Subí al piso con la compra, en la que había incluído un bote grande de galletas saladas. Cogí un buen puñado' dellas con cuidao', porque iban destinadas a ver películas cuando llegara Ginés, y retomé la lectura de 'Ropasuelta' la gran novela rural de Santini. Al poco, estaba volviendo a la cocina a por más galletas, pero esta vez abrí el bote y lo dejé a mi lado en el sofá. El protagonista estaba aceptando ir a correr con su padre, el ropasuelta, después de una emocionantísma conversación con el hermano menor: “Hermano, yo sé qué”, había sentenciado el Jesús. El instante merecía concentración y las niñas de la transición necesitamos galletas en la mano que se nos queda sin libro. Al final, mi gata y mi jersey estaban llenos de sal y pedacitos de galletitas.
Creo que fue Samuel Johnson quien dijo que, si examinásemos detenidamente media hora de la vida de cualquier hombre, ninguno se salvaría de la horca. En la novela de Santos Martínez de lo que no nos salvamos ninguno es del ridículo, del ser vistos con la lupa de lo común y corriente; y del entender que eso, que nos mueve a risa y nos da tanta vergüenza ajena, nos va a perseguir por la vida porque se ha 'heredao', como los lunares.
Mientras mi gata se pone a lavarse el pelaje, a sacarle brillo a esa tiniebla que relumbra por mi casa, yo me pongo a escribir esta reseña: podría decir que me ha gustado la novela 'Ropasuelta' pero sería más correcto decir que me ha metido ahí adentro y lo veo todo como si acabara de llover, de hecho, ha acabado la DANA y miro la tele y, por el aspecto de Mazón me parece que va a decir, de un momento a otro: 'pos ya ha llovío tó lo que tenía que llover'.
Pero es que llamo a mi madre y me responde que no cuelgue sin hablar con el papá y mi padre me habla de un motor que hace años vendimos, dentro del coche que vendimos hace años. Mi hermano no llora cuando hablamos, pero es como si llorara porque no puede más con la vida porque lleva 30 años trabajando 6 días a la semana en el cine de Ciudad Real, y se sabe todas las películas que proyecta de memoria y eso, en un pueblo, pues no sirve de nada. Luego llega mi novio a la casa a verse OTRA VEZ 'Los odiosos 8' y dice que dónde están las galletas. Le tengo que confesar que me las he comido mientras escribía esta reseña... No, qué va: este homenaje.