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“Abrimos la puerta de atrás del teatro”

Pepe, como lo conocen sus amigos, tiene una voz grave y fuerte. Habla rápido -gajes del oficio como profesor y director-. Tiene las ideas claras. Se ha enfrentado con los matices políticos y las reflexiones sobre el mundo del teatro necesarias para el texto del dramaturgo chileno Guillermo Calderón. A sus 41 años, “dándole la vuelta al disco”, se declara apasionado por Chéjov, el momento político actual y por enseñarnos lo que sucede entre bambalinas.

¿El arte ha de ser político?

No creo que haya que poner al artista en la tesitura de manifestarse políticamente. Hay gente que ha hecho carreras estupendas y no se ha “mojado” y, en cambio, otros se han implicado políticamente desde el comienzo. Creo que depende del momento social en el que vivamos. En mi trayectoria he ido saltando según lo que me ha pedido el instinto, el artístico y el personal.

El texto de Guillermo Calderón dirime sobre la política utilizando como excusa un encuentro ficticio entre la viuda de Anton Chéjov y dos actores jóvenes, uno de ellos muy posicionado políticamente, que es el personaje de Masha y Aleko, a quien le sucede lo contrario, y defiende el amor del arte por el arte. Creo que queda a la decisión del artista en cada momento el intentar ser coherente. Aunque uno no lo quiera, es permeable al entorno. El individuo siempre tiene un posicionamiento político: si pagas tus impuestos y aceptas el orden social te estás posicionando.

¿Y ahora?

Estamos en un momento en el que es muy difícil no permearse en la sociedad española contemporánea con la agitación social, los nuevos partidos emergentes y los problemas que está habiendo para formar Gobierno. Intento ser coherente en la política y no vender estampas y pósters. Hay que ser conscientes del marco completo y no de una parte de la pintura.

La gente del teatro tiramos hacia la mano izquierda dentro del espectro político porque estamos bastante afectados por el Gobierno del Partido Popular, que nos ha dado mucha caña con el IVA cultural o al quitarnos las subvenciones a las artes. Pero también hay que entender que la situación actual se debe a muchos factores. Estamos en un momento complejo.

¿Es la cultura el patito feo de este Gobierno?patito feo 

Aunque suene un poco a arquetipo, el Centro Dramático Nacional, la campaña de subvenciones y la Red de Teatros Española se ha dado con gobiernos socialistas. Lo que pasa con los gobiernos del PP es que sólo quieren contar una parte de la historia y eso no se debe permitir. Debe haber un reconocimiento público para todo el mundo.

Así que somos el patito feo. Pero mientras se siga recortando en sanidad, a la mayoría de la gente le parece que la cultura puede esperar. Y creo que es una cuestión errónea porque una gran civilización son sus obras de arte. Lo que nos ha llegado hoy en día desde Grecia y Roma ha sido el arte: los templos, la arquitectura, escultura… Y difícilmente vamos a poder dejar un legado si no tenemos dinero para ello.

¿Le impone enfrentarse a figuras/personajes como Chéjov o su viuda y actriz Olga Knipper?

Estoy en un momento un tanto chejoviano de mi vida, quizás porque estoy llegando a la `adultez´o `vejentud´. Tengo 41 años ya y como dice una gran amiga mía estamos dándole la vuelta al disco y siempre da un poco de miedo. Te tienes que posicionar en un sitio distinto, tienes que ser más contenido. Por otra parte, ves que otros artistas cuando llegan a una edad determinada empiezan a asumir menos riesgos y su teatro puede ser más aburrido, y eso también da miedo.

Chéjov fue un adulto precoz, con veintitantos años se hacía cargo de su casa, era el único varón responsable de la familia ya que su hermano murió de tuberculosis, quien le contagió la enfermedad, mientras que el otro hermano y su padre tuvieron un problema severo de embriaguez. Se sacó la carrera de médico a base de becas y se mudaron a Moscú para huir de las deudas del padre. Y allí, a raíz de unos escritos satíricos en la prensa se fue configurando como un escritor y de los cuentos pasa a las piezas teatrales.

Chéjov me es familiar porque el año pasado hice una versión del “Tío Vania” con mi compañía Apata Teatro. Es uno de los tótems del teatro del siglo XX. Aunque murió en 1904 forma parte de la corriente de renovación del teatro naturalista de Stanislavski y el teatro ruso y luego mundial. A nosotros nos llegó a través de América y, en especial, de Argentina. A los tótems hay que mirarlos de abajo a arriba para aprender y luego cara a cara.

¿Es el teatro un lugar de lucha de egos?

La gente de teatro entendemos que esto es un equipo cooperativo, donde todos tenemos que remar hacia el mismo sitio, aunque en todos los montajes hay momentos de crisis por miedos o inseguridades. Esto no es el cine, aquí los grandes sueldos no existen. Con ganarnos la vida honradamente tendríamos bastante y es muy raro que se eleven los egos. A veces sucede, pero está más relacionado con la industria audiovisual.

¿Cómo ve la figura del actor?

Es un compañero de viaje. Iniciamos esta historia juntos, remando hacia el mismo sitio y la figura del actor es la herramienta imprescindible para poder transmitir la historia. Para mí, la palabra forma parte del teatro desde sus inicios y cómo transmitir esa parte es el actor. Tenemos que crear una sinfonía lo más acorde posible con lo que el director tiene en la cabeza, que a veces va más en sintonía con el dramaturgo o menos dependiendo de si está vivo. A un texto antiguo le puede faltar vigencia y está en tu obligación como director hacer que el público contemporáneo la sienta como algo suyo.

¿Qué ha sido lo más difícil a la hora de dirigir la pieza?

La pieza tiene una dificultad y es que está escrita desde lo metateatral, es decir el teatro dentro del teatro, con personajes que son actores. El encontrar los códigos de esa metatreatalidad y hacerla interesante y, a veces incluso divertida, ha sido un `handicap´ importante. Hemos encontrado unos códigos que van a ser muy apetecibles para el público del siglo XXI y, a la vez se hace una reflexión muy profunda del arte de la interpretación. No solamente sobre los motivos del ego del actor, sino también cómo puede enfrentarse el actor a un personaje.

El hecho de abrir la cocina del actor y mostrárselo al público es un elemento muy apetecible porque además la mayoría desconoce lo que pasa detrás del telón cuando vamos a un espectáculo. Intentamos abrir la puerta de atrás y a la vez la obra está manchada de una componente bastante activa en lo político. El espectáculo tiene un marco que lo sujeta, que es la revolución política de 1905 en San Petersburgo, el inicio de la Revolución soviética de 1917. Mientras ellos están en el teatro, se está activando la revolución y ya ha sucedido la famosa matanza del Domingo Sangriento

¿Encuentra cierto paralelismo con el momento actual?

Sí, aunque cuando Guillermo Calderón escribió la obra no sabía que no lo que iba a pasar en España en 2016. Pero partiendo como parte de la cultura chilena, para Calderón la agitación política pasa por su forma de escribir. De hecho, tiene algunos textos más comprometidos políticamente sobre la dictadura chilena. El texto plantea esa dicotomía: si el arte se debe o no manchar lo político. Creo hay que encontrar un equilibrio, ni todo debe ser político ni nada porque lo evidente también puede ser un tanto aburrido. El teatro tiene una serie de herramientas como la sugerencia o la poética de la escena para encontrarlo.

¿Tiene algún proyecto entre manos?

Casualmente con Daniel Albaladejo, un actor murciano, vamos a hacer un proyecto con la compañía Apata Teatro que se llama “Malvados de oro”. Es una especie de recorrido por los personajes más perversos del teatro del Siglo de Oro español y estrenaremos en julio en el Festival de Almagro.

A los tótems hay que mirarlos de abajo a arriba para aprender y luego cara a cara

A los tótems hay que mirarlos de abajo a arriba para aprender y luego cara a cara