Noche grande en Murcia. Tocaba Pájaro: el hombre que con ‘He matado al ángel’ (2016) ha hecho –opinión de quien suscribe esta crónica–, el mejor disco de Rock de este 2016. Sin embargo, tocaba ver a Vencejo, quienes ejercían de teloneros. La formación encabezada por Pito Hervás reivindica el Rock americano de raíces y, pese a que tengan álbumes bastante reivindicables –‘Para empezar, editado en el 2015’, es un estupendo trabajo– ayer dieron un recital manifiestamente mejorable: en primer lugar, no supieron rentabilizar el hecho de tocar en casa. La formación murciana estaba demasiado encorsetada y se limitó a seguir un guión y ofrecer un recital monocorde. Se les notaba demasiado pendientes de centrarse en no fallar que en ofrecer un show. Grandes canciones como ‘Nada mal’, ‘Dagdad’ o ‘Mantra’ quedaron deslucidas. Posiblemente influyera el hecho de tocar en el Teatro Circo: en una sala como 12 y Medio hubiesen funcionado mejor y podrían haber reforzado la unión entre público y artista: simplemente se limitaron a exhibir un estilo, no a darle su propio sello; y quienes esperamos más de Pito y sus músicos, lo demandamos.
Quince minutos después salió Pájaro a escena. Viste escrupulosamente un traje perfectamente confeccionado de color negro. Antes de comenzar se dirige al respetable con un “vamos a hacer un concierto de Rock n Roll”, y nada más terminar se pone a ello. Suena ‘Apocalipsis’ y Andrés Herrera, el alma máter de Pájaro, cuando termina de interpretarla, se dirige al respetable y nos comenta el hondo pesar que le produce el resultado de las elecciones norteamericanas. La banda está unida y cómoda y sonriente durante todo el momento del concierto. ‘Costa ballena’ juega con la calma, busca la introspección y Pájaro maneja a la perfección los tiempos. No era cuestión de asediar al público desde el primer momento, sino ir preparando el terreno para lo que sería posteriormente.
‘Las criaturas II’ o ‘Perché’ entroncan a la perfección con el maravilloso Swing italiano de ‘Viene con Mei’ y ‘Guarda Che Luna’. La canción italiana en Pájaro no es sólo la reivindicación de una Italia y de una latinidad que con el citado ‘He matado al ángel,’ ha llevado a cuotas de grandeza, no: es la prueba de una personalidad elegante y gamberra, procaz y sinuosa cuando quiere. Silabea a la perfección, acompasa las letras de la canción con el latido, se siente cómodo, como si fuese un crooner mediterráneo acodado en la barra de un bar, cantándole al amor y a la desesperanza del mismo modo que Cernuda lo hacía en ‘Donde habite el olvido’.
El espíritu de Elmore James y James Cotton adquiere más vigencia que nunca y se convierten en un apéndice de la propia personalidad de Pájaro cuando, en ‘El pudridero’ evoca a Silvio Fernández Melgarejo: uno de los grandes héroes del Rock andaluz; una de esas personalidades que adquirió toda su dimensión musical y social no sólo en el circuito rockero de su ciudad, sino que habita el cielo de las mitologías. Tanto Silvio como Pájaro reivindican una Sevilla que con el Rock buscaba tender un puente a la modernidad enraizándola con esa cultura tribal, oficiosa, religiosa y mediterránea de su ciudad. Y el concierto es un ejemplo de ello. Cada instante del recital es una oda a la música con mayúsculas: con ‘Luces rojas’ y su recuerdo a Elvis Presley, Chuck Berry y al Surf rock de Dick Dale, la banda luce igual de magnífica que cuando reivindica el folclore de su tierra.
Porque en la música de Pájaro se puede homenajear a Falla y a su ‘Amor brujo’ en ‘La danza del fuego’, a la Raffaella Carrá de los primeros álbumes –en la forma de cantar del propio Pájaro cuando reverencia la musicalidad del idioma italiano–, el Estado de Tennessee que vio a Elvis, a Johnny Cash o a Tom Petty alumbrar su carrera y la Semana Santa sevillana. Pájaro, pese a ser sevillano, también hace gala de un cosmopolitismo musical que le permite deformar su tierra natal y configurarla como un cuadro pintado con el azul claro del Mediterráneo de Italia y España y el color negro de los músicos de Blues del sur de Estados Unidos.
Sevilla es una ciudad de historias entrecruzadas: el eslabón de una cadena que une el pasado, el presente y el futuro de vieja cultura mediterránea que el propio Pájaro busca asociando los retablos barrocos y la misa de doce de los domingos y los cuadros de Murillo y Velázquez, junto con una ciudad moderna y ecléctica que mira al presente y al futuro y se esfuerza por buscar el sincretismo cultural que en su momento buscaron Triana, Smash y Alameda. Pájaro estuvo impecable de principio a fin e hizo del mestizaje, arte y virtud.