Diario de una peregrina

Lo simple rara vez es la primera opción. La sencillez es algo a lo que se aspira con el tiempo.

Tras tanto de tanto y tan poco de calma, llegó ese momento inesperado en el que algo, en el que eso que tantas veces se repite, adquiere su significado y se convierte en un punto de inflexión.

La vida no va a estar repitiéndose hasta tu propio infinito. La vida va a seguir su curso. La vida se abre a la vida y yo he decidido caminar hasta Santiago.

Los pies desnudos son más viejos que mis deportivas. La piedra y la tierra han permanecido aquí desde hace siglos, expandiendo el alma de los que caminan.

Y entre paso y paso comienzas a recordar la serenidad que aporta tener lo básico. Te reconcilias con lo poco y con lo mucho que tienes pues, para hacer esta senda, es lo único que necesitas. Los albergues ya se encargan de darte la cena, una ducha de agua caliente y una cama. Cuando apenas ha amanecido y tu espalda de nuevo sostiene la pesada mochila, los aldeanos del lugar te despiden deseándote buen camino.

En cada nueva jornada, coincides con peregrinos venidos de todas las partes del mundo. El inglés suele ser el idioma común. El brillo en nuestros ojos, el lenguaje para reconocer que todo está bien. Que cada vez estamos más cerca.

Saboreo tantos paisajes y tantos paisanajes que mi mente se ha convertido en la más fiel aliada de mi sentir. A veces, tras tantas horas de marcha, miro hacia abajo y observo mis piernas, mis rodillas, mis gemelos. Pienso entonces que el ser humano no fue hecho con miembros tan coordinados y expansivos para que tratara de estrechar su mundo, en un extraño empeño por contenerlo en el tiempo y en el espacio.

No se trata de parcelarnos donde habitamos. Allí, aquí, en ese lugar nuestro, se trata de reposarnos. El resto del tiempo, el tiempo que se pueda, es sano compartirlo con los otros, formar parte de algo común dentro de la íntima experiencia personal que tiene cada ser que camina.

El miedo intentó hacer de las suyas para retenerme. Y creo que es una emoción común entre los peregrinos de este confuso tiempo. Demasiados estímulos externos dicen que ahora no es tiempo de casi nada. Pero no. Una cosa es precaución y otra bien distinta es la inacción.

Si es tiempo de algo es de soltar amarras y caminar, hacer el camino a nuestra manera. Decidiendo a cada tramo los kilómetros que avanzas y cuando descansas, cuando conversar y cuando callar, cuando dormir y cuando despertar. Es tiempo de confiar en nuestros recursos más internos mientras que todo lo de fuera, sigue marcando un compás desconocido y nunca antes bailado. 

Por eso, por lo que tenga que venir, hemos decidido caminar. Para hacernos amigos de la incertidumbre que nos rodea. Y sí, llegaremos a Santiago. A día de hoy, apuesto que es de lo poco que tenemos claro. Lo que pase mientras tanto también lo andaremos.

Dicen que hoy lloverá. Ayer también lo escuché y no cayó ni una gota.

He terminado mi copa de vino riojano y se acercan las diez. Voy a acostarme que mañana me levantaré de nuevo a las cinco.

El sol saldrá de nuevo, con o sin nosotros. Pero yo quiero estar allí para verlo.

¡Ultreia!