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La Josephine: “Nos está matando la corrección de la incorrección política”

La Josephine / Beatriz García Ros

Alejandro Zambudio

Murcia —

La música de La Josephine refleja a la perfección el contraste entre sentimiento y técnica, así como la introspección como sustrato de esa melancolía y ese famoso «donde hay mucho sentimiento hay mucho dolor», que el pintor Miguel Ángel hacía referencia como jalón creativo. Charlamos con él sobre su música, Murcia, las implicaciones filosóficas en el mundo del arte y del papel –en ocasiones– poco beneficioso del periodismo musical como corsé para la creatividad, entre otras cosas.

18 de marzo, vas a abrir para Crudo Pimento en la sala R.E.M. ¿Cómo surgió?

Pues me vieron tocar en el treintaiún aniversario del Bar Ocio el pasado mes de noviembre, y por lo visto les gustó la música que hago. Me escribió Inma por Facebook y propuso que abriera para ellos. Yo acepté de inmediato, por supuesto.

¿Sabes que me parece un cartel muy raro? Sois muy buenos músicos pero no pegáis, desde mi punto de vista.

A lo mejor parece que no. Pero tanto Crudo Pimento como yo tenemos mucho amor por el ruido y la intensidad: ellos con su repertorio y yo, a lo mejor, con un registro más sintético y electrónico. Pero yo sí veo el sustrato común.

Te lo digo porque veo a Raúl Frutos como la reencarnación de Varg Vikernes: un músico al que le mola el Black metal mientras que a ti te veo más Brian Eno. El caso es que veo dos escuelas muy bien diferenciadas.

También te digo que a mí también me gusta mucho el Black y meter caña. De hecho, el último concierto que di, que fue en El Congreso, no sonaba nada a Brian Eno. Cuando me pongo también tengo mucha rabia a la hora de tocar.

¿Con qué edad empezaste a tocar?

Pues empecé a tocar la guitarra con quince o dieciséis años. Pero lo que es con este proyecto como tal llevaré unos cuatro.

Con quince o con dieciséis ponerte a hacer la música que haces con La Josephine cuando todos los chavales, con esa edad, quieren tocar «Highway To Hell» o «Satisfaction»… extraño, ¿no crees? –Risas–

Claro –risas–. Yo con esa edad estaba escuchando Extremoduro, los primeros discos de SKA-P y tocando canciones de esos grupos. El rollo que tú dices.

¿Y cómo llegaste al Post-rock, Noise, el Ambient y el Drone?

No tengo ni idea ya de cómo fue. Las influencias me fueron llegando de todos lados. Yo me encontraba en Cieza, mi pueblo, y uno me pasa el «A Saucerful of Secrets» de Pink Floyd y otro algo distinto como My Dying Bride, por ejemplo. Lo que hago es coger registros para formar mi propio sonido.

Desde que actuaste en El Carril de las Palmeras en el mes de noviembre hasta el día de hoy, estás dando mucho más conciertos de los que estabas dando antes.

Sí, parece que mi actuación en El Carril gustó mucho. Y es cierto que después de eso vino lo de T-20, Encuentros Sonoros, El Congreso y ahora el Microsonidos y La Postiza. Pero también te digo que tengo ganas de un retiro. Tengo mucho material con el que trabajar y los conciertos me quitan mucho tiempo.

Has cambiado mucho el registro musical desde «Edificio Paradiso» (2013) hasta «Trashklo» (2017) y te has metido más en el tema de la electrónica, ¿no?

Hay composiciones de piano de siete minutos con sonidos de pájaros, muy Ambient, y luego dos o tres cortes muy Post-rockeros de vieja escuela, así como cosas más electrónicas y con acompañamiento vocal. Si alguien se quiere hacer una idea de los registros que puedo tener, que escuche mi último trabajo y le quedará más claro.

¿Vas a potenciar más tu faceta como DJ?

No. Me gusta meter sintetizadores y cajas de ritmos y llevarme mi ordenador –más que nada porque no puedo permitirme tanto instrumento–. Por eso saqué las «D.M Sessions», que van a salir ahora en cassette de la mano de un sello valenciano, Tapesianas 25. Pero a mí no me interesa hacer electrónica de la misma forma que no me interesa hacer sólo Post-rock. A mí me vienen ideas y voy buscando los recursos para que tengan cabida.

Más que el autor hace la música, la música hace al autor.

No sabes qué estás poniendo tú y qué está aportando la propia idea. Es más circular que unidireccional.

¿Para ti qué papel juega la música cinematográfica?

Mucha melancolía, como también un cierto optimismo. Por ejemplo: una canción que comienza con un registro muy melancólico, pero que en un momento dado se torna en un optimismo mucho más contenido.

¿Alguna persona te ha marcado a la hora de hacer música?

Mi compañero de piso siempre me ha dado muy buenas ideas. Pero no es la persona en sí: es la emoción que hay de por medio. Miro a esa persona y entonces siento a través del sonido.

¿Qué pecados le ves a Murcia en el aspecto musical?

Que se está cuidando mucho el factor cuantitativo y poco el cualitativo. Hay cosas que ya están hechas y dichas. La actividad es muy prolífica, sí, pero al final no sabes quién es quién porque suena casi todo igual.

Bea: Los que estamos metidos en esto sólo miramos las entrevistas de los grupos o artistas que conocemos. Pero no se suele ir a buscar a esa gente que también tiene algo que decir. En cierta forma, también somos responsables de que no exista esa escena.

Estoy totalmente de acuerdo. No hay que reproducir el mismo patrón, sino propiciar que esa gente siga tocando en sus casas. Está muy bien que haya intercambio, pero esa dinámica funciona de una forma más espontánea. Lo otro es capitalismo. También muchos periodistas cogen una tendencia a la que se le puede sacar partido y la convierten en negocio.

Bea: Muchas veces el crítico musical sólo va a los conciertos de siempre y no hay periodistas que se encarguen de ir a otro. Si eso no lo haces, esas bandas nunca se van a conocer.

En el periodismo musical se ha cogido, también, una dinámica muy viciada, en la que sólo se va a los sitios en los que se supone que tienen que estar. Se crea una homogeneidad de discurso y musical. Estos dos conceptos se retroalimentan y no hay persona humana que salga hasta que aparezca alguien con una actitud rupturista.

En cierto modo, estamos haciendo de Murcia una cosa que pasa absolutamente en todas partes.

Nos falta mucha actitud crítica. Aquí nadie se atreve a decir que lo que estamos haciendo está mal. Todo el mundo habla bondades y sobra inercia. Lo próximo que salga tiene que ser deudor de lo último que ha triunfado aquí. O eso parece.

¿En qué te basas a la hora de hacer performances visuales?

Las he sacado de mi colega Diskolo. No pensamos en nada. No tengo ningún tipo de pretensión intelectual. A veces veo una cosa, considero que puede tener capacidad para transmitir ciertas cosas, la utilizo y la integro como un elemento más.

Últimamente están surgiendo muchos solistas y grupos de marcado carácter Ambient como Lelé Terol, Poskusi Sam o Sigori. ¿Tú ves que se pueda montar algo así medianamente importante en Murcia?

Cada artista se está prestando más atención a sí mismo y trabaja con menos prisas, aunque parezca una falacia. Las influencias son las que son y a todos nos pesa el sesgo de las cosas que hemos escuchado. A veces parece que no puedes escapar aunque lo intentes. ¿Cómo se llama el que subía la piedra y se caía abajo?

Sísifo.

Exactamente. En la condición humana y, sobre todo, en la parte creativa, va el Sísifo intrínseco. Por mucho que lo intentes, no te puedes quitar la influencia, a la hora de pintar, de Francis Bacon. Es imposible en muchos casos.

En tu música hay mucho de contradicción. ¿En qué eres contradictorio?

En las dicotomías. Siempre estamos con el blanco y el negro o el bien y el mal. Yo con la música intento dar salida a esas tensiones que tienen los seres humanos y plasmar puntos intermedios.

¿Tienes un concepto a corto plazo con el que trabajar?

No. A La Josephine le veo recorrido y su final. En algún momento tendré que hacer otra cosa para no aburrirme.

Tienes en mente montar un sello, también. Cuéntame.

El sello no es más que una excusa para empoderar ciertos proyectos marginados en Murcia. Me gusta la idea de dar oportunidades a conceptos y artistas que en condiciones normales no tendrían oportunidades. Quiero contribuir en lo que pueda a crear espacios nuevos.

Tu música es muy oscura. ¿Tenemos una parte oscura?

Claro. Todo el mundo. El arte está para expresar esos conceptos.

¿Y por qué a la gente le cuesta tanto sacarla?

Por corrección política.

¿Nos está matando la corrección política?

Nos está matando la corrección de la incorrección política.

Me acuerdo de una canción de Soundgarden, «Burden in my Hand», se llama, que habla de calcinar el cadáver de tu ex novia y dejarlo abandonado. ¿Tú crees que hoy se podría hacer una canción así sin que la opinión pública te lapide?

Yo no trabajo con los mensajes directamente. Tampoco me encuentro del todo cómodo con lo que puedo llegar a interpretar como apologías de hechos escabrosos. No creo en la falsa autonomía del arte. Sobre eso se ha escrito mucho, la verdad. Pero yo no lo veo así. Tiene que haber una correlación y una continuidad, para mí.

¿Lo que pase en una canción no se queda en la canción?

Como te decía antes: yo lo veo todo desde el plano de la continuidad, y sobre la falsa autonomía del arte se ha escrito mucho. Si tu sociedad, a través de la evolución, no ha dado lugar al desarrollo de un lápiz, no puedes dibujar con ese lápiz –risas–.

¿Arte y compromiso social van de la mano, para ti?

No hay que subordinar el arte a transmitir ciertos mensajes. Pero tampoco iría al otro punto. Creo que eso ha servido para justificar cosas execrables, tanto ideológica como artísticamente.

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