenta del rechazo popular del incipiente vecindario a la medida.
El intento más sólido y que hizo correr más ríos de tinta fue el capitaneado por Cecilio Rodríguez entre los años 1924 y 1925. El funcionario municipal, que conoceremos por los jardines que llevan su nombre en El Retiro, se había construido una gran reputación como jardinero pero también se había granjeado odios por el empeño que ponía en impedir que la gente pisara sus jardines, asociándose su nombre al alambre de espino y a los guardias que echaban a los niños de los parques, tal y como contamos a propósito de El Retiro. En 1924 fue nombrado Jardinero Mayor de la Villa de Madrid y puso sus ojos en la Dehesa de la Villa, un inmenso lienzo a disposición de sus aspiraciones artísticas.
Comenzó entonces una campaña en prensa contra las ansias cercadoras de Rodríguez. En La Opinión (6-10-1924), por ejemplo, un tal Dr A. Franco dijo que “don Cecilio, celoso protector de su obra, la defiende por todos los medios contra todos, y ha llegado a hacer incompatibles cosas tan adorables como la flor y el niño, el espacio libre y el hombre”. El escritor republicano Antonio Zozaya, por su parte, defendía en La Libertad (9-10-1924) que: “En ningún otro sitio los niños pueden jugar sin peligro, a sus anchas, ni los convalecientes encontrar más rápido alivio, ni los ancianos hallar descanso en paraje como la Dehesa, libre de humedad y bullicio”.
Ante las muchas críticas suscitadas por la polémica, el alcalde, conde de Vallellano, calificó de rumor la posibilidad del cierre, alegando que lo que estaba encima de la mesa era simplemente delimitar la propiedad municipal (La Atalaya, 7-10-1924).
Pero el asunto se discutió en el pleno municipal más de un año después, en noviembre de 1925, y la prensa de nuevo hablaba del “viejo propósito de don Cecilio Rodríguez” (El Sol, 11/2/1925). La votación llegaba después de que, al parecer, varias comisiones municipales hubieran informado favorablemente de la idea y el Ayuntamiento decidiera, aun así, no seguir adelante con ello. En este nuevo intento, el dictamen fue rechazado tras una intensa discusión entre los ponentes y “a pesar de los esfuerzos de don Cecilio Rodríguez”, tal y como tituló La Voz el 11 de febrero de 1925.
La crítica al cierre de la Dehesa albergaba, no solo el rechazo frontal al cercamiento, sino también al ajardinamiento que prohibía el uso libre de las praderas. La Dehesa de la Villa era uno de los espacios madrileños que recibía cada domingo a las gentes de las clases populares a la sombra de sus pinos y cedros, por lo que, la crítica llegó de la mano de la llamada cuestión social y mayoritariamente a través de las páginas de las cabeceras progresistas. No olvidemos que la Dehesa de la Villa fue durante estos años escenario de las jiras (picnics) de la clase trabajadora de Madrid durante las celebraciones del Primero de Mayo.
Más concreto fue el debate sobre la esencia natural del espacio. El escritor Antonio Zozaya lo explicaba en La Libertad (9-10-1924):
“Es absolutamente necesario no desnaturalizar la Dehesa de la Villa y dejar que siga siendo monte, monte tónico y vivificador, pulmón de Madrid, inapreciable sanatorio, y llenarlo de pájaros, evitando su persecución por todos los medios, y de bancos rústicos y de fuentes limpias”.
Aún hoy sigue presente la discusión sobre el punto de equilibrio entre la comodidad del espacio y su necesaria naturaleza forestal. La forma híbrida entre bosque urbano y (cada vez más) parque nace con las reformas llevadas a cabo a finales de los años sesenta y los años setenta, cuando se colocaron taludes, mobiliario, paseos, etc. La última vez que la discusión salió a colación entre los dehesistas fue con motivo de la urbanización de los terrenos pertenecientes a la Complutense, hasta hace poco los más salvajes, donde se ha diseñado un campo de Disc Golf.
Todavía el 16 de octubre 1929 clamaba La Voz “¡Otra vez don Cecilio!” a propósito de unas declaraciones en las que el ilustre responsable de la jardinería madrileña había dicho que a la Moncloa y la Dehesa de la Villa iban, sobre todo, “parejitas de enamorados, algunos de ellos impúdicos”. El periódico tildó al pudoroso jardinero como “enemigo de los enamorados”. Las declaraciones, por cierto, las había dado en El Heraldo de Madrid un día antes para defenderse de las críticas por las talas de los árboles durante las obras de construcción de la Ciudad Universitaria y la respuesta fue que se plantarían miles de árboles en su lugar. A tenor de las páginas aparecidas en las secciones de local de los periódicos en 2023, podríamos decir que la historia a veces rima.