“Las campanas de Santiago” (Plaza Janés) es la nueva novela de la escritora y periodista Isabel San Sebastián (Chile, 1959). En esta nueva exploración de la Alta Edad Media, la autora nos traslada al siglo X, al episodio del saqueo de Santiago de Compostela por el caudillo y político andalusí Almanzor. En este marco histórico, nos relata la aventura de Tiago, un humilde herrero, y Mencía, su mujer, que se ven separados y arrastrados por los acontecimientos de su tiempo. La aventura se adentra en la Córdoba califal, entre otros escenarios. En esta entrevista Isabel San Sebastián habla no sólo sobre el pasado, sino también del momento presente.
La documentación para escribir la novela te ha llevado un año. ¿Se trata de una época difícil de reconstruir? ¿Es un reto para una novelista?
En mi caso, es la sexta novela que escribo sobe la Alta Edad Media hispana, por lo que la conozco muy bien y me muevo en ella como en mi propia casa (ríe). Me fascina ese tiempo mágico. El reto es armar un relato de aventuras que lleve al lector a engancharse y viajar por ese mundo como si estuviera viviendo en él, implicándose de corazón en las peripecias de los personajes. Según me dicen muchos lectores, con “Las Campanas de Santiago” lo he conseguido.
Partes de un hecho histórico documentado por ambos bandos, pero también entreverado de leyenda y enseguida entra la ficción, con la peripecia de Tiago y Mencía. ¿Conocemos en general la Reconquista desde un punto de vista demasiado simbólico, legendario, incluso emotivo? ¿Deberíamos saber más sobre este momento de nuestra historia?
Conocemos muy poco la Reconquista. A los menores de treinta años ni les suena y muchos de quienes la conocen la conocen mal y se avergüenzan de ella, como si fuera una mancha o un demérito esa epopeya de ocho siglos que nos permitió recuperar nuestras raíces cristiano-romano-visigodas; las que compartimos con el resto de Europa y nos sitúan en el mundo libre, paritario y democrático. Yo personalmente me alegro mucho de ello, estoy agradecida a nuestros antepasados por esa hazaña y disfruto mucho novelándola, con el fin de difundirla.
En "Las campanas de Santiago" huyes de crear un relato maniqueo, sin fáciles divisiones entre buenos y malos. ¿Tendemos hoy, también en la política, a dividir demasiado entre bandos, entre "buenos" y "malos"? ¿Ayudaría a cambiar el actual clima relativizar esos términos?
En la vida no hay “buenos” y “malos”. Somos seres duales, contradictorios y a menudo imprevisibles. Por eso no me gustan los relatos maniqueos, ni en la ficción ni mucho menos en la realidad, aunque es evidente que algunos individuos y colectivos encajan al noventa y nueve por ciento en una u otra definición. Por ejemplo, los terroristas, cuya conducta es intrínsecamente malvada y carece de justificación alguna. Pero sí, hoy en día tendemos a simplificar y, no contentos con ello, situar el bien y el mal con arreglo a criterios establecidos por razones políticas y no éticas o morales.
Una de las cosas que hace pensar la lectura del libro es que las personas, inevitablemente, somos arrastradas por los acontecimientos de nuestro tiempo: Sea una guerra... O una epidemia.
Así es. Y como rara vez podemos cambiar esas situaciones que nos arrollan, debemos afrontarlas con dignidad, en pie, sin dejar que alteren nuestros principios y convicciones.
¿Cómo ves el momento presente: la crisis económica, la pandemia, el clima de enfrentamiento social?
Con enorme preocupación, no por mí, que estoy ya en el último tercio de mi vida, sino por mis hijos y nietas. No sé muy bien qué mundo vamos a dejarles, pero intuyo que será peor que el recibido de nuestros padres. Ojalá ellos sean capaces de enderezar el rumbo y corregir nuestros errores. Confío mucho en las nuevas generaciones y en la ciencia. Además, la Historia nos enseña que, si sobrevivimos a Almanzor, sobreviviremos a cualquier catástrofe. Basta con leer la novela para hacerse una idea de lo que supuso ese flagelo...
¿Qué te aporta la escritura de ficción que no te dé el periodismo?
Libertad, capacidad para dejar volar la imaginación, la seguridad de que ningún poder político podrá censurarme o echarme de las librerías, como sí lo hacen de las tertulias (al menos de momento) y la posibilidad de escribir finales felices, cosa rarísima en la realidad.