¿Qué puertas le abre el humor en la ficción?
Por una parte, el humor es un gancho, una especie de señuelo para atraer a los lectores y que fluyan de una manera más gozosa. Dentro de ese juego con el humor hay también ese juego con los temas propios de lo trágico. En mis novelas siempre se habla de temas muy delicados como la violencia, la pobreza, la desigualdad, la memoria y me interesa la idea de tomar desprevenido al lector porque se ríe y de pronto cuando lo tienes con la guardia baja ahí entran los temas crudos y esa sonrisa se puede transformar en reflexión sobre el mundo en el que estamos viviendo.
¿Cree que el canon artístico es injusto?
Creo que se mueve felizmente hacia una inclusión de autores mucho más interesante que el panorama que nos daba el siglo XX, que creó una norma mucho más solemne. Hoy en día valoramos más lo humorístico y lo cómico dentro de la literatura y como el canon no es algo fijo cada vez está rescatando a otros autores. Pero hasta hace poco, ser un autor humorístico no te garantizaba para nada el que tuvieras una recepción crítica más positiva porque se consideraba que lo interesante era lo solemne y lo serio.
Como también se refleja en las mujeres artistas, que se han quedado fuera del canon, menos en el caso de Frida Kahlo.
Sí, pero se ha reducido ahí la historia del arte mexicano del siglo XX porque por ejemplo María Izquierda es una pintora interesantísima de la misma época muy poco conocida, ensombrecida por Frida Kahlo.
¿Por qué cree que Frida Kahlo sí lo ha conseguido?
Creo que se crea un mito biográfico y la vida de Frida Kahlo está llena de peripecias que son muy atractivas para ser explotadas desde un relato que trasciende al arte. El hecho de que ella tuviera todas estas aventuras amorosas con personajes importantes de la época, su activismo, su postura crítica ayudaron a crear un mito en la construcción de quién era Frida Kahlo en el que el arte ya se vuelve secundario y eso es algo que sucede mucho en la literatura. Acabamos construyendo un personaje del que no valoramos estrictamente su producción literaria y estamos valorando casi su vida.
De hecho, el domingo entrevisté al pianista James Rhodes, que sería un claro ejemplo de lo que está diciendo.
Sí y de ahí también el auge de la literatura última de la autobiografía, las memorias y todos estos tipos de literatura están teniendo éxito justamente por eso. En un época en la que vivimos hoy que parece gobernada por la literalidad, no por la literariedad, es el imperio de lo literal. Los lectores lo que quieren es como un tipo de relatos que claramente ellos vean que les sirve de algo de eso. Entonces las experiencias de vida, cuando es algo muy drástico, parece como si a través de los sufrimientos o los triunfos de otra persona ahí hay algo que yo pueda aprender. Y lo que sucede es que se deja de lado el poder de la ambigüedad, el poder de lo literario porque se va a una cosa más plana, más la literatura de la experiencia y yo siempre reivindico narrar lo que no se ha vivido y lo que se puede imaginar y lo imposible. Esa es la función de la literatura, responder a la pregunta ¿qué pasaría si…? en lugar de responder a la pregunta ¿qué ha pasado?
Cree que los lectores aprecian más lo que puedan aprender de esas experiencias.
Exactamente. Constantemente escucho ese comentario que me parece muy chocante de gente que dice “qué voy a aprender yo leyendo una novela”. Ahí viene ese sentido utilitario que tenemos hoy en día, no sólo con la cultura, sino con todo, de esperar que las cosas nos den algo a cambio y algo palpable. Esto está pasando también en la educación porque la formación en las universidades me parece que sólo se preocupa por capacitar y entrenar a las personas para que hagan un trabajo y se ha perdido todo lo que debería ser una universidad como formación de una conciencia crítica, enseñar a la gente a pensar, a investigar. En la novela no se ve claro que te da a cambio y por supuesto que te da muchas cosas, pero ¿desde cuándo vamos a valorar la literatura en función de que fuera un manual de experiencias?
Un informe reciente de los editores señaló que prácticamente un 40% de los españoles no abrieron un libro en 2015. ¿Cómo cree que se puede combatir?
Creo que hay que rescatar el lugar de la literatura en las sociedades, que tampoco es que sea tan complicado porque la literatura está con nosotros desde hace siglo. Esa necesidad de explicarnos a nosotros mismos y a nuestra sociedad a partir de los cuentos está en lo más profundo de nuestro ser. Lo que sucede es que hoy en día vivimos que la literatura está atacada por diversos frentes, ya no solamente la televisión sino que tenemos todo lo que sucede en Internet. El gran desafío es cómo incluir la literatura en las nuevas tecnologías y redes sociales.
En `Te vendo un perro´ el humor también se proyecta en la propia literatura y en la figura del escritor, ¿es mejor no tomarse muy en serio a uno mismo?
Hay un juego de sabotear la literatura desde la literatura, de atacar la figura sacralizada del artista. Me interesa atacar cierto tipo de ideas sobre la literatura solemne, elitista que le ha hecho daño y ha hecho que se considere la literatura como algo para poca gente, sólo para los entendidos, eruditos y la ha alejado de los lectores.
México sigue muy presente en su obra a pesar de que vive en España, ¿por qué?
Sigue siendo mi geografía sentimental; mi geografía física ha cambiado hace muchos años, ya en mi última novela, la posterior a `Te vendo un perro´ ya incorporo a Cataluña y hablo un poco de la Barcelona que me ha tocado vivir todos estos años, pero también es una novela mexicana. Lo he escrito asumiendo una perspectiva mestiza, asumiendo mi identidad catalana que me viene de vivir allí casi más de diez años y he incorporado eso porque me parece que tengo que tener una coherencia entre mi posición como persona en el mundo y mi posición como narrador.
Después de ganar el premio Herralde ¿siente más presión a la hora de escribir siguiente novela?
No, me siento mucho más seguro y más libre. Siempre he escrito lo que he querido y por eso mis novelas son bastante disparatadas y esto reivindica que yo pueda seguir haciendo lo que quiera.
¿El jurado del premio Mandarache le da miedo?
Es un jurado duro. Son muy directos, muy honestos, no tienen pelos en la lengua y tienen menos prejuicios. Nosotros ya vemos un libro y pensamos `ah, este es el escritor argentino nacido en tales años y las ideas sobre ese libro se dispararon sin haber leído una página. Ellos están casi vírgenes, en cambio, y hay una lectura más genuina.