Al principio fueron las sábanas. Colgadas de los balcones, pintadas con rotulador. “Si necesitas ayuda, llama”. Era marzo de 2020, España estaba confinada y en el barrio madrileño de Vallecas, cientos de familias abocadas al paro se enfrentaban a unos meses imposibles. Los servicios sociales estaban desbordados, las ONG, al máximo, cuando no cerradas. Ante esta tesitura, fueron los propios vecinos quienes reaccionaron, organizándose entre sí, exprimiendo la experiencia asociativa del barrio, de los centros sociales, para crear un colchón de emergencia que evitase el colapso. Nació así la red de apoyo Somos Tribu, que acaba de recibir el Premio Ciudadano Europeo 2020, que concede el Parlamento Europeo, por su “importancia a nivel social, promocionando la cohesión social y el voluntariado”.
En centros sociales, en locales de particulares, Somos Tribu tiene hoy activas aún cinco despensas donde las familias que no consiguen llenar la nevera -unas 500, sin contar una lista de espera de decenas- acuden a por una cesta con lo esencial, de aceite a arroz o productos básicos de higiene. Hay una en Palomeras, otra en Doña Carlota, otra en Portazgo-Numancia y otra en San Diego. También en Entrevías, donde el martes por la mañana se reúnen varios de los que primero se sumaron a la causa, contentos estos días, posando con los chalecos identificativos, pues el premio ha supuesto un espaldarazo. Está Víctor, de 27 años, diseñador gráfico, voluntario, que avisa contra la tentación lacrimógena: “Esto no es caridad ni altruismo; es solidaridad y apoyo mutuo”. Está también Marimar, dinamizadora social, abocada a un ERTE por la pandemia, que se volcó en la organización. O Adriana y Liliana, que se conocían porque sus hijos iban al mismo colegio. La mayoría tardaron meses en ponerse cara, porque se comunicaban por Whatsapp y no había tiempo para presentaciones en persona. Muchos solo se vieron en el pase de un documental sobre el trabajo de la red, que se estrenó en diciembre.
El teléfono de Víctor echó humo durante el confinamiento. Cuando llegó la primera factura, tenía registradas 68 horas de conversaciones en un mes. Marimar necesitó que otras dos voluntarias devolviesen las llamadas que ella no podía atender. Adriana se había comprado una cama nueva en febrero, juntando ahorros. Las sábanas no daban las medidas para el nuevo colchón, pero le vinieron muy bien para tejer mascarillas en los días más críticos de marzo y abril, cuando la escasez era total. La primera se la llevó un conductor de los autobuses municipales. Liliana, que cayó enferma de covid en el momento de máxima saturación, se puso manos a la obra en cuanto recuperó las fuerzas. Tenía experiencia evaluando necesidades en la parroquia de San Francisco de Paula, donde era encargada del banco de alimentos. Pero la covid disparó las urgencias. En la tribu, quien un día busca ayuda puede darla al siguiente. “Llevo ocho años en paro. Con la covid lo estamos pasando un poquito mal”, cuenta Alfredo, de 38 años, que vive con su mujer, sus cuatro hijos, su yerno y un nieto, y pasa a menudo a echar una mano.
Cuando el confinamiento, Somos tribu reaccionó antes que las instituciones. “Los servicios sociales estaban desbordados y llegaron a derivarnos gente a nosotros”, cuenta Marimar, que es dinamizadora vecinal, pero está inmersa en un ERTE. “Somo el distrito con mayor porcentaje de receptores de renta mínima en Madrid, y en el que viven el 50% de los que no saben leer ni escribir”, explica. “Los medios públicos han sido muy miserables”, opina Isidro Pérez, de la asociación de vecinos Palomeras Bajas, que celebra el premio como “un empujón” para la red.
Rescatar el vecindario de la colmena humana
Adriana llevaba seis años viviendo en su bloque de viviendas. De casa al trabajo; comer, dormir. No conocía a los vecinos. Con su implicación en la red, ahora es casi famosa en el barrio. Entra en el local de Entrevías Pily, preguntando si hace falta echar un mano hoy. Su nieta es ahora amiga de la hija de Adriana. Liliana, que lleva 22 años en España, es originaria de República Dominicana y solo ahora ha caído en la cuenta de que en el barrio hay mucha gente de su ciudad, La Vega. “Conocí a más gente en la cuarentena que en un año normal”, dice Marimar. La tribu también ha contribuido a vertebrar el barrio, aunque en Vallecas siempre ha habido un importante movimiento vecinal. Adriana cuenta el caso de “el bloque de los abuelos”, un edificio de viviendas con residentes de avanzada edad que estaban totalmente aislados hasta que alguien de la red tuvo la idea de ir a ver cómo estaban.
La red, en cuya gestación y funcionamientos participaron centros sociales como Atalaya, La Horizontal, La Villana o La Brecha, creó grupos de trabajo durante el confinamiento para hacer frente al aislamiento. De apoyo psicológico, de información laboral, de maternidad, de mujeres o de creatividad. Marimar insiste: “No somos asistencialistas, ni servicios sociales, no queremos serlo; no damos, compartimos”. Y recuerda que “las instituciones llegaron tarde”. Ante la falta de respuesta pública, la red recibía solicitudes de los lugares más insospechados. Un recluso en Cádiz que llamaba para preguntar si se podían interesar por un familiar que se había mudado a Vallecas. O gente que había visto noticias sobre la iniciativa en la televisión y pensaba que tenía alcance estatal. Llamó gente de Galicia, también de Andalucía, algunos para colaborar económicamente con donativos, que se ingresaron en las cuentas que las asociaciones de vecinos pusieron a disposición de la red.
¿Tiene visos de permanencia Somos tribu? Víctor entiende que “sigue habiendo una crisis social y económica brutal”, y apunta que el 80% de las peticiones responden a situaciones de emergencia causadas directamente por los efectos de la covid. “Puede desaparecer como estructura de despensas, pero permanecer como espacio de colaboración”, añade. Marimar prefiere no pensar demasiado en el largo plazo: “Lo que nos importa es que la gente coma, luego ya se verá”.