Con su trabajo, hacen posible que cuando visitamos un museo ibero, un yacimiento romano o una cueva prehistórica podamos comprender cómo fue la vida de quienes nos precedieron en el mundo. Recrean las vestimentas, las armas, los utensilios de nuestros antepasados. La vida cotidiana de civilizaciones que ya no existen. Son los ilustradores históricos, una peculiar profesión que aúna al arqueólogo, al dibujante y al delineante, y de cuya labor podemos disfrutar en los paneles de cualquier museo o centro de interpretación.
Pablo Pineda es uno de los más prestigiosos de Murcia. Conoce casi cada rincón de la región, así como de su historia. Sus reconstrucciones gráficas de los tiempos árabes, romanos y prehistóricos pueden verse en museos de Cartagena, Lorca, Mula, Alhama, Granada y otros lugares de España.
¿Qué le llevó a una profesión tan peculiar?
Debe de ser cosa del destino, porque la encontré sin buscarla. Los diversos caminos que he ido cogiendo me han traído hasta aquí. De niño quería ser dibujante. Los sábados por la mañana veía siempre a José Ramón Sánchez, aquel hombre con bigote que salía en el programa Dabadabadá dibujando con rotulador. Yo quería ser él. Llegado el momento, estudié ilustración en la Escuela de Artes y luego me licencié en Historia, que era mi otra vocación. Y la historia me llevó a la arqueología, porque, en verano, iba a yacimientos como voluntario. Así fui aprendiendo y descubriendo ese mundo. Y al final uní mis dos vocaciones en la ilustración histórica.
¿Cómo es el proceso de reconstruir el pasado?
Empiezo por documentarme y por ir al sitio. Se necesita mucha literatura y mucho trabajo de campo. Luego hago un dibujo técnico de la arquitectura que se conserva para conocer las dimensiones, la disposición original de cada estancia… Entonces esto lo digitalizo e introduzco en la escena a los personajes. Para recrear cosas como vestimentas, útiles, armas o peinados, tiro de biblioteca y de internet, aunque, con los años, he logrado hacerme una base de datos importante. Cada nuevo trabajo me da pie a investigar en nuevas materias o a profundizar en las que ya conozco. Vamos, que he aprendido mogollón a base de dibujar.
¿En qué medida es un trabajo creativo?
La arqueología es la rama más científica de la Historia. Debes ser lo más preciso posible. La parte inicial del trabajo, dibujar la arquitectura o el plano de una ciudad, es prácticamente labor de delineante. Se trata de una tarea muy técnica. El objetivo es ser todo lo fiel que puedas a la realidad.
¿Qué tal está la ilustración histórica en España respecto a otros países?
Sobre todo Italia e Inglaterra nos llevan la delantera. Los italianos son muy buenos en la época romana; y los ingleses, en el mundo medieval. Son países con más tradición, aunque la ilustración histórica, tal como la entendemos hoy, es una disciplina joven: Empezó a desarrollarse en los años sesenta del siglo XX.
¿Qué es lo que más se demanda aquí?
En la Región de Murcia, al haber muchos restos prehistóricos, el abanico es muy amplio: Abarca los últimos 5.000 años. En mi caso, me piden sobre todo época romana.
¿Y los cartagineses?
El problema con los cartagineses es que nos han llegado muy pocos vestigios. Sólo estuvieron aquí siglo y medio y, además, al haber desafiado a Roma, los romanos los consideraron malditos y destruyeron cualquier huella suya.
Lo que sí ha hecho usted es mucha ilustración andalusí.
Es que en Murcia, en los últimos treinta años, ha habido un rescate importante de la herencia árabe. Y eso es un gran avance porque prácticamente desde la Edad Media hasta el Franquismo hubo la voluntad de olvidar nuestro pasado andalusí, porque los árabes eran los infieles. Eso cambió por fin con la democracia. Sólo entonces se empezó a rescatar la identidad andalusí de Murcia.
De hecho, los baños árabes de la calle Madre de Dios fueron echados abajo para construir la Gran Vía a finales de los años cincuenta. ¿Por qué esa insensibilidad histórica?
Porque nos han gobernado cafres. En los siglos XIX y XX, en Murcia no se destruyó sólo arquitectura árabe. También palacios del siglo XVI como el de los Vélez o el del Huerto de las Bombas. Y todo por intereses económicos: Para edificar y vender. Durante el Franquismo, directamente no había ni ley de patrimonio. Franco derogó la de la República y no volvió a aprobarse otra hasta los años ochenta. Pero eso no es excusa para que, mientras otras ciudades sí han sabido conservar sus edificios históricos, Murcia los haya perdido.
¿Conocen los murcianos su historia?
Se ha mejorado en ese aspecto. Hoy existe una sensibilidad hacia el patrimonio que antes no. Pero sigue habiendo mucho desconocimiento acerca del mundo musulmán.
Y eso que Murcia fue fundada por musulmanes.
Es que a menudo hemos maltratado nuestra propia historia por puro complejo de inferioridad. Murcia, históricamente, por ser una ciudad pequeña, agrícola, ha tenido un déficit cultural. Hemos ido siempre por detrás. Y eso nos sigue pesando a veces a la hora de valorar lo que tenemos.
Sin embargo Murcia es hoy una ciudad culturalmente muy viva. Usted mismo es miembros fundador de Ilustra, joven asociación que aúna a los ilustradores de la ciudad.
Exacto: Ahora hay aquí vidilla en todos los campos de la creación. En lo que se refiere a la ilustración, ya a finales de los setenta, surgió una generación de dibujantes que empezó a levantar esto. Poco a poco, con la Escuela de Artes y la Facultad de Bellas Artes como motores de formación, se fue creando un tejido cultural que, después de tres décadas de cocinarse a fuego lento, ha eclosionado. Ahora Ilustra se mueve mucho: Organiza exposiciones y actividades, cuenta con una estancia en el Cuartel de Artillería…
¿Cuál es la situación del ilustrador en Murcia?
Pues la misma que en todas partes: complicada. Muchos colegas están teniendo que autopublicarse para que se vea su trabajo; se cobra poco… Es una profesión bastante sufrida.
Usted se dedica a otro oficio muy sufrido también: el de huertano.
De hecho, me gusta autodenominarme “agroilustrador”, porque desde que descubrí la agricultura hace cinco años, gracias al centro medioambiental Sierra de Columbares, no la he podido dejar. Está muy manido el decirlo, pero el contacto que te da con la tierra, con la naturaleza, la paz que se siente… es impagable. Me gusta mucho cultivar, ver las plantas crecer. Es algo que te conecta con nuestro pasado.
Parece que la generación de nuestros padres se metió en una oficina y le dio la espalda a la huerta. ¿Se está volviendo a ella ahora?
Hay una pequeña reacción por parte de gente joven sensible a la pérdida de la huerta. Algunos estamos redescubriendo la tierra, el arte de cultivar. Parece que, después de los desmanes de los últimos años, se ha puesto freno a su destrucción. Han surgido asociaciones como Huermur o Jóvenes Agricultores que hacen una labor encomiable en la protección de este patrimonio.