La aguja de Pandereta

Doña pepita era la persona más anciana que vivía en Pandereta. Como mandaba la tradición, a ella le correspondía bordar cada año en un manto, los acontecimientos más importantes que sucedían en la aldea.

El manto sólo podía ser ornamentado con una aguja milenaria que era, a su vez, el mayor símbolo del lugar. Cada 12 de octubre, durante las fiestas patronales, el manto se exponía en el ayuntamiento junto a una cajita de cristal, en cuyo interior se podía ver la famosa aguja de Pandereta. 

Un día, doña pepita llamó al alcalde para contarle lo que le había pasado: He perdido la aguja de Pandereta. Mientras bordaba, recordé que no había cerrado la puerta del pajar y, con la aguja en la mano, allí me dirigí. Al llegar, vi que un perro se había colado y entonces entré para echarlo. Cuando conseguí sacar al perro y me dispuse a cerrar la puerta, al mirar mis manos, me di cuenta de que ya no tenía la aguja. Que se me había caído dentro del pajar.

No hacía falta que ninguno de los dos le recordase al otro lo importante que era recuperar la aguja. Las fiestas estaban cerca y los aldeanos esperaban ilusionados, poder ver el manto bordado y expuesto en el ayuntamiento, con los principales acontecimientos de ese año. Así es que ahorrándose palabras y lamentaciones, se limitaron a pensar.

Bien -dijo el alcalde al poco rato - hoy hablaré con los cinco comerciantes de Pandereta y les plantearé el siguiente dilema: ¿Cómo encontrar una aguja en un pajar? Tendrán hasta mañana por la mañana para pensarlo. Por la tarde, todos los habitantes nos reuniremos en la plaza y después de escuchar las propuestas de cada comerciante, votaremos la opción que más oportuna nos parezca. Lo que allí se decida por mayoría para encontrar la aguja dentro del pajar, será lo que haremos.

Me parece bien, señor alcalde – contestó doña pepita- Si bien no estoy segura de que los comerciantes sean los más capacitados para ofrecer las mejores soluciones, sí que es cierto que los cinco tienen el don de la palabra y del convencimiento. Así es que, al menos, la aldea los escuchará y quizás podamos encontrar remedio a esta terrible pérdida.

¡Ay doña pepita! Gran dilema es éste sobre cómo encontrar una aguja en un pajar…

Lo es señor alcalde, lo es…

De regreso al ayuntamiento, el alcalde fue parando en cada una de las tiendas donde trabajaban los comerciantes. Uno a uno, fue haciéndoles la misma pregunta: ¿Cómo encontrar una aguja en un pajar?

Les explicó también que sus cinco respuestas, serían votadas por todos los habitantes de Pandereta y que la que consiguiese más votos, sería la que se pondría en práctica para recuperar la aguja. Si lo deseáis – añadió el alcalde- os podéis reunir los cinco y poner en común vuestros saberes para proponer una solución conjunta. Pero a lo largo de la tarde, ninguno de los cinco comerciantes quiso reunirse con los demás. Los cinco soñaban con que su propuesta sería la más votada y con ello, pasarían a la historia pues serían bordados como héroes en el manto de Pandereta. Pero, para eso, primero tendrían que encontrar la aguja, claro estaba.

Llegó la tarde. Toda la aldea se encontraba ya reunida en la plaza, expectante por conocer el motivo de esa convocatoria tan apresurada.

Comenzó hablando el alcalde.

Buenas tardes y gracias a todos por venir. Hacía tiempo que nuestro pueblo no sufría un dilema igual – se retiró el sudor de la frente con un pañuelo y continuó- La aguja de Pandereta se ha perdido en el pajar y como sabéis, es de gran importancia recuperarla para que nuestra querida doña pepita, pueda seguir bordando la historia de nuestra aldea.

Tras las palabras del alcalde, se armó un gran revuelo.

  • - ¡Es el símbolo de nuestra aldea! ¿qué vamos a hacer sin la aguja de Pandereta? dijo una señora;
  • - ¿Quién la ha perdido? ¿quién ha sido el culpable? vociferaba un señor;
  • - No podremos celebrar las fiestas sin el bordado de este año… dijo una niña;
  • - Pero, ¿cómo vamos a encontrar una aguja en un pajar? ¡eso es imposible!, añadió otro asistente.

¡Calmaaaaaa!, gritó el alcalde. Ayer por la tarde encargué a los cinco comerciantes que pensasen en soluciones para encontrar la aguja dentro del pajar. Ahora los vamos a escuchar. Vosotros votaréis la opción que os parezca más acertada y eso será lo que haremos para recuperarla.

Acto seguido, el alcalde se giró hacia los comerciantes. Podéis comenzar a exponer vuestras propuestas.

El primer comerciante en hablar, se colocó en el centro de la plaza mientras se abotonaba la chaqueta. Con el sosegado talante que caracteriza a los habitantes de Pandereta, ocho de vosotros, entrareis con mucho cuidado al pajar y os situaréis en grupos de dos. Cada pareja se posicionará en una esquina diferente y entonces, os descalzaréis ¿Y por qué digo esto, compañeros y compañeras? Porque vuestros pies, también son una valiosa herramienta para detectar el posible contacto con algo de metal que haya caído sobre el suelo. Lo que haremos después, lo revelo en este Manual de Resistencia. Sólo os diré que esto no será un trabajo de coalición, sino de cooperación, donde cada uno tiene que tener muy claro el lugar que ocupa dentro del pajar. Estoy seguro de que con mi Manual y con esta fórmula de cooperación, encontraremos la aguja de Pandereta.

El segundo comerciante parecía algo inquieto. Después de tocarse varias veces la nariz y apretar con fuerza su mandíbula, comenzó su discurso ¿No lo escucháis? Es el silencio. El silencio de las soluciones absurdas ¿No lo sentís? Es nuestra oportunidad ¿Quién no ha soñado alguna vez con volar? ¡Pues vamos a volar ciudadanos! Con estas cuerdas elásticas que yo mismo engancharé en el techo del pajar, con un arnés y con una lupa de 50 aumentos, nos iremos turnando, democráticamente, para buscar a ras de la paja y sin tocar el suelo, la aguja ¿No lo veis? ¡Donde unos hacen una desgracia, yo hago una oportunidad! Una oportunidad liberal y con soluciones abiertas al mundo, para encontrar nuestra querida aguja que tanto esfuerzo nos ha costado preservar ¡Vamos Pandereta, vamos ciudadanos!

El tercer comerciante, apareció ante el auditorio con una apariencia un tanto exhausta. Posiblemente su aspecto se debió a que él solo había estado empujado el carro que lo acompañaba. El cual, por cierto, debía de pesar mucho. Se puso un mechón de pelo detrás de la oreja y comenzó a hablar. Compañeras, la fórmula más eficaz de encontrar una aguja en un pajar, es utilizando un utensilio que yo mismo he creado. He sudado sudor y lágrimas para conseguirlo, he trabajado sin descanso desde que el alcalde me pidió ayuda, pero aquí os lo traigo. Porque el pueblo no tiene porqué humillarse y entrar descalzo a un pajar. Eso se tiene que decidir por consenso. O nos descalzamos todos o nadie sin zapatos. Acto seguido destapó la manta que cubría su pesado carro. Aquí lo tenéis. Este imán gigante está fabricado con neodimio N42, el material con mayor densidad de flujo magnético descubierto hasta el día de hoy. Moveremos este pesado imán que llevo en el carro hasta el pajar y una vez allí, todas unidas, podremos cogerlo y posicionarlo tras la puerta. Tiene tanta potencia, que será tremendamente sencillo encontrar la aguja. Tan sencillo como que la aguja irá ella sola a pegarse a él.

Llegó el turno del cuarto comerciante. Con una sonrisa impecable mientras apretaba la mano a los aldeanos que tenía cerca, comenzó a hablar. Esa gran Pandereta. La Pandereta de los balcones. Aunque otros pueblos “carcas” se crean que no vamos a ser capaces de encontrar la aguja, les vamos a demostrar que sí, que ser de Pandereta es una apuesta segura. Lo que haremos será sencillo, pero eficaz. Los grandes hombres de este, nuestro hogar, entraremos al pajar y buscaremos. Nuestras queridas mujeres nos esperarán fuera para alimentarnos cuando tengamos hambre o darnos agua cuando tengamos sed, para traernos camisas limpias o para darnos palabras de apoyo cuando las necesitemos. Y así, con trabajo duro pero de forma ordenada, encontraremos la aguja de Pandereta.

Casi al final de la plaza, por el extremo del lado derecho, comenzó a hablar con un tono muy firme el quinto comerciante. Basta ya de tonterías. Por nuestra aldea de Pandereta y sobre todo, por nuestro símbolo ¡la gran aguja! tenemos que demostrarle al mundo de lo que somos capaces en esta gran tierra de tradiciones. Ni pies descalzos, ni imanes, ni cuerdas elásticas ¡No señor! Por nuestro honor, vamos a prenderle fuego al pajar ¡Ya veréis que pronto aparece la aguja! ¡Ja! ¿Qué importa si aparece chamuscada? ¿Eh? Seguro que doña pepita, por el amor que siente por Pandereta, la utilizaría aunque estuviera envuelta en llamas y se le quemasen las manos al bordar ¡Arriba Pandereta!

Tras el último discurso, el alcalde tragó saliva y tomó la palabra.

Después de escuchar las cinco propuestas de los comerciantes, todos nos retiraremos a nuestras casas a reflexionar. Al caer el sol, volveremos a reunirnos en la plaza y procederemos a las votaciones.

El alcalde, cuando vio que los habitantes se empezaban a retirar, con mirada cómplice, se acercó a la anciana. Vaya usted también a descansar, doña pepita. Confiemos en nuestra aldea y en nuestros comerciantes. Seguro que recuperaremos la aguja. No se preocupe. Le dio un abrazo y él también se fue a reflexionar.

Hombre –pensaba doña pepita de camino a su casa- entre incendiar el pajar u organizar una búsqueda siguiendo el manual ese de resistencia, pues la segunda opción me parece más segura. Al menos, no se quemaría el pajar. Pero claro, no sabemos cuál es realmente el plan del primer comerciante pues no lo ha desvelado… Lo de las cuerdas y volar, suena divertido. Pero a mí, con mi edad, no me dejarían participar. Lo de la familia, yo no tengo marido al que ir a darle de comer ni de beber, así es que tampoco podría ayudar mucho en esta opción. Y lo del imán, eso sería también cosa de la gente joven, porque es la que tiene más fuerza para sujetar un invento de esas características…

Casi había llegado, cuando de repente escuchó un ladrido. Se acercó hasta la puerta de su casa y allí estaba, frente a ella, el mismo perro que fue a sacar del pajar cuando se le perdió la aguja.

El perro se quedó mirándola con ojos tristes, como si le estuviera pidiendo perdón por el lío que había montado. Doña pepita extendió su brazo y lo acarició. No te preocupes perro, tú sólo has sido el desencadenante de esta historia. Tanto bordar y bordar, que se me había olvidado levantar la vista y mirar a mi alrededor. Tanto escuchar a mi propia cabeza haciendo las cuentas del bordado, que se me había olvidado escuchar a los demás… Si lo pienso bien, gracias a que te colases en el pajar y a toda esta historia de las votaciones, hoy he descubierto dónde vivo y qué es esta aldea de Pandereta…

El perro, agradecido por el tono cariñoso en la voz de la anciana, sacó la lengua para mostrarle, entre lametazos y sonidos guturales, el afecto tan grande que sentía por ella.  Lengüetazo va, lengüetazo viene, de repente al perro le comenzó a faltar el aire, como si tuviera algo atascado en la garganta. Después de unas cuantas toses, el animal consiguió recuperar el aliento hasta que finalmente escupió algo metálico. Doña pepita se agachó para observar de cerca qué era aquel objeto que había estado a punto de dejar sin aire al pobre perro. Cuando consiguió cogerlo con sus manos, no podía creer lo que veía ¡Era la aguja de Pandereta!

El perro miró a la anciana de nuevo ahora con cara de alivio, le dio otro lametazo y se fue.

Doña pepita apretó la aguja con fuerza durante un rato entre sus dedos. Se sentía aliviada, feliz. Era como si recuperando ese pequeño instrumento, recuperase una parte fundamental de ella misma. Entró a casa y la guardó en su cajita de cristal.

Ya era la hora de volver a la plaza para votar. La anciana cogió la cajita y se la metió en el bolsillo de su chaqueta de lana.

Al llegar a la plaza, fue a buscar al alcalde. Los dos se abrazaron de alegría por la noticia pero decidieron no decir nada a los aldeanos hasta después de las votaciones. Los dos querían ser testigos de cómo su aldea, era capaz o no, de resolver el dilema.

Quizás nunca dijeran que la habían encontrado.

O quizás sí.

Comenzaron las votaciones…