La Carrie de Brian de Palma: de la menstruación al monstruo

La menstruación es un acontecimiento que el patriarcado nunca ha pasado por alto. Tanto es así, que la religión (en esta historia la católica) es el altavoz a través del cual se narra el rito del paso de niña a mujer, no por casualidad asociado al pecado, a la desgracia y a la peligrosidad. La regla es un acontecimiento biológico-político importante porque trae asociado el peligro sexual; la menstruación funciona como un marcaje corporal que introduce en la ecuación la sexualidad de las mujeres, pues es a partir de ese momento que podemos quedar embarazadas. Este peligro, articulado en el imaginario colectivo en torno a la deshonra o la mujer-puta, es el que va a justificar el control y la vigilancia del cuerpo femenino, vigilancia que va a llevar a cabo el personaje de la madre de Carrie como excelente portavoz de esa alianza hasta ahora imperecedera entre patriarcado y religión.

La fecha de estreno de esta película que nos cuenta, fundamentalmente, la primera regla de Carrie, data de 1976, y la obra homónima en la que de Palma se basó, fue escrita por Stephen King en 1974. Por esas fechas, el feminismo occidental blanco vivía ya su segunda ola, pero ¿qué le importaban a Brian o a Stephen las olas del feminismo o lo que las mujeres tenían que decir sobre su propia sexualidad o cómo las mujeres estaban creando sus propias narrativas? Nada. Porque en el arte, el universo-onvre se ha dedicado de toda la vida a hacer obras tomando como objeto, nunca como sujeto, a las mujeres y sus vidas: esta es, una de tantas, una película contada desde la óptica masculina, esta es su versión.

Así pues, Brian y Stephen decidieron que la menstruación de Carrie fuera un hecho traumático que la adolescente debía vivir con violencia por partida doble, como llevan las mujeres viviendo históricamente las violencias: en el ámbito privado y en el público, dentro de casa y fuera en el instituto.

Con lookazo de los setenta, pelos rizados, pantalones de campana y maravillosa música que te astilla los nervios al más puro estilo 'Psicosis', la película retrata a la perfección la patriarcal dicotomía histórica entre santas y putas, exitoso binomio que perdura hasta nuestros días, a pesar de los esfuerzos políticos de los colectivos feministas de trabajadoras sexuales.

La bruja con poderes sobrenaturales sobrevuela durante toda la película en la transformación de la Carrie-niña a la Carrie-mujer: al principio Carrie se nos aparece como una loser: una niña asustadiza, tímida, retraída, sin amigas, ‘rara’ (en sus propias palabras) con dificultades para encajar en la tiranía misógina de ese instituto-laboratorio-social. El paso en ese binarismo maniqueo de niña-omega a mujer-alfa comienza con la invitación de Tommy para ir al baile de fin de curso (evento altamente heterosexual, por supuesto), momento en el que vemos a una Carrie contenta, sonriente y entusiasmada por primera vez. Stephen y Brian entienden que es en ese momento cuando estamos contentas, sonrientes y nos entusiasmamos: cuando la mirada masculina por fin nos ve. Cuando Carrie y Tommy son elegidos la pareja del baile, Carrie, devenida mujer-alfa de pleno derecho, sube a recoger su premio con su príncipe: los aplausos que suenan la elevan por un instante a la categoría de la elegida, ya es una winner, el sueño adolescente americano cumplido.

Como pasaba con las brujas, el castigo que está reservado a Carrie debe ser público, cumpliéndose así la maldición de la madre (“Se van a reír de ti”) y sobreviniendo el recuerdo de la menstruación, esta vez materializado en una auténtica y literal ducha de sangre. De vuelta ya en casa, y habiendo dejado todo un reguero de cadáveres detrás tras desatar su asesina furia vaginal, la virgen ensangrentada Carrie mendiga el abrazo de su madre mientras ésta, feliz por primera vez, nos confiesa por fin, el motivo de su predilección por las narrativas del pecado: ella disfrutó sexualmente cuando Carrie fue concebida y es su hija por lo tanto el recuerdo vivo del placer de la carne que la atormenta. De hecho, una creencia popular, transmitida por las monjas con frecuencia a las niñas en colegios religiosos, era que sólo podías quedarte embarazada si en la experiencia sexual, la mujer experimentaba placer.

Lo verdaderamente fascinante del asunto es que dos personas de genitalidad masculina, Stephen y Brian, que presuponemos nunca han menstruado, se hayan lanzado a contar cómo se desarrolla la narrativa partiendo del hecho biológico de que a una adolescente le venga la regla. Y no una narrativa cualquiera; una historia de terror, de violencia, de misoginia y de baile de fin de curso con, naturalmente, mucha sangre. Cuerpos menstruantes que me lean, no dejen de ver este clásico de terror patriarcal, si es en un día fuerte de regla mejor, no tiene desperdicio.