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Cuatro ejes para un feminismo antifascista: memoria, verdad, educación y comunidad

Si en España tuviéramos memoria, sabríamos que no nos conviene tontear con el fascismo: 40 años de dictadura, represión y muerte serían suficiente escarmiento para entender que deberíamos aprender del pasado y alejarnos de toda lógica totalitaria. Pero la normalización y ascenso de la ultraderecha indican que no es así.

La crisis del coronavirus se salda con una crispación política inadmisible, resultado de una oposición irresponsable que ha elegido escorarse al borde del discurso antidemocrático para raspar un puñado de votos. Como en el 11M, el Partido Popular y su periferia no han tenido escrúpulos en manipular los momentos más duros de nuestra historia para conseguir poder a costa de la mentira y guerra sucia.

En esta ocasión, el feminismo ha sido el blanco de ataque. Puede que el intento de criminalizar el 8M como ariete contra el Gobierno haya fracasado judicialmente, pero suma otra muesca para quienes entienden la imputación como una condena: con la estrategia del lawfare, la acusación siempre gana, aunque pierda en tribunales, machacando el honor del acusado.

¿Esto es fascismo? Sí. Distinto collar, similares objetivos: mantener privilegios, aumentar la desigualdad y eliminar la disidencia. Si quedaba alguna duda, ahí tenemos a Trump (secretario general de la ultraderecha internacional) designando al grupo Antifascista como organización terrorista; y a Vox coreando la moción. “Parece que alguien se da por aludido”.

La inquina de la extrema derecha contra el feminismo no es casual: el movimiento por la igualdad entre mujeres y hombres se ha convertido en la opción política más poderosa. Internacional, transgeneracional y masiva. Desde Las Tesis hasta Bad Bunny; millones de personas en las calles; actrices de Hollywood luchando, en el fondo, por los mismos derechos que las kellys.

“Hoy en día no puede existir antifascismo sin un análisis feminista”, explica Mark Bray, autor de Antifa: manual antifascista, donde sitúa al feminismo como un movimiento cada vez más importante para combatir el totalitarismo. Según él, “el patriarcado es central en el fascismo de muchas formas, en especial con su perspectiva sobre sexualidad, familia o nación”.

La virulencia de la reacción fascista es directamente proporcional a este poder. Y, para desactivarla, necesitamos articular una respuesta específicamente antifascista, que luche contra la expansión de la ultraderecha y proteja la retaguardia mientras seguimos avanzando hacia un mundo más justo.

Conjugando las reivindicaciones de ambos, podemos proponer cuatro ejes para un feminismo antifascista:

Memoria

El pasado reciente ha sido especialmente cruel con las mujeres. También lo fue con el colectivo LGTBI+, el comunismo y, en definitiva, cualquier minoría fuera del patrón hombre-blanco-hetero-capitalista.

Para combatir al fascismo desde una perspectiva feminista, debemos reivindicar una lectura y enseñanza de la historia con perspectiva de género donde se mente y reflexione la opresión de la mujer por el hecho de serlo y cómo esta operación es muy rentable para quienes la ejercen. Especialmente en los regímenes que nos acechan en la actualidad: los totalitarismos del siglo XX.

Como sociedad, tenemos que recordar el pasado para aprender de él y evitar que se repita. No podemos dejar que el coste de avanzar sea olvidar que hace menos de cincuenta años, en España, las mujeres no teníamos libertad para abortar, divorciarnos, trabajar, ser propietarias o votar.

Educación

La educación es un pilar fundamental de la sociedad, y el fascismo lo sabe. Por eso, es una de sus metas recurrentes: controlar y moldear la enseñanza para adoctrinar en sus 'verdades'.

Antes del coronavirus, la temporada política abrió con el despropósito del veto parental, un reclamo de Vox atendido por el Partido Popular que busca sortear el currículo académico en los temas que más escuecen al pensamiento reaccionario: educación sexual, memoria histórica e igualdad.

Defender la educación pública frente a la privada es una clave del feminismo antifascista y de cualquier opción progresista. Por su repercusión social, al generar un espacio para la diversidad y la enseñanza de los fundamentos democráticos.

Comunidad

La crisis de la Covid-19 también ha destapado, entre otras cosas, que la remuneración de los cuidados y el equilibrio de responsabilidades en la crianza son dos temas pendientes para la igualdad de las mujeres.

Por otra parte, el individualismo y la desmovilización son dos ingredientes que abonan el terreno al fascismo, caracterizado por la creación de masas homogéneas que responden a las arengas del nacionalismo más básico.

La propuesta de desfinanciar asociaciones, sindicatos y partidos políticos de Vox no es aleatoria: busca eliminar los espacios donde las personas piensan y luchan por sus derechos y destruir toda forma de organización política que cuestione al poder hegemónico.

Para ambos frentes -la redistribución de las tareas feminizadas y el fortalecimiento de la participación activa en la vida pública-, es clave tejer comunidades donde las mujeres podamos apoyarnos entre nosotras: salir de la reclusión de lo privado, pensar en común y sostenernos las unas a las otras.

El feminismo no puede quedar relegado solo a una identidad, o a la conversación intangible en redes sociales: necesitamos tejer redes físicas que complementen la asistencia que actualmente brindan las instituciones.

Verdad

La mentira es la seña de identidad del fascismo. Sus acciones no están sujetas a más que su propio interés, por eso no le tiembla el pulso al inventar datos, noticias o causas judiciales.

Ante esto, la democratización del método científico, el pensamiento filosófico y el diálogo son fundamentales: una población que sabe distinguir la verdad de la mentira es el mejor cortafuego contra la ultraderecha.

El reto está en cultivar el valor de la verdad en la era de la infoxicación: memes, capturas, zascas y titulares. Es fácil comerse una mentira cuando la información nos llega a la velocidad actual, y no podemos dejar que la mentira se convierta en el campo de batalla donde el feminismo lucha contra el fascismo.

Las crisis como la que vivimos son una oportunidad para la extrema derecha. Por eso, ahora más que nunca, necesitamos profundizar en un feminismo antifascista que devuelva el debate político al terreno de la verdad, que reivindique la educación pública, aprenda de su pasado y, sobre todo, sea activista.

Si en España tuviéramos memoria, sabríamos que no nos conviene tontear con el fascismo: 40 años de dictadura, represión y muerte serían suficiente escarmiento para entender que deberíamos aprender del pasado y alejarnos de toda lógica totalitaria. Pero la normalización y ascenso de la ultraderecha indican que no es así.