Esta película del año 2000 está basada en la novela homónima que su autora escribió con tan sólo 25 añitos. Te besamos la materia gris, Virginie, por este roadtrip llenetico de sexo explícito y violencia, esta versión sórdido subversiva y disidente serie B de Thelma y Louise, esta hidra feminista de dos cabezas. No es casualidad que las protagonistas de este film sean una trabajadora sexual y una actriz porno porque, ¿qué mejores arquetipos (denostados y negados como sujetos políticos por el sector más carca del feminismo) para desmontar las estructuras patriarcales y sexofóbicas contenidas en los movimientos anti-porno y anti-prostitución? ¿Quién mejor que una puta y una actriz porno para darle la vuelta a eso de ser configuradas como ‘víctimas’?
Tanto la propia Virginie Despentes (dirección) como Coraline Trinh Thi (co-dirección) han ejercido el trabajo sexual e incluso esta última tiene como actriz porno más de 60 películas en su cuerpocurriculum. Quizás las escenas de sexo súper explícito de la película (estamos ante una producción posporno más que ante las típicas (e irreales) heteroescenas de sexo vainilla de cualquier película de cine) motivaron que ambas actrices (Karen Bach y Raffaëlla Anderson, interpretando a Nadine y Manu, respectivamente) vinieran de debutar en la industria pornográfica.
Como vemos en cada gesto, en cada fotograma, la feminidad que despliegan tanto Nadine como Manu no es una feminidad vulnerable, ni frágil, ni condescendiente. La apuesta estética de Nadine por un look andrógino en algunas partes del film contribuye a disipar el binarismo estanco en torno a lo masculino y lo femenino, desactivando todo lo que trae aparejada la feminidad en el imaginario colectivo. «Ser punkarra implica forzosamente reinventar la feminidad», escribiría la Despentes seis años después en su Teoría King Kong. Las dos beben whisky a palo seco, fuman porros, esnifan rayas y se meten en peleas. Nadine se masturba mientras ve porno en la televisión de su habitación. Cuando salen por las noches a zorrear se visten sexy sin que esto se traduzca en peligrosidad ni en minusvaloración hacia sus cuerpos; al contrario, ellas son las peligrosas y las que están dispuestas a infringir violencia sobre otros cuerpos. No hay una mirada masculina detrás de la cámara que las configure como objetos pasivos de deseo, como cuerpos violables: queda claro, en su papel de sujetos deseantes, que ellas son las deciden con quién, cuándo y hasta dónde.
«La fuerza pornopolítica de la película para la parroquia queer», escribe Paul B. Preciado, «radica en su capacidad destructora». Y es que ‘FÓLLAME’ es el imperativo de Virginie Despentes que viene a resignificar la violación y a reivindicar posibilidad de la violencia para las mujeres. Ella lleva un paso más lejos la frase de la Comandante Arian (en el contexto de la lucha de la mujeres kurdas en Siria contra el Dáesh) «Si nos atacan, nos tendremos que defender» para legitimar el ser o volvernos violentas. «Al tiempo que se acerca la muerte, se agudiza la capacidad de supervivencia» escribe la propia Despentes en el prólogo de ‘Paradoxia, diario de una depredadora’ de Lydia Lunch (otra autora y diosa punkarra): «Haber sido construida víctima, convertirse en predadora.» Este cambio en la óptica resulta absolutamente imprescindible si queremos salir del encasillamiento de vulnerabilidad, debilidad y violabilidad en el que tradicional e históricamente nos ha enmarcado el patriarcado. «Dejar que te hundan», propone la feminista francesa dándole otra vuelta de tuerca, es «una forma de reapropiarse del poder».
Desde esta premisa entendemos que Manu desmonta el guion aprendido circunscrito a la víctima de violación cuando sentencia: «Es como un coche que aparcas en el centro, no dejas cosas de valor dentro porque no puedes impedir que lo abran. Y como no puedo impedir que esos capullos lo abran, cariño, no he dejado nada de valor dentro…» Adiós a aquello de que la honra de una mujer está ubicada vulva adentro y tiene más valor que su propia vida. Hola a eso tan brillante que escribía Leslie Feinberg en su Stone Butch Blues: la valentía no es sólo sobrevivir a la pesadilla, sino hacer algo con ella.
Performar la violación en un marco patriarcal significa seguir el guion de la buena víctima: trauma, dolor, vergüenza y sobre todo mucha culpa. Así performa Karla la secuencia de la violación: gritos, resistencia, lucha, forcejeo, el cuerpo enroscado sobre sí mismo para proteger el ultraje, la cara sucia y desmaquillada por las lágrimas. Simultáneamente, unos metros más allá, Manu guarda silencio: «Es como si me follara a un zombie», dice su violador, fastidiado y decepcionado. «Mírala, ni siquiera ha llorado. Joder, eso no es una mujer» «¿Qué te crees que tienes entre las piernas?», responde Manu con insolencia y chulería, insultando al onvre-pene que tenía la pretensión de humillarla y hacerla callar. «No pareces tan traumatizada, me repugnas, zorra» dice el macho violador metiéndose su dildo de carne en la bragueta y haciendo de portavoz de lo que también dicen los jueces en declaraciones en prensa y en sus veredictos en este país.
«Cuanto más forcejeaba ella, tanto más se divertía él. (…) Hay algo en su debilidad. Algo en su vulnerabilidad.» Escribía Helen Zahavi en ‘Un sucio fin de semana’ en el que Bella, su protagonista, también tuvo que resignificar su posición de víctima para dejar de ser abusable. Al igual que Bella, Nadine y Manu también comprenden que el único falo que merece la pena poseer es un arma; la Despentes maneja cinematográficamente el dildo de metal (la pistola) como un artefacto que inicia a las protagonistas en el placer de la supervivencia.
Si la utopía es el dispositivo literario por antonomasia que permite fantasear con mejores mundos posibles, quizás en este mismo sentido sea ‘FÓLLAME’ una utopía feminista donde agredidas nunca más. Una utopía feminista que nos adentrara en la posibilidad de devolver la hostia podría ser la primera página para escribir el guion de nuestro manual básico de supervivencia.