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La cópula del PP

La empatía es, según el DRAE, la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro. La gente poco empática, antiempática diríamos, se caracteriza por su habilidad para sentarse ante el televisor, por ejemplo, y no sentir la menor emoción ante las imágenes de la desolación provocada por un terremoto, de un tsunami, de una riada devastadora con cadáveres flotando, de un edificio en llamas, o de un mendigo durmiendo en la calle bajo unos periódicos que le sirven de sábana. Esa gente sin empatía alguna es capaz de detenerse delante del mendigo, pero sólo para leer gratis el periódico que le cobija. Los más crueles, ante ese desgraciado despojo humano, envuelto en las páginas centrales de La Gaceta o de La Razón, harían comentarios jocosos como este: “Mira tú, tanto meterse con la prensa de derechas, pero al final es la única que hace algo por la gente pobre”.

Yo, que me considero un tío empático, ante el tsunami que ha barrido al Partido (en mil pedazos) Popular en estos últimos días, no puedo permanecer impasible, con cara de circunstancias, dedicándome a leer distraídamente los periódicos que envuelven sus miserias sin ponerme en la piel de los que están debajo pasando frío, de los que sufren los efectos catastróficos, digo sobrecogedores, del huracán Bárcenas que ha puesto a la intemperie la moral, que ellos presumían intachable, de ese nuevo tipo de pobres pero honrados que tanto proliferan en las crisis morales, de los que saben que es mejor robar en silencio que importunar a gritos a la gente pidiendo por la calle con las manos roñosas extendidas. “Señorito, es peor de pedir que de robar”.

Veamos. ¿Qué haría yo si fuera del PP? Pues como ya han apuntado autores más versados que yo en técnicas de camuflaje, seguir al pie de la letra la hoja de ruta del tipo al que su mujer le pilla en la cama con otra: “Cariño, esto no es lo que parece”, mientras intenta tapar con las palmas de las manos su enorme (¡ejem!) turbación como haría cualquier empalmado duque de palma de la mano. Porque lo primero que piensas ante las páginas de la presunta caja B del PP mostradas por el diario El País es que podía haber sido peor, mucho peor, como que su mujer le hubiese pillado en la cama con una menor o bien con el niño cuyo disfrute se reparten a medias con su confesor pederasta, lo que no es pecado, pero sí es delito.

Porque la señora, la niña o el niño (los jueces calificarán, tarde o temprano, la naturaleza de la víctima, y si solo es pecado y no delito) que han pillado en la cama de la cópula del PP (se llama cópula cuando toda la cúpula folla al mismo tiempo) es nada menos que el sistema democrático de un país enfermo, de cuya debilidad sus cuidadores se aprovechan para perpetrar el abuso continuado.

Todo en este caso es de una gravedad tal que el embaucador no tiene otra salida que negar lo evidente. Porque desde la catequesis sabe que la gente es capaz de creer, sin pestañear, en disparates mucho mayores, y hasta pagan por ello en misa. Y les funciona, además, desde hace dos mil años. ¿Por qué razón no habría de pensar Mariano que un libro de cuentas, una pequeñez, escrito con una letra idéntica a la de Bárcenas, con apuntes contables que coinciden milimétricamente con pagos certificados por sus beneficiarios, es una burda falsificación? ¿Acaso pensáis que es más difícil creer en la existencia de una trama de manipuladores y grafólogos, urdidores de pruebas falsas para hundir al PP, que en la existencia de dios?

Cariño, esto no es lo que parece...

Claro que negar lo evidente te obliga a un colosal trabajo adicional de razonamientos paralelos (para lelos), de demostración de la existencia culposa de esa trama fantástica, una contraofensiva a la altura profesional y artística de quien te denuncia. Lo que al final nos lleva a la conclusión de que quien provee de material a los diarios El Mundo y El País en torno al entramado de financiación presuntamente ilegal del presunto Partido Popular es un genio de la falsificación que conoce los entresijos de Génova 13 como la palma de su mano, y que sin duda sacaría muchísimo más provecho falsificando recibos de bancos suizos que los cuatro duros que apenas puede recibir hoy de las arcas maltrechas de los periódicos en crisis. Desde aquí mismo le advierto que, si las cosas le van mal con esos dos periódicos, tengo para él un trabajito primoroso del que podemos ir al cincuenta por ciento. Que si sale bien, ambos podríamos chupar de él, como diría el empalmado duque de Palma.

Nosotros es que somos unos descreídos, y por eso sospechamos del patético lenguaje corporal en ruinas de Mariano y Cospedal, de su táctica infantil de defensa, como la reacción de la Dolores cuando le anuncian en plena rueda de prensa que Pío García Escudero acaba de confirmar que los asientos que aparecen a su nombre en las cuentas B se ajustan a la realidad... del pavor, en fin, que recorre las filas ya maltrechas de la derecha española.

No deja de ser asombroso, que no extraño, que la Fiscalía General del Estado no esté exigiendo ya esos papeles, pruebas de un presunto delito flagrante, para poner en marcha de oficio una investigación. O que Mariano personalmente no los haya exigido ya para lavar su honor, mientras pierde el tiempo y el poco crédito que le queda con la pamema de una auditoría interna, que además de un insulto a nuestra inteligencia no hace más que demostrar que este chico muy listo, lo que se dice muy listo no es. Son quizá los estragos que deja en el cerebro la preparación de unas durísimas oposiciones a Registrador.

Pérez Rubalcaba, el jefe de la oposición, por fin (¡alabado sea el señor Rubalcaba!), ha pedido ayer púbicamente la dimisión de Rajoy, cuando ya más de uno y de dos nos empezábamos a poner nerviosos y a preguntarnos a qué coño estaba esperando o si todavía no había leído los periódicos. ¿Es que puede haber algo más grave, para exigir la dimisión inmediata de un gobierno, que la existencia de un presidente sospechoso de ser un delincuente? ¿Sería mucho pedir al jefe de la oposición un poco más de reflejos ante el escándalo público de los indicios de una corrupción institucional que pone bajo sospecha a toda la clase política, incluido su partido? ¿Es tan difícil de entender que una reacción tibia y tardía ante semejante cataclismo también le hace sospechoso a él de complicidad ante los ojos de los ciudadanos?

Un presidente de gobierno presunto delincuente, la cópula de su partido sospechoso de recibir sobresueldos millonarios en negro, y algún que otro ministro suyo, como la ministra de Sanidad, la Mato, que no solo recibía presuntamente de la trama Gürtel los famosos bolsos del Vuiton verbenero que aparece en todas las tramas mafiosas, sino la financiación de los payasitos de los cumpleaños familiares, no pueden continuar al frente de un país.

No se trata, pues, de dejar el paso “a un nuevo presidente”, como dice lacónicamente Pérez Rubalcaba. No estamos para adivinanzas, para hacer conjeturas de dónde y cómo saldrá ese “nuevo presidente” salvador. No dé ideas, por favor, que las carga el diablo golpista. Es mucho más sencillo. A ver, repita conmigo: “Señor Rajoy, convoque inmediatamente elecciones anticipadas antes de que el pueblo indignado pierda los nervios y acabe asaltando a pedradas la sede de Génova 13. Convoque elecciones anticipadas porque está ocupando un cargo ilegítimamente, como lo demuestra el haber incumplido todas y cada una de sus promesas electorales. Convoque elecciones anticipadas porque las encuestas demuestran que ya no cuenta con el respaldo mayoritario de quienes, engañados, le votaron en las últimas elecciones generales. Convoque elecciones anticipadas porque sus recetas, no refrendadas en las urnas, para sacarnos de la crisis no sólo no nos han puesto en el camino de la salvación sino que nos han hecho mucho más pobres, más desgraciados, más tristes, mientras sobre usted pesa la sospecha de haberse enriquecido ilícitamente. Convoque elecciones anticipadas porque resulta insoportable esta sensación de que podría estar gobernándonos un partido de chorizos que se financia con empresas de construcción que a cambio reciben encargos multimillonarios de obra pública”.

De tal guisa, desde las erecciones particulares de Urdangarín pasaríamos felizmente a las elecciones generales de todos los españoles. Y nos daríamos todos juntos un gustazo que no veas. Todos bien armados, armados de otro tipo de sobres, de esos que en lugar de dinero bastardo llevan dentro el nombre de nuestras esperanzas. No es justo que sólo disfrute de la gran cópula la cúpula del PP.

La empatía es, según el DRAE, la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro. La gente poco empática, antiempática diríamos, se caracteriza por su habilidad para sentarse ante el televisor, por ejemplo, y no sentir la menor emoción ante las imágenes de la desolación provocada por un terremoto, de un tsunami, de una riada devastadora con cadáveres flotando, de un edificio en llamas, o de un mendigo durmiendo en la calle bajo unos periódicos que le sirven de sábana. Esa gente sin empatía alguna es capaz de detenerse delante del mendigo, pero sólo para leer gratis el periódico que le cobija. Los más crueles, ante ese desgraciado despojo humano, envuelto en las páginas centrales de La Gaceta o de La Razón, harían comentarios jocosos como este: “Mira tú, tanto meterse con la prensa de derechas, pero al final es la única que hace algo por la gente pobre”.

Yo, que me considero un tío empático, ante el tsunami que ha barrido al Partido (en mil pedazos) Popular en estos últimos días, no puedo permanecer impasible, con cara de circunstancias, dedicándome a leer distraídamente los periódicos que envuelven sus miserias sin ponerme en la piel de los que están debajo pasando frío, de los que sufren los efectos catastróficos, digo sobrecogedores, del huracán Bárcenas que ha puesto a la intemperie la moral, que ellos presumían intachable, de ese nuevo tipo de pobres pero honrados que tanto proliferan en las crisis morales, de los que saben que es mejor robar en silencio que importunar a gritos a la gente pidiendo por la calle con las manos roñosas extendidas. “Señorito, es peor de pedir que de robar”.