Las redes vecinales de Madrid han repartido alimentos desde el inicio de la crisis del coronavirus a 20.265 personas. 5.828 familias. Son los datos recabados hasta el 30 de abril por la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (FRAVM) en 58 espacios de ayuda mutua organizados sobrevenidamente en los barrios. El 84% de estas redes se nutren exclusivamente de donaciones autoorganizadas. En el 16% restante la administración actúa en algún eslabón de la cadena con acuerdos de colaboración para que los restaurantes donen menús que luego reparten los voluntarios o poniendo a disposición cocinas municipales, como la de la Escuela de Hostelería de Santa Eugenia, según las cifras recabadas por la FRAVM.
Muchos usuarios suelen llegar a estas redes autogestionadas antes que a los servicios sociales o mientras esperan que se tramiten sus ayudas. Es decir, son personas fuera del radar o en vías de entrar en el sistema, que está volcado en aumentar su capacidad a marchas forzadas. En muchas ocasiones, estas iniciativas funcionan como cauce de contacto. Juntas de distrito como la de Villaverde Alto han entregado formularios a las organizaciones vecinales para que hagan de intermediarias con los usuarios con el fin de que terminen llegando a los recursos municipales.
El Ayuntamiento de Madrid ha llegado a 82.000 personas con las ayudas alimentarias tramitadas “en colaboración con entidades sociales, empresas y no gubernamentales”, según los últimos datos, y ha acelerado los trámites con una ayuda exprés que reduce la espera a solo días. Pero el volumen de personas sigue creciendo y las asociaciones de vecinos se preguntan por cuánto tiempo más podrán soportar la presión en esta red paralela. Temen que cuando comience la desescalada, los voluntarios vuelvan a sus puestos de trabajo presenciales y las donaciones bajen, aún exista una bolsa de personas fuera de la cobertura de los servicios sociales. El Consistorio tiene previsto crear espacios de coordinación con las entidades sociales precisamente para intercambiar información que permita actuar con más eficacia y llegar antes a las personas que lo necesitan.
El cómputo total de usuarios de estas redes vecinales se multiplica por dos, hasta las 10.076 hogares, si se suma a todas las personas que han acudido a los grupos de apoyo en busca no ya de alimentos sino de otros tipos de ayuda: problemas con el casero, dificultades para arreglar un electrodoméstico, acompañamiento para el hospital, ayuda para pagar el teléfono...
El 38% de los madrileños han visto sus ingresos mermados con la crisis y el 64% que se reducirán en los próximos seis meses, según una encuesta realizada por el Ayuntamiento de Madrid para hacer un primer diagnóstico sobre el impacto de la COVID-19 en los hogares. El Consistorio ha multiplicado en las últimas semanas las ayudas alimentarias hasta llegar a las 81.677 personas, más que en todo el año 2019, según los últimos datos ofrecidos por la vicealcaldesa, Begoña Villacís, que ha remarcado que los servicios sociales municipales están liderando la respuesta a la crisis aunque con ayuda de las entidades de la sociedad civil y las empresas. Latina (10.876), Puente de Vallecas (9.944) y Villaverde (6.689) son los distritos con más intervenciones de servicios sociales de emergencia.
En estos distritos, el colchón vecinal también ha tenido que amortiguar a mucha más gente. Hay dos zonas especialmente presionadas, según la FRAVM. Un cinturón central formado por Centro, Latina y San Blas que concentra a la mitad de las personas atendidas por redes vecinales (9.990) y otra franja sur formada por los distritos de Usera, Villaverde, Puente de Vallecas, Villa de Vallecas y Vicálvaro donde se ha repartido alimentos a 7.868 personas desde la declaración del estado de alarma hasta el 30 de abril.
En las últimas semanas se han activado 37 de las 58 despensas solidarias que operan hoy, sostenidas por 6.179 voluntarios, según los datos de la FRAVM. La mayoría de las redes se han formado a partir de la agrupación de colectivos barriales que ya existían y atendían a personas vulnerables de manera puntual.
En Aluche, un barrio que lleva varios fines de semana amaneciendo con largas colas de personas a la espera de recoger una bolsa de comida, las cestas se acumulan en la misma sede donde antes se organizaban bailes de salón y planificaban protestas para exigir la construcción de un hospital. “La crisis del 2008 fue horrible, pero fue una crisis de consumo. Esta es una crisis de hambre literal, de la necesidad de tener algo que comer en la nevera”, lamenta la presidenta de AVA, Ana Isabel del Rincón.
“En esas colas, hay ancianos de nuestro barrio que reciben pensiones muy pequeñas y ahora tienen que ayudar a sus hijos; hay trabajadoras del hogar que se han quedado sin trabajo ni ayuda; mucha gente dedicada a la hostelería que aún no ha cobrado el ERTE…”, describe del Rincón, quien critica la “falta de apoyo” por parte de la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid, así como la escasez de recursos de los servicios sociales municipales.
Un refuerzo pendiente
El Ayuntamiento de Madrid ha puesto la integridad de sus servicios sociales al servicio de tramitar con máxima urgencia las ayudas básicas para comer. La plantilla de 900 trabajadoras está volcada en esta primera fase, explica el concejal de Familias, Igualdad y Bienestar Social, Pepe Aniorte.
Sin embargo la plantilla arrastra deficiencias “históricas”, según Aniorte, que cuantifica en un 20% el déficit de personal. La concejalía quiere incorporar al menos a 180 personas al servicio aunque no hay fecha prevista para ese refuerzo. “En Puente de Vallecas, las trabajadoras tramitan entre 30 y 40 ayudas alimentarias al día. Hay que poner en valor que las trabajadoras sociales se están dejando la piel atendiendo la situación de emergencia. Si en la crisis sanitaria los héroes han sido los médicos y los enfermeros, ahora las heroínas en primera línea en la crisis social que viene son las trabajadoras de servicios sociales”, señala Aniorte.
El edil argumenta que la respuesta “debe estar coordinada por los servicios sociales para que cada uno no dé la batalla por su cuenta”. Y pide a las asociaciones que “colaboren con la administración” porque es quien “lidera” la respuesta para que sea “integral y duradera”. El Ayuntamiento anunció la semana pasada la creación de una mesa de coordinación en cada distrito para facilitar el intercambio de información con las entidades sociales y así llegar a todas las personas con mayor eficacia.
En estos dos meses algunas entidades han mantenido buenas relaciones con el Ayuntamiento pero otras han vivido algunos desencuentros porque consideran que el Consistorio no les ha ayudado. La Red de Cuidados de Centro pidió la apertura de la Casa del Cura, por ejemplo, pero la Junta de Distrito no accedió y ofreció como alternativa un local, Clara del Rey, donde no se pueden almacenar alimentos perecederos (fruta o verdura, por ejemplo).
El aumento de la demanda ha obligado a esta red a organizar turnos de recogida. Así se evitan aglomeraciones y formar filas que pueden generar incomodidad o vergüenza a los usuarios. “Aquí nos estamos echando una mano. Igual otro día lo necesito yo. No queremos estigma. Nos puede pasar a cualquiera”, dice Aurora, una voluntaria. Hoy le ha tocado a ella coordinar el reparto en Malasaña. Los víveres están perfectamente organizados en el sótano de la sede de Ecologistas en Acción, donde finalmente están guardando todos los alimentos. Clara del Rey lo han dejado para los productos de higiene y limpieza personal, que también son demandados.
En una mañana de martes, a los usuarios citados se suman otros que se acercan a preguntar. Algunos terminan pidiendo un teléfono para tener que evitar dar explicaciones presenciales. Los voluntarios tampoco se las piden, pero necesitan al menos saber cuántas personas son en la familia y qué necesidades tienen. Todos esos datos los recogen en una tabla para organizar los turnos y preparar cestas de alimentos que se adapten a las necesidades de cada familia. “Vanesa, recordad, está embarazada y tiene un niño de cinco años”, canta Aurora. “Ponemos entonces leche con calcio”, responde otra voluntaria que se mueve ágil entre las montañas de comida.
A partir de esta semana el reparto se amplía un día más. Será martes, jueves y viernes. Los voluntarios están funcionando a la velocidad que pide la emergencia. “Sobre la marcha, rápido, con mucha gente buena”, cuenta Félix, jubilado. Corta las sandías en dos mitades y las embala con cuidado en plástico. A su lado está Soledad, que ahora vive en una pensión pero estuvo dos años en situación de calle. Ella es receptora de ayuda pero también voluntaria. “Como no puedo aportar ayuda económica, devuelvo lo que me ayudan así”, dice. Tiene 44 años. Carmela ofreció hace tres semanas su furgoneta para ir recogiendo alimentos en los supermercados. Colocan unas cestas y allí los clientes pueden donar lo que quieran.
Regina es camarera y estaba en periodo de prueba cuando se decretó el estado de alarma. Es la primera citada del día. Con gesto tímido agradece más veces de las que se pueden contar. Menuda, carga como puede con todas las bolsas que lleva encima calle arriba para esquivar la semana de la mejor manera. Antes de franquear la esquina, se vuelve a girar y grita un poco para sortear la sordina de la mascarilla. “Se me olvidaba, que buen día para todas”.
Los voluntarios auguran que el número de personas va a seguir creciendo. “Esto no va a ser cosa de dos o tres meses”, valora Aurora. El grupo de Villaverde Alto ya ha comunicado a los usuarios que el apoyo es “de emergencia y coyuntural” y que será el Ayuntamiento de Madrid quien se vaya haciendo cargo de la situación, que no hace más que agravarse. Las personas que han acudido a esta red han pasado en unas semanas de 100 a casi 500. “Dentro de nuestra actividad está la ayuda directa a familias vulnerables pero eran puntuales. Ahora dependemos de la fundación de del chef José Andrés (World Central Kitchen) No va a ser eterno. Si nos pone una fecha de finalización, ese día todas estos cientos de personas se quedan sin comida. En este tiempo el Ayuntamiento tiene que asumir la atención íntegra pero la actuación es lenta”, explica Javier Cuenca, de la FRAVM y parte de la asociación vecinal La Incolora.
Frente a una biblioteca pública se juntan, con un orden casi militar, 200 personas. Esperan un plato de comida caliente que llega en un foodtruck. La fila llega más lejos de donde los ojos alcanzan. Los alimentos proceden de donaciones, se cocinan en la escuela de hostelería de Santa Eugenia (cedida por el Ayuntamiento) con cocineros aportados por World Central Kitchen. El reparto lo coordina la red vecinal de Villaverde Alto, que cuenta con la ayuda de un camión de cervezas La Virgen. Una sinergia de fuerzas imposible si cae cualquiera de las piezas, advierte Javier Cuenca, vicepresidente de la FRAVM y una de las personas que coordina este dispositivo.
En la cola espera Flori, con su niña de dos años. Limpiaba en casas pero con la explosión del virus nunca más la volvieron a llamar. Ni a pagar. No tiene paro. Unos pasos adelante en la fila está Milagros, que tiene 70 años y una pensión de 600 euros. “Con esto me da para comer y para cenar. Está bastante bueno”, cuenta mientras espera su turno. El reparto de comida caliente es solo una vez al día y se compone de una sola ración. Los desayunos y las cenas se intentan cubrir a través de una despensa solidaria que bebe de una cuenta corriente donde se pueden hacer donaciones. En la fila hay también una monja que organiza a una parte de las usuarias vinculadas a una guardería. Y pide a la vez a Dios que las bendiga para que esto pase pronto.