El sábado 21 de mayo volvieron las fiestas al barrio de Bellas Vistas después del parón pandémico y fueron un éxito. No un éxito pese a sus pequeñas dimensiones sino precisamente por ellas. Para quien no lo sepa, las de Bellas Vistas son unas fiestas organizadas por el tejido del barrio desde hace pocos años a través de los Planes de Barrio –aquí se explica el quiénes y el cómo– y es esa dimensión casera la que las hace diferentes.
El barniz se ve bien en la carrera popular infantil, que es como siempre empiezan las fiestas de Bellas Vistas (aunque este año hubo el día anterior un paseo por el neomudéjar popular del barrio que congregó a un centenar de personas). En esta carrera no hay dorsales, no hay categorías y todos tienen medalla (y fruta). Esta carrerita es casi como las que organizabas de pequeño en tu calle. A la de tres, todos los niños corriendo calle abajo sobre el adoquinado de la calle Topete, con la gente animando desde las peluquerías latinas, los comestibles bangla y los rellanos de las casas. La corredora más más pequeñita va detrás, de la mano de su papi, tuercen por la calle Almansa y pasan junto a los bolardos adornados con trabajos de tejer para la ocasión.
Al final del recorrido, la plaza sin nombre de las antiguas cocheras, a orillas de Bravo Murillo (Plaza Nueva en los carteles) donde estaba ya montado el escenario. Un recinto ferial entre casas nuevas, con una gran explanada de cemento en el centro y un pequeño parque infantil, que hace odiar los días de calor el urbanismo moderno con sus plazas duras. “Para la tarde se riega, y hay distintos espacios que quedan a la sombra que vamos aprovechando, luego, cuando llegan la mayoría de las actuaciones, ya ha caído un poco el sol”, me explica uno de los vecinos voluntarios, que viste una camiseta adornada con el lema Fiestas de Bellas Vistas.
Después del taller de patinaje, también para los más pequeños, siguieron la paella popular en el Espacio Bellas Vistas, que en poco tiempo se ha convertido en un espacio imprescindible en el barrio, talleres y mesas informativas a primera hora de la tarde –por ejemplo, sobre educación pública– y, al fin, la ocupación del escenario central.
Mientras la orquesta infantil de Acción Social por la Música tocaba sus instrumentos clásicos, el vecindario tapizó la plaza, dispuestos en el puñado sillas que la organización había dispuesto, sentados a los pies de la tarima –los más pequeños– y por todos lados en la plaza. La orquesta tiene muchos acentos y colores, tónica del resto de la noche.
Norberto y Cecilia –dos vecinos muy conocidos en el barrio– ejercían de acogedores maestros de ceremonias entre los distintos artistas que pusieron a bailar al barrio. Artistas, muchos de ellos, que también son vecinos, por cierto.
Se bailó reggaetón –“una coreografía limpia, de cuando empezaba J. Balvin”–, mucha bachata, música romántica, latina, disco…Entre canción y canción se deslizaron algunos mensajes, como el rechazo a los delitos de odio o la reivindicación del barrio popular, que está en la génesis y en el espíritu de las fiestas. Festejar delante de todos para demostrar que el estigma y la prensa sensacionalista se equivocan.
–“Yo creo que las nubes pasarán de largo”, –“No sé yo, me parece que me ha caído una gota”, se escuchaba a eso de las ocho de la tarde, cuando la fiesta estaba en su punto álgido y la plaza bullía por los costados, con niños tirándose agua y jugando a la pelota. Y, al final, llovió. Todo el mundo a los soportales. ¿Sería una tormenta de verano? ¿Habría que dar por concluida la fiesta? La gente, al menos mucha gente, decidió quedarse y, pasada una hora, empezó a gritar festiva, “que empiece ya, que el público se va” y “Norberto, Norberto, Norberto”.
Se reanudó la fiesta y lo hizo por donde se había quedado, con el grupo Familia Normal, cantera de Bellas Vistas, como también el que le sucedió. A las once en punto, tal y como estaba previsto, se acabaron las fiestas del barrio por este año. Una jornada sin más patrón ni matrona que el propio vecindario orgulloso de serlo.